Название | La democracia en Chile |
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Автор произведения | Joaquín Fermandois |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789561427280 |
El experimento político en que consistía la creación de la república estaría señalado por dos hechos. Primero, el surgimiento del típico caudillo de armas, que como en toda América hispana provenía de la microsociedad que inspiraba y organizaba el movimiento emancipador, José Miguel Carrera, de notable aunque indisciplinada capacidad militar. No hizo mucha escuela, mas dejó una leyenda detrás de sí, quizás reforzada por su ejecución antecedida por la de sus dos hermanos.137 Él representaba una posibilidad inherente a la política hispanoamericana, en cierto grado también a la política moderna; procedía de la necesidad del momento, esto es, el establecimiento de un sistema que al mismo tiempo pudiera enfrentar el vacío institucional que se estaba formando. Simultáneamente, su accionar osado profundizaba y daría un cariz más violento a las divisiones entre los independentistas.
Hay que resaltar un aspecto que tiene relevancia a comienzos del siglo XIX. La expedición realista dirigida por Antonio Pareja desembarcó en Ancud en 1813 con un número relativamente reducido de efectivos militares, debiendo reclutar a gran parte de la tropa entre indígenas y mestizos, que veían en los delegados del virrey a su autoridad natural. Es una de las tantas manifestaciones de que la emancipación en Chile y en América fue una toma de conciencia por parte de los criollos o mestizo-criollos, quizás con menos pasión o interés por el mundo mestizo-indígena. Es nuestra idea, sin embargo, que los criollos no consistían en una mera oligarquía, ya que albergaban diferencias notorias entre sí, ni eran tampoco una organización homogénea que estuviera formulando un programa orientado a resguardar intereses claros y concretos. Las mismas divisiones entre ellos prueban que se estaban desarrollando, sin demasiada autoconciencia, como clase política, la que, a su vez, a modo de un pilar del Estado que nacía, constituía un germen de la sociedad entendida como una nación. Prácticamente todos los procesos modernos de democratización han tenido una raíz similar.
El fracaso de los patriotas en el campo de batalla hizo asomar una primera crítica política acerca de la experiencia de un gobierno organizado según el consentimiento, que es la larga marcha de la democracia moderna. En efecto, fray Camilo Henríquez relacionó la derrota militar con la falta de entendimiento entre los jefes Carrera y O’Higgins y con las falsas nociones que circulaban acerca de lo que es un gobierno libre:
En medio del funesto imperio de ideas rancias, nació en Chile una idea nueva y perniciosa, causa principal de sus desastres. Ella envolvía el germen de la discordia: ella condujo armada toda la provincia de Concepción a las orillas del Maule, bajo el mando del finado Rozas, y al ejército que mandaba O’Higgins del Maule a las orillas del Maipú: ella como un contagio infesta otros pueblos revolucionados seguida de la anarquía, y es conductora de la servidumbre. Esta falsa idea es la del gobierno representativo, y la del federalismo. Siendo palpable la necesidad de que gobernase uno solo, se creyó que la suprema dicha del país consistía en el establecimiento de un gobierno representativo, compuesto de tres personas, elegida cada una por uno de los tres departamentos en que se imaginaba dividido el reino. Aquellos en cuyas cabezas bullía la legislación de Norte América no advertían que allí es solo representativo el cuerpo legislativo: ni conocían a los departamentos bárbaros y pobre de que hablaban, ni echaban de ver las semillas de la discordia que envolvía este orden de cosas.138
Camilo Henríquez —que después corrigió un tanto su opinión lapidaria— las emprende contra el sistema colegiado, que es lo que quiere decir al hablar de “representativo”. El modelo regulador se encuentra en Estados Unidos y, a saber, lo que está tácito en el texto es una reflexión que acompañará para siempre a la república, que la democracia es un aprendizaje, una experiencia, una educación. La democracia no creció como planta originaria de su propia experiencia, aunque a través de la teoría del pacto tenía alguna conexión con la cultura del mundo hispano. Cabe preguntarse si Camilo Henríquez se equivocaba al creer que el sistema colegiado es producto de una pura idea o si acaso lo era también del simple acuerdo, bien poco práctico, de jefes y caudillos para compartir las responsabilidades.
Sin embargo, el conflicto desatado hundía sus raíces en la sociedad chilena y en todas las de la América hispana. Solo una paz cartaginesa lo hubiera podido acallar, posibilidad que estaba vedada no porque España representara una noción de moral política superior (o inferior), sino porque la monarquía no tenía los recursos para un aplastamiento permanente de los sublevados —imponer la paz de los cementerios—, y a la vez afrontar la hostilidad inglesa y, más tarde, con mucha probabilidad la norteamericana. El sometimiento no se llevó a cabo en ninguna de las dos Américas, aunque, como se decía, fue increíblemente sanguinaria en algunas regiones y también lo serían los conflictos internos que continuaron después de la derrota de la Corona. La experiencia imperial del siglo XIX mostró algunos casos de exterminio masivo, aunque, mirada en su conjunto, estos fueron más bien excepcionales.139
La impresión podría ser que primó una tendencia civilizatoria que no permitía arrasar con los vencidos. Si hubo rasgos sanguinarios, se debió a que los conflictos entre fuerzas regulares e irregulares han sido, congénitamente, los menos susceptibles de ser limitados por los usos humanitarios y, más tarde, por la respuesta inicial del derecho internacional a este problema, contenida en el Primer Convenio de Ginebra en 1864. Se puede decir que afirmaciones como estas desconocen la violencia entre Estados: que junto a la lucha de fuerzas regulares, digamos dos regimientos que chocan hasta que uno es vencido, se producen las ocupaciones, los excesos, la guerra irregular. También se ha establecido que la limitación de la guerra se alcanza solo entre países que tienen nociones culturales comunes; fuera de ese espacio de convergencia existe “legitimidad” inevitable para cometer excesos. Los grandes genocidios políticos del siglo XX, comenzando en orden cualitativo por el Holocausto, no permiten efectuar afirmaciones muy seguras sobre esa evolución de la guerra moderna en el espacio europeo, o respecto de aquellas conflagraciones ocurridas fuera del Viejo Continente, pero influidas por las ideas y fórmulas europeas.
En Chile, se reitera, la guerra fue menos violenta que en otras partes de América y la represión ejercida por ambos bandos fue relativamente limitada. Sin embargo, hubo batallas que, vistas en conjunto, representaron varios miles de muertos. Aquí hay otro problema para clarificar. Al no ser una sociedad propiamente democrática, en su mayoría los muertos no tenían nombre, no dejaban atrás grupos sociales conocidos, familias, asociaciones o cualquier tipo de expresión más o menos plural de que ellos morían en tal o cual condición. En esto, la guerra todavía no era democrática en su legitimación. Pero fue sin duda la experiencia de la guerra la que crearía el foso definitivo que fortaleció el desacato a la Corona.140
2. PREFACIO A LA REPÚBLICA: ENTRE LAS PERSONAS Y LAS INSTITUCIONES
Dirigentes, caudillos, herencia y cambio
Las alternativas de la guerra y la experiencia de los patriotas al otro lado de los Andes, así como después el triunfo relativamente rápido de sus armas entre Chacabuco y Maipú, tendrían consecuencias importantes para la institucionalidad chilena si aceptamos una explicación personalista del proceso en esta fase. Esta fase de la guerra hasta Maipú duró poco más de un año, entre febrero de 1817 y abril de 1818, con batallas sanguinarias y algunas ejecuciones posteriores, nada sin embargo al lado de lo que se vio en otras guerras de América hispana. Tras la toma de Valdivia siguió lo que podríamos decir una guerra sucia contra bandas realistas inevitablemente derivadas en montoneras semidelictuales en el sur de Chile y, finalmente, la toma de Chiloé. Con todo, era un resto. La ahora república había obtenido su independencia definitiva