Название | La democracia en Chile |
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Автор произведения | Joaquín Fermandois |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789561427280 |
Raíz y despertar de autonomía e independencia
El capítulo acerca de los precursores de la independencia presenta en Chile un rostro menguado, ya que no fue un proceso muy largo. De hecho, una de las cuestiones más extrañas en torno a este fue la rapidez con que se desarrolló la disposición a la autonomía primero y casi inmediatamente la de la emancipación más completa; no es extraño en la sociedad humana, pero no sucede por doquier ni en todo momento. De allí que no haya demasiado precursor del movimiento emancipatorio.94
Lo que sí se había dado era una clara distinción entre esa parte de la administración política que estaba ocupada fundamentalmente por españoles designados por la Corona, a veces también por inmigrantes llegados del norte de España en el XVIII, y que conservaban por un par de generaciones la idea de ser diferentes —y mejores— a los nacidos en Chile; y, por otro lado, estos últimos, los criollos. Se trata de una capa que desde el punto de vista étnico no podría ser clasificada de mestiza, aunque, como se ha dicho, las fronteras entre lo criollo y lo mestizo eran difusas y porosas; intuimos esto, pues sería demasiado extraño encontrar una familia cuya genealogía haya tenido una existencia larga sin alguna combinación con los mestizos o con los indígenas, o con ambos.95 La palabra “elite” no le calza completamente, aunque en general identifica a estratos relativamente altos de la sociedad, si bien incluyendo a aquellos que, a falta de un mejor concepto, podríamos llamar “sectores medios”.96 Estos grupos no pueden ser asimilados ni a los pied noire (Argelia) ni a los colonos anglosajones en la antigua Rhodesia del Sur (Zimbabwe). Sobre todo, en este último caso no alcanzaron a ser masa crítica como para encabezar una autonomía; en Argelia pusieron su fe en la mantención de un statu quo imposible. La misma tensión original entre criollos y españoles puede ser extendida a otras regiones hispanoamericanas, aunque en la mayoría de ellas con toda probabilidad la distancia entre mestizos y criollos era mucho mayor.
Es claro que el origen de las repúblicas hispanoamericanas radica en las grandes oleadas que transformaron la vida política de Occidente entre fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, y que generalmente son resumidas en dos momentos: la independencia de Estados Unidos y la Revolución Francesa; se añade a esto algo menos global, pero de un alcance enorme, la expansión napoleónica y la crisis de la monarquía española. El fenómeno que está detrás de los dos primeros eventos corresponde al surgimiento de la política moderna, que desde luego no crece de la nada. Aún sin crisis de la monarquía española, en la manera como ocurrió —con ocupación por tropas extranjeras— se hubiera producido un remezón a la estructura de gobierno de lo que se llamaba Las Indias. La destitución en la práctica de los Borbones, más o menos tolerada por estos, muy indigna, les sustrajo ese halo mágico, intangible, que sustenta a todo orden político, en especial al monárquico. La esencia de la institución se había evaporado. Tenía entonces que surgir una pregunta por la legitimidad de cada una de las autoridades nombradas o dependientes de la Corona. Habrá de todas maneras que destacar que la estructura de poder en Indias tenía peso y fue una escuela de aprendizaje menor que la de las colonias anglosajonas. Con todo, efectuó un aporte a la posterior construcción republicana.
No obstante, es posible también preguntarse, efectuando una muy forzada hipótesis contrafactual, si las tendencias sobre emancipación acaso no hubieran existido de todas maneras, aún sin la formación de la política moderna y sin la crisis de la monarquía. Dejando de lado la primera, por ser quizás demasiado fantasiosa —Grecia y Roma por lo demás ofrecen ejemplos al respecto, en cuanto a que siempre había una posibilidad republicana—, la ocupación de España por Napoleón se presenta como causa muy poderosa para explicar la independencia y la formación republicana. Dicho esto, sin embargo, debemos atender a la tendencia de largo plazo de crisis del sistema político español, que iba en dirección de colisionar con las ideas políticas modernas, en un típico caso de adaptación que no se realizó en el momento necesario. Esta crisis tendría que arrastrar también a sus posesiones en América, si bien lo hizo de una manera diferente con respecto a los territorios que mantenía en otras partes, como las islas Filipinas.
Existe, sin embargo, en la historia de los imperios de colonización una tendencia que, a falta de un mejor nombre, se puede llamar “natural”, según la cual en el largo plazo estos se van acercando a una disgregación debido a las orientaciones autonómicas de sus posesiones.97 En la era de los Estados nacionales, los imperios fueron sometidos a una tensión adicional que tenía que erosionarlos; además, en América hispana España al final terminó formando naciones, no como un proyecto sino como resultado de su organización y de los tres siglos de período colonial.98 Salvo en algunos casos en donde por motivos particulares existe una adhesión que se considera vital al orden metropolitano, como es en la actualidad el caso de Gibraltar y Nueva Caledonia (quizás en las Malvinas, caso muy especial porque la república argentina jamás reconoció la legitimidad de su ocupación), lo que tiende a vencer es siempre la corriente que lleva a la autonomía o a la independencia. En este sentido, la independencia de los países hispanoamericanos constituía uno de esos hechos que lindan con lo irrefrenable, casi imposible de torcer, aunque no creo en la inevitabilidad en la historia. En algún momento, el asunto de quién nombra a la autoridad se volvió contencioso y originó la cuestión independentista, hubiera o no motivos que podríamos considerar reales.
Aunque las causas de la independencia hispanoamericana que se podrían llamar “locales” son múltiples y varían de país en país, no sería aventurero suponer que había algo común, que incluía a Chile. Esto es, que el estilo de gobierno de la Corona no permitía algún grado de representación política o de autonomía a los criollos; a esto se añadía un segundo presupuesto, el que los españoles desconfiaran sistemáticamente de ellos.99 No fue extraño entonces que desde temprano creciera una distancia —como siempre, acompañada de algún tipo de atractivo oculto— entre los criollos y la gama de funcionarios españoles cuya línea de mando culminaba en la Real Audiencia y en el gobernador mismo. Aquí había una semilla que no se iba a erradicar. Una segunda causa tenía que ver con las medidas de la Corona a lo largo del siglo XVIII. Por una parte, las reformas borbónicas supusieron un mayor control por medio de la verticalidad y de la eficiencia, aunque mermaron los usos y costumbres que en la práctica habían implicado algún grado de autonomía. Casi inseparable de todo esto fue también que las angustias financieras de Madrid, en síndrome parecido a tantas historias imperiales, llevaron a una intensificación tributaria que, racional o no, profundizó la distancia.100
Verbalización y acto de inicio
La aparición intempestiva del lenguaje de la política moderna le daría discurso y sensación de hallarse a “la altura de los tiempos”, aunque algunas investigaciones más recientes han mostrado cómo su lenguaje había comenzado a desarrollarse en la segunda mitad del siglo XVIII.101 Lo que sí se había formado en Chile, como en otras partes, era la conciencia, con leves toques de orgullo, de pertenecer a un país, de ser chilenos; como revelan las palabras finales, conservadas para la posteridad, del abate Molina en su exilio italiano, expresando su voluntad de beber por última vez las aguas frescas de las quebradas de Chile.102 Las historias que se habían escrito, el arraigo que denotaban criollos y mestizos, ya fuera como expresión de una cultura popular y de otra algo más sofisticada y elitista, todo esto en su conjunto había constituido una base de esta conciencia. Existía esa conjunción de paisaje e historia que creaba una realidad, un sistema social y las bases de eso que se ha llamado país o Estado nacional, aunque no se usen siempre en el mismo sentido.103 Sobre todo, como en los procesos de descolonización del siglo XX, existía un marco universal que favoreció la tentación independentista. En su origen el español había sido un “imperio misionero”, herencia o rescate de la unidad cristiana de la civilización occidental, que se había diluido desde el 1300. El mismo imperio, a raíz de su decadencia y de la gravitante transformación del mundo que se simboliza con el nombre y fecha de Westfalia (1648/49), significó el aminoramiento de la fuerza de la idea imperial en España y el surgimiento paulatino de la conciencia nacional. Esto llevaría a un cambio de legitimidad en las relaciones atlánticas que reforzó la impresión de originalidad del Nuevo Mundo, alimentado por el fenómeno difuso, pero no menos real, de la “ilustración española” y el debate por la decadencia —raíz de las “dos Españas”— que planteó un tema de larga