Название | La democracia en Chile |
---|---|
Автор произведения | Joaquín Fermandois |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789561427280 |
Se parte de la base de que existe la racionalidad del interés de clase que se expresaría en un tipo de lenguaje y de construcción políticos. Dado que la clase política se reclutaba principalmente de aquello que se llama aristocracia o elite —conceptos escuálidos para designar la realidad—, uno se preguntaría con extrañeza por qué esta clase en cuanto tal, sin demasiadas presiones ni apuros por arrostrar la cuestión social, no hubiera perdurado más tiempo íntegra en ese estado de libertad. Es decir, no alcanzó a escapar del dilema entre automutilarse y, a la vez, estabilizar el funcionamiento del Estado. Este período, que se ha llamado indistintamente pipiolo, liberal o federal, fue después denominado, no sin injusticia, como anarquía. No hubo, sin embargo, la perpetuación de una verdadera oligarquía impermeable a los cambios. Precisamente porque también se había constituido como clase política casi idéntica a una clase dirigente, hizo que surgiera una estructura nueva dentro de esta especie de proto-democracia que se iría construyendo. Existe una distinción entre los sectores altos y la clase política que los representa. Ello no quita que ambos provenían en general de un grupo homogéneo en lo social, pero que al momento de expresarse en la lógica política desarrollaba un tipo de política que era distinto a un simple automatismo, que expresaría los intereses indubitables de los sectores encumbrados, los “vecinos” de la época colonial.167
Por ello, el ideario sobre la libertad, que tanta adhesión ganó dentro de la imaginación colectiva, puesto que solo tenía sentido para una parte de la población, hace surgir la sospecha de que, enunciando la libertad, habría sido un mero acomodamiento de clase. A pesar de ello tenía también su propia fuerza, no obstante estas dudas más de hoy que de ayer. El imaginario federal fue una de esas explosiones cuya intensidad nos engañan; se acercaba más a un lugar común —el grito de última hora— que a una pasión demasiado fuerte. Rafael Vicuña afirmaba con candor o con retórica de moda que lo importante era siempre limitar el Poder Ejecutivo y que con el sistema federativo se había proporcionado a Chile “una lei ante la cual deben temblar los tiranos”.168
Esta desafiante postura se empalmaba con una lucha que, desde sus orígenes, ha acompañado a la historia de Chile y de muchos países de América Latina: la pugna entre las provincias y la capital, que en la primera mitad del siglo XIX chileno se verificó principalmente entre Concepción y Santiago, aunque Coquimbo también desempeñó un papel en varios momentos.169 Las disputas entre el centro y el sur llegarían a presentar un cariz en algún sentido cercano a la trama de la “descentralización” a comienzos del siglo XXI. La persistencia de este embarazoso problema se debe a factores más bien estructurales, no al simple acaparamiento de autoridad administrativa por parte de Santiago. En este sentido, es muy razonable que haya surgido la pregunta por el poder relativo de cada zona del país al momento de pensar la república. A pesar de ello, al asumirse las banderas de la federación destacaba con más fuerza una cierta liviandad utópica, incluso en alguien como José Miguel Infante, que en su cruzada por esta finalidad expresaba una personalidad que no era leve. En una sesión de la Asamblea de Diputados de Santiago de 1825, apuntaba que “las provincias siempre se han quejado de que, en la capital de Santiago, hai un espíritu de capitalismo”; [“capitalismo” se refiere aquí a un modelo de gobierno centralista] “yo creo que injustamente ya hieren al pueblo de Santiago, porque el espíritu de capitalismo solo ha existido en los gobernantes i sus prosélitos i no en Santiago”.170 Más enfático, Infante proclamaba que “la unidad tiende solo a la opresión de los pueblos i la federación a su libertad”.171 Se debe añadir que sobre los partidarios del federalismo ejercía un especial embrujo el ejemplo norteamericano; se creía que una reproducción idéntica del mismo llevaría a resultados similares.172 Las divisiones político-administrativas han tenido siempre un grado de arbitrariedad, de lo cual no se sigue su contrario, esto es, que en todo tiempo deban perseguir representar a una unidad perfectamente homogénea, ya que este horizonte termina siendo una utopía. En el contexto del desarrollo moderno, han devenido siempre en la creación de un nuevo Estado y no en entidades autorreguladas más allá de la política entendida como el control del orden.
El general Luis de la Cruz articulaba un racionamiento opuesto que comenzaba a emerger desde el temor a la anarquía. Utilizaba el mismo símil que más adelante haría pasar a la posteridad al presidente de Estados Unidos, Abraham Lincoln: “Si una familia se divide, sus miembros, que disfrutaban antes de los bienes en común, ¿harán más fortuna separados? Los que tengan menos bienes i menos medios de subsistir, serán los que más se resientan de la disolución de la familia. He aquí los efectos del federalismo”.173 En 1829, un periódico aparentemente liberal era portavoz del hastío que surgía con esta sensación de desgobierno:
La república goza de la más perfecta tranquilidad. La Provincia de Coquimbo está en revolución, y la de Aconcagua se ha levantado en masa.—…En Colchagua se han ahorcado las autoridades federales.—En el Maule se ha declarado el gobierno fuera de la ley.—En Valdivia se ha resuelto marchar sobre la Capital (camino tendrán que hacer)…174
El relato y la valoración de este período no son compartidos en unanimidad por los historiadores actuales. Se complica porque el presente de Chile, y no solo el régimen de Pinochet como espejo, se proyecta a ese pasado de los 1820. Puede ser que, como muchas constituciones utópicas, en la medida en que la de 1828 sea considerada como tal, la Carta liberal haya contenido los suficientes elementos para evolucionar acogiendo las enseñanzas de la vida práctica, tal como, por ejemplo, la práctica forjada sobre la Constitución de 1980 tuvo que recoger las experiencias del desarrollo democrático a partir de los plebiscitos de 1988 y 1989; y así continuó.175
Portales y la república autoritaria
El período que siguió al quiebre civil ha estado estrechamente vinculado en la memoria al nombre de Diego Portales, produciendo la impresión de que su paso por el Estado se trató de un caudillaje voluntarioso que transformó a la sociedad chilena por completo. Del cuadro hagiográfico en torno al personaje ha sido fácil dar el paso hacia su imagen contraria, como el déspota o la mano ejecutoria a las órdenes de oscuros intereses. Esta disyuntiva de extremos a menudo no nos ha permitido darnos cuenta de que el fin de la era liberal, bautizada como anarquía con criterio parcial, estuvo precedido de un hastío que fue alimentándose de la combinación entre la frustración por los cambios constantes y el estancamiento objetivo, y que era fruto de la discordia permanente de las autoridades. Hoy diríamos que el Estado estaba paralizado, si bien se trataba de un tipo de entidad mucho más rudimentaria que el complejo montaje del Estado contemporáneo a nosotros. Como país nuevo, fruto de esta primera ola de descolonización, la organización del Estado en todo lo que no fuera continuidad con evolución de las instituciones coloniales fue lo que derivó de los años de Portales; logró la síntesis entre una energía cinética indiana y la dinámica de mediados del XIX.176
Este sentimiento se densificó en el grupo de los estanqueros liderados por Portales; ellos fueron el Gran Elector de Chile. Desde aquí emergería la gravitación política individual del Ministro, aunque todavía para comprender el decisivo tránsito entre 1829 y 1830 hay que reconocer el peso considerable de los caudillos militares, los generales Joaquín Prieto y Ramón Freire, si bien solo este último se acerca más a la hechura de un real caudillo análogo a esa figura emblemática de América hispana del XIX, que todavía reaparece como pesadilla del pasado, con alguna efectividad política hasta el XXI. A los dilemas de política interior se añadía la conciencia de un Chile que podía quedar a merced de intervenciones extranjeras —el peligro era casi exclusivamente Inglaterra, la gran potencia marítima y agente “globalizador” del siglo— debido a la falta de ordenamiento interno.
En un periódico fundado en 1828 con el objeto de examinar el pacto que debía constituir a la nación, se escribía:
Pero