La democracia en Chile. Joaquín Fermandois

Читать онлайн.
Название La democracia en Chile
Автор произведения Joaquín Fermandois
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789561427280



Скачать книгу

instancia de intermediación. Se habría temido más a los criollos que a los representantes de la Corona.132 Es probable que esta sea una esquematización imprecisa. De lo que sí no cabe duda es que el conflicto terminó por adquirir un carácter de guerra civil, como se ha insistido. Para hablar en un lenguaje más contemporáneo, el conflicto se iniciaba tanto como uno de descolonización como de confrontación armada interna. Algunas de las conflagraciones de la segunda gran oleada de descolonización posterior a 1945 también tuvieron este rasgo.

      La primera etapa de la guerra terminó a fines de 1814 con lo que parecía el triunfo absoluto de las armas realistas. De acuerdo a muchos análisis, este resultado militar no estaba preordenado, sino que, como lo implica la expresión “la suerte de las armas”, el azar habría cumplido su papel, en especial por medio de una falta de inteligencia entre Carrera y O’Higgins. Sin embargo, aunque soy reacio a compartir el determinismo histórico, es difícil mirar el triunfo realista como la posibilidad de un restablecimiento que perdurase. Se ha explicado que el factor predominante en el paisaje histórico es la tendencia a la autonomía o independencia de las colonias; y que la rebelión en toda América fue demasiado profunda como para después haber permitido una restauración sólida y duradera del dominio español. Para esto último, hubiera tenido que someterse a gran parte de los criollos a una especie de servidumbre o cooptación. Por ejemplo, la experiencia de Cuba demostró que había capacidad y, en todo caso, voluntad de persistencia en la Corona en conservar sus posesiones, a pesar de toda la experiencia política y social de una España en crisis a lo largo del siglo XIX. Para la cooptación, se requería de una plasticidad política de la cual la España de la primera mitad del XIX dio pocos ejemplos.

      Por ello, a la caída de la Patria Vieja sucedió la Reconquista, al menos según el lenguaje posterior del recuerdo histórico de los chilenos. La momentánea victoria de la Corona no alcanzó a ser lo que pretendía, una especie de restitución monárquica tal como se dio a partir de fines del siglo XV, tras la recuperación de los territorios que habían estado en manos de los moros durante siete centurias, que supuso un sometimiento total incluyendo la fusión con los reconquistados. En Chile no podía ser así, más que nada porque no alcanzaban las fuerzas. Tampoco hubo asomo alguno de la posibilidad de que hubiera otra posibilidad, es decir, una coopción que implicara el planteamiento de una restitución del orden colonial, ni tampoco una estrategia orientada a, por ejemplo, una especie de Commonwealth ibérico. Parte de la población, como sucede frecuentemente en estas situaciones después de vivir tiempos revueltos, razonablemente anhela un orden, a veces cualquiera que este sea. Los dos años y medio que seguirían al “desastre de Rancagua” se identificaron con una suerte de estado de sitio permanente, blandido por las autoridades realistas tanto para luchar contra las conspiraciones y los asomos de guerrilla patriota desde el interior del Reino, como para prepararse ante la inexorable expedición militar que, en alianza con otras fuerzas antirrealistas de las provincias independientes del Río de la Plata, iban a dejar caer sobre territorio chileno los criollos que estaban allende Los Andes bajo el mando de José de San Martín y Bernardo O’Higgins. Salvo represalias y algunos casos sanguinarios y la presencia de una ubicua policía que hacía de las suyas, creando un ambiente hostil que ponía a muchos súbditos sobre ascuas, no se desarrollaron nuevas instituciones propiamente tales ni se revitalizaron otras antiguas. Por cierto, la Reconquista no duró mucho tiempo en perspectiva histórica y tras ella no quedó asomo de huella.133

      El antiguo régimen se caracterizó por todo lo que a ojos modernos consideramos arbitrariedades, esto es, la carencia de la seguridad individual entregada por el habeas corpus y por el moderno Estado de derecho, aunque este se desarrollara con parsimonia en la república. Por cierto, de las alevosías de la monarquía no se libraban ni los mismos funcionarios españoles. Es extensa la lista de exgobernadores sometidos y humillados por el juicio de residencia y por las intrigas de rivales, ya en América o en el hervidero de confabulaciones propias a la vida de la Corte en Madrid. Sabemos que los partidos de corte, siempre invisibles, constituyen un motor de la vida política, a veces poco estudiado por la carencia de fuentes. Primero los hispanistas y, después, muchos historiadores actuales del período colonial han puesto énfasis en la existencia de un Estado de derecho al menos limitado.134 Destacan la diferencia entre el sistema autoritario de los siglos coloniales y una dictadura pensada en términos del siglo XX, que es lo que se viene a la mente con el uso del término desde fines del XIX. De hecho, en las protestas contra el gobernador de Chile, Francisco Antonio García Carrasco, algunos vecinos aludían a que se estaban desconociendo instrumentos legales que impedían las acciones arbitrarias, aunque en este reclamo puede haber habido un cierto embellecimiento del pasado, instrumento retórico y a veces convencimiento genuino que emerge en momentos de conmoción.135

      El cuadro colonial, sin embargo, incluso teniendo en cuenta el carácter jerárquico en lo político y lo social, y por cierto dejando de lado los períodos de guerra con los mapuches, no podría describirse como una continua represión contra la población local, especialmente la que se veía a sí misma como la contraparte de los funcionarios de la Corona, es decir, los criollos. Existía, sí, una vigilancia sobre las ideas, la cual se acercaba a la asfixia. En cambio, en el período de la Reconquista hay un claro estado de tensión entre las autoridades y una parte de la población que, con o sin adhesión de la mayoría —esto es debatible—, se sentía representativa de una legitimidad superior y que ya estaba convencida de la necesidad práctica y moral de la independencia.136 En este sentido, el período se transformó, en la práctica, en una ocupación colonial ante una población en gran parte levantisca, aunque con un sector cooptado. Todo ello, surgido de un auténtico desgarro, como en todas las descolonizaciones, de grupos que antes simplemente obedecían y que ahora se inclinaban por las antiguas autoridades —no en actitud de lacayo, sino que existencial— y que no ha recibido la debida atención de los historiadores.

      Las alternativas que abría el nuevo escenario de la pugna por el poder eran la independencia o la mantención forzosa de una colonia en estado perpetuo de semirrebeldía. Lo más probable es que la independencia fuese inevitable, dada la fuerza que la idea emancipadora de los estados nacionales adquirió en la modernidad. Ni la poderosísima Inglaterra había podido someter una rebelión impulsada por la mayoría de sus propios colonos.

      Hay que añadir otros dos factores que inciden en el orden político y en el sistema internacional. Uno de ellos fue que al configurarse la derrota napoleónica entre 1812 y 1815, que va desde la retirada de las tropas francesas de Rusia hasta la abdicación de Fontainebleau y después en la batalla de Waterloo, en España se hizo posible la restauración sin condiciones ni concesiones del antiguo régimen en base a la cuestión, bastante falsa en realidad, del cautiverio del monarca. Ni siquiera hubo un intento de efectuar o aceptar algún tipo de síntesis con las transformaciones producidas por los acontecimientos sísmicos a partir de 1808, como al menos habían intentado los Borbones en Francia. El segundo fue que en el sistema internacional pos Congreso de Viena, con la formación gradual de las grandes potencias navales y modernizadoras de los siglos XIX y XX, Inglaterra y Estados Unidos respectivamente, predominó la oposición a que la Corona recuperase sus posesiones ya independientes. Se trata de un tema fascinante que nos aleja del propósito de este libro.

      La Independencia: fenómeno nacional e internacional

      La Reconquista en toda la América hispana reforzó el que Madrid no pudiera asumir un proyecto reformista que propusiera un nuevo pacto político. Podría haber sido un Commonwealth al estilo británico, que de haberse producido es de suponer hubiera seguido el curso de una creciente autonomía e independencia, aunque con un ritmo evolutivo. España a duras penas conseguía ofrecer apoyo logístico a las fuerzas y sectores que apoyaban la Reconquista en América. La falta de una respuesta adecuada se confundió con el inmovilismo y los estremecimientos que le eran propios a la situación revolucionaria y, en parte, se prolongaría en el desarrollo decimonónico de la Península en analogía con las conmociones hispanoamericanas. España no podía ofrecer una alternativa moderna a América, como tampoco surgía con asumir el mandato de la nueva empresa económica surgida de la Revolución Industrial.

      En segundo lugar, por su debilidad intrínseca, España contaba con fuerzas limitadas para efectuar una reconquista de América amparada en el espíritu del Congreso de Viena. Sus fuerzas propias no bastaban y además estaban sometidas a las