La democracia en Chile. Joaquín Fermandois

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Название La democracia en Chile
Автор произведения Joaquín Fermandois
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789561427280



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del advenimiento de un futuro utópico ha sido el argumento principal de los regímenes autoritarios en la modernidad —por lo demás, mayoritarios en número durante los últimos dos siglos si consideramos al globo por completo—; entre otras cosas, dicha propaganda les ha permitido hallar un equilibrio u orden interno, erigido sobre el discurso de estar conduciendo a sus países a una condición que se supone perfecta, y que aproximadamente se refiere a los ejemplos de las democracias europeas y de Estados Unidos. Es el caso del lenguaje franco del mismo Diego Portales y que está contenido en la célebre carta que envió a su socio de negocios, José Manuel Cea, desde Lima en marzo de 1822, valga la precisión, mucho antes de que el empresario se convirtiera en un verdadero líder político:

      A mí las cosas políticas no me interesan, pero como buen ciudadano puedo opinar con toda libertad y aún censurar los actos del Gobierno. La Democracia, que tanto pregonan los ilusos, es un absurdo en los países como los americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud, como es necesario para establecer una verdadera República. La Monarquía no es tampoco el ideal americano: salimos de una terrible para volver a otra y ¿qué ganamos? La República es el sistema que hay que adoptar; ¿pero sabe cómo yo la entiendo para estos países? Un Gobierno fuerte, centralizador, cuyos hombres sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo, y así enderezar a los ciudadanos por el camino del orden y de las virtudes. Cuando se hayan moralizado, venga el Gobierno completamente liberal, libre y lleno de ideales, donde tengan parte todos los ciudadanos. Esto es lo que yo pienso y todo hombre de mediano criterio pensará igual.185

      En efecto, en las palabras de Portales se apela a una democracia postergada hacia el futuro, que debe ser vigilada para que no se vuelva lo contrario de sí misma. En esencia esta no es una actitud necesariamente antidemocrática, considerando que no han sido pocas las legislaciones de auténticos Estados de derecho que han contenido algunas limitaciones. Los mismos estados de excepción constitucional pueden contarse como una de esas restricciones. La dificultad e inestabilidad de la formación de los nuevos Estados poscoloniales en los siglos XIX y XX, de aquellos que emergieron del cambio de una legitimidad tradicional a otra moderna durante el siglo XX, o de aquellos que surgieron después del derrumbe de la Unión Soviética o de Yugoslavia en los 1990, ha demostrado hasta el cansancio lo pedregoso del camino de la democracia. Se trata de un ejemplo de cómo el argumento de la crianza de ella —los ejemplos precedentes ratifican que el caso se da para un arco bastante amplio y divergente de estructuras sociales—, perdura largo tiempo, cuando no es sempiterno.

      O bien se produce la inversión orwelliana del lenguaje y los regímenes no liberales pasan a referirse a sí mismos como democracias superiores, extrayendo más directamente su legitimación de lo que se llama, en cómoda jerga generalizadora, el pueblo. Esta deformación, muchas veces encubierta, proviene del lenguaje de los diversos populismos de los siglos XX y XXI o, ya desembozadamente, de la transmutación de la palabra democracia en una entidad que ha hallado la perfección en un montaje característico de los totalitarismos del siglo XX.186 Al momento de escribir estas líneas, uno de los grandes dilemas universales es la dirección que tomarán en las próximas décadas grandes Estados, como Rusia y China, que básicamente corresponden a modelos autoritarios —un autoritarismo moderno—, aunque escasamente arriben (quizás, todavía) a lo que aquí se llama democracia postergada.

      La postergación de la democracia es el contexto amplio en el que se coloca la experiencia portaliana o lo que se ha considerado como tal. No alcanzó a ser una dictadura (comisarial) mucho más allá de la vida de Portales, entre otras razones porque se estaba todavía bajo el influjo del antiguo régimen y, al revés que la Junta de 1973, no tenía detrás de sí una experiencia democrática de cierta madurez, si bien con tendencias suicidas. Dentro de este esquema sobresale, además, el acto fundacional mismo de Portales, el ministro todopoderoso que impulsó y organizó la estrategia general del país en los 1830; aún dentro de la antigua discusión entre el personaje y la fuerza profunda, es difícil imaginar este momento creativo sin un impulso como el que le infundió Portales. A la vez, se ha visto la supuesta indiferencia ante el poder formal por parte del Ministro por el hecho más que extraordinario —y en apariencia no una simple maniobra— de haber renunciado a sus responsabilidades ministeriales en 1831 (si bien el Ministerio de Guerra lo abandonó al año siguiente) y radicarse luego principalmente en Valparaíso, ciudad de la que asumió la Gobernación a fines de 1832, hasta su regreso al gabinete en 1835. La desafección del poder se interpreta como un eslabón que constituye una parte fundamental de su meta anhelada, el logro de la “impersonalidad”, aspecto este que ha sido lo más destacado por la fuerte apología del sistema que llega hasta nuestros días.187

      A este rasgo, acentuadísimo en la obra de Alberto Edwards, se contrapone otra característica del “Estado portaliano”, resaltada por Mario Góngora en su Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX. El Gobierno se apoyaba en un sector social que, aunque no era carente de ideas, y con la salvedad del equipo bastante extraordinario que acompañó el desarrollo del orden impulsado por el Ministro en los años que seguirían, al obedecer en general con casi unanimidad a la autoridad del Ejecutivo, mostraba un instinto de conservación que constituyó la base real del régimen. Formaban esta clase los propietarios agrícolas y grupos encumbrados que confesaban una conciencia de minoría dirigente, algo que se daba especialmente en Santiago, una constante de la historia del país.188 Como se ha dicho, este sector dirigente, notorio desde los orígenes de la independencia, debe ser considerado para este caso como una clase política, término que nunca calza completamente ni con los actores con más recursos dentro de ella, ni con la llamada clase alta. Ciertamente hay una conciencia de unidad del mundo de los propietarios y antiguos “vecinos” —noción fundamental— surgidos del sistema de hacienda y de la relativa homogeneidad del valle central; esto es lo que recogió y acrecentó el sistema o estado portaliano.

      Uno de los ingredientes principales de la acción política de Portales durante sus años como Ministro —que fue, en parte, sustancial al recuerdo póstumo de su obra— era la pedagogía disciplinaria. Me refiero al afán de asegurar el acatamiento de la población a las normas de convivencia política y social, y al funcionamiento del Estado en el horizonte en que aquellas se realizaban, obediencia sobre la cual podría elevarse una elite de la clase política a la que, una vez llegada la necesidad, le estaría permitido al Gobierno abandonar la ley, quizás “interpretándola” o recurriendo a los estados de excepción, y la separación teórica de los poderes y definir, a partir de esa falta de controles, qué se debía hacer con la soberanía. El propio Portales lo dijo, con su característico estilo procaz, en otra carta que envió desde Valparaíso a su hombre de confianza en los círculos santiaguinos, Antonio Garfias, en diciembre de 1834:

      A propósito de una consulta que hice a don Mariano relativa al derecho que asegura la Constitución sobre prisión de individuos sin orden competente de juez, pero en los cuales pueden recaer fuertes motivos de que traman oposiciones violentas al gobierno, como ocurre en un caso que sigo con mucho interés y prudencia en este puerto, el bueno de don Mariano me ha contestado no una carta sino un informe, no un informe sino un tratado, sobre la ninguna facultad que puede tener el gobierno para detener sospechosos por sus movimientos políticos. Me ha hecho una historia tan larga, con tantas citas, que he quedado en la mayor confusión y, como si el papelote que me ha remitido fuera poco, me ha facilitado un libro sobre el habeas corpus. En resumen, de seguir el criterio del jurisperito Egaña, frente a la amenaza de un individuo para derribar la autoridad, el gobierno debe cruzarse de brazos, mientras como dice él, no sea sorprendido infraganti. Con los hombres de ley no puede uno entenderse; y así ¿para qué ¡carajo! sirven las constituciones y papeles, si son incapaces de poner remedio a un mal que se sabe existe, que se va a producir y que no puede conjurarse de antemano, tomando las medidas que pueden cortarlo? Pues es preciso que el delito sea infraganti.

      En Chile la ley no sirve para otra cosa que no sea para producir la anarquía, la ausencia de sanciones, el libertinaje, el pleito eterno, el compadrazgo y la amistad.

      Si yo, por ejemplo, apreso a un individuo que sé que está urdiendo una conspiración, violo la ley. ¡Maldita ley, entonces, si no deja al brazo del Gobierno proceder libremente en el momento oportuno! Para proceder, llegado el caso del delito infraganti, se agotan las pruebas y las contrapruebas, se reciben