Название | La democracia en Chile |
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Автор произведения | Joaquín Fermandois |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789561427280 |
1. DEL ORDEN IMPERIAL AL BALBUCEO REPUBLICANO
Orden prepolítico de la sociedad arcaica
Las estructuras de organización política de los pueblos precolombinos en la zona de Chile habían sido influidas escasamente por las formas sobrepuestas del imperio incaico. La estructura tribal permitía a lo más una suerte de alianza ocasional con otros grupos y la figura del cacique era irreemplazable. Las experiencias iniciales y después seculares con el mundo mapuche dejaron ver lo mismo. Se trataba de relaciones inherentes a lo que en general podemos llamar “sociedad arcaica”, previa a aquella que modernamente es llamada “sociedad compleja”, asimismo a veces “civilización”.79 Como bien sabemos, el corte entre lo “primitivo” y lo “civilizado” nunca es absoluto; el pasado más remoto tiene tendencias a retornar. La misma trayectoria de estos pueblos hace que rasgos reconocibles de las relaciones de poder del mundo originario se traspasen a la sociedad tradicional, colonial, y a la moderna. En muchas partes del mundo, como por ejemplo en las sociedades árabes, lo tribal constituye un rasgo definitorio del presente, sin que existan mayores indicaciones de que se estén disolviendo. De manera mucho más atenuada, esto también es cierto para los países hispanoamericanos y para Chile en especial, aunque aquí el cacicazgo en el mundo republicano tuviera validez solo como metáfora.80
En los mapuches, incorporados al Estado nacional moderno a partir de la llamada Pacificación en el siglo XIX, la idea de clan aparecería más apropiada que la de tribu y asoma todavía como un rasgo acusado con relación a la sociedad chilena, aunque ello suceda solo en la región de La Araucanía, quizás no definitorio en el siglo XXI.81 Es probable que la organización tan fragmentada en pequeñas tribus o clanes haya sido una raíz de su debilidad en la adaptación a una sociedad compleja, como lo iría siendo Chile en su paso del período colonial al republicano. Por otro lado, en términos bélicos los mapuches fueron capaces de mostrar esporádicamente un frente más o menos común, relativamente organizado. Como sabemos, los talentos de organización militar no son los mismos que los políticos y, una vez llegados los tiempos republicanos, no supieron, no pudieron o no les fue permitido hacerse presentes como un grupo de interés en el Chile decimonónico ni quedaron completamente fundidos en él.82 Podría ser considerado como otro caso clásico de un pueblo de una sociedad arcaica que se defiende con algún éxito, armas en mano, frente a la expansión de un pueblo perteneciente a la sociedad compleja o civilización, un imperio poderoso como el español, aunque finalmente los mapuches en ese enfrentamiento estaban condenados a una derrota de consecuencias en el largo tiempo.83 Como en muchas partes del mundo, los indígenas llegarían a ser una minoría en su propia tierra.
En el resto del territorio del Chile tradicional —desde Copiapó al Bío-Bío, más algunos enclaves— la fusión de etnias durante el régimen colonial sería lo más característico, arrastrándose por los casi tres siglos, aunque todavía en el XVIII había algo más que vestigios de pueblos de indios en el valle central. La realidad más determinante de estos grupos estuvo constituida por el fenómeno del mestizaje, común en América, en lo que fue una particularidad casi exclusiva de la empresa de expansión de los imperios de Portugal y de España, al menos en relación con Inglaterra y más adelante Francia.84 Este trasfondo dejó una impronta en gran parte de la sociedad chilena, aunque en grados distintos, exceptuando a los inmigrantes europeos y árabes arribados a partir de mediados del siglo XIX. Alrededor del año 2000 comenzaría a llegar otra fuente de mestizaje, el hispanoamericano y afroamericano —haitiano, sobre todo— que quizás en un cierto plazo va a infundir un nuevo matiz a la definición étnica de Chile. En los siglos coloniales, la frontera entre los mestizos y los criollos tampoco estaba fijada con claridad y por eso la cultura mestiza va a tener alguna presencia en casi la totalidad de la población del país, incluyendo a los criollos como clase dirigente.85 Se podría decir que el mestizaje es el sustento más profundo de la sumisión y no participación en la estructura pública y política, si no fuera porque en África negra —sin mayor mestizaje— a más de medio siglo de la descolonización, los sistemas democráticos anclaron mucho menos.
Esta base social constituía una fuente de rebeliones potenciales, o quizás de ese tipo de indiferencia que algunas tendencias intelectuales contemporáneas denominan, con generosidad romántica, “resistencia”. No es el cimiento sobre el cual se podría levantar con facilidad un tipo de actitud del colono libre o del comerciante, en el caso de que ambos estén provistos de un lenguaje que fundamentara una política republicana, aunque fuese de tendencia aristocrática u oligárquica en una primera fase. Solo en el curso de la segunda mitad del siglo XIX se podría encontrar un proceso social y político que paulatinamente vincularía a los diversos sectores sociales como germen de lo republicano. Sin embargo, la minoría más puramente criolla, al igual que en toda América hispánica, tampoco poseía una noción tan exclusiva de sí misma suficiente para plantear un régimen de segregación, estilo apartheid, como doctrina universal. En la práctica, existía esta separación, sin que dejara de haber una cierta fluidez entre lo mestizo y lo criollo, como se vería a partir de la independencia.86 Así se creó una sociedad más multiétnica que en América del Norte, pero con menos cimiento para un desarrollo democrático.87 La estructura étnica y social de Chile, una combinación de lo socioeconómico con lo cultural, como en gran parte del mundo, creaba obstáculos para el surgimiento de una república moderna que favoreciera a los procesos de modernización o democratización, tal como se dieron en Europa Occidental y en las colonias de la costa Este de América del Norte. Lo social y lo étnico no lo son todo; falta la práctica y la conciencia política.
Base política colonial y fuerzas de emancipación
La estructura misma del poder en América hispana y en Chile, encabezada por el gobernador —y, más arriba, el Virrey y la Corona—, proporcionaría algunos elementos que se traspasaron a la república naciente a partir de 1810.88 Sus principales entidades eran el gobernador provisto de completas atribuciones, aunque limitado no solo por la dependencia de Lima y a la Corona, sino que por los juicios de residencia que traslucían la precariedad muchas veces caprichosa de las posiciones en el antiguo régimen89, y por otra parte tenía algo del afán de supervisión en el sentido de la moderna Contraloría, aunque ejercida las atribuciones con discrecionalidad muchas veces veleidosa.90 Era una huella del absolutismo real que no podría ser asimilada a un caudillismo hispanoamericano del siglo XIX o a las dictaduras del XX; mostraba, eso sí, la omnipresencia de la corrupción. Es probable que, en términos de cultura política, la tradición presidencialista de las repúblicas hispanoamericanas provenga de una herencia monárquica, convirtiéndose el presidente en un sustituto de la figura paterna encarnada en la Corona proyectada a la nación.91
Se le añadía una suerte de contrapeso, germen o balbuceo de lo que se llama división de poderes, sin que esta figura en ciernes se pudiera asimilar a la noción de pluralismo en la política y en las instituciones modernas. En un lugar preponderante estaba la Real Audiencia, pilar de la lealtad hacia la Corona e investida por peninsulares y por americanos de confianza. Con menor influencia estaban los cabildos, representativos de los criollos entendidos como “vecinos”, lo que en la práctica constituía una suerte de restricción censitaria; además, rasgo muy universal, operaban como centros de representación de redes familiares, en una sociedad más estamental que de clases.92 En tercera línea, la Iglesia se erigió en algo así como lo que después se llamaría un “poder paralelo”, fusionado con el Estado indiano a la vez que claramente autónoma, reproduciéndose la pugna entre el cesaropapismo y el anhelo de la preeminencia de la Iglesia sobre el Estado. Existía en la práctica un dualismo de poderes entre el Estado y la Iglesia, que nosotros podríamos definir como un antecedente del pluralismo político, aunque lejos de una poliarquía, para emplear un lenguaje moderno. Ambos eran dos poderes que vivían en simbiosis, al mismo tiempo manifiestamente diferenciados, y la institución del patronato la inclinaba relativamente más hacia el polo cesaropapista, de control real (gubernamental) sobre la Iglesia. Durante el período colonial, como en toda la América española, no alcanzó a formarse una polaridad donde emergiera lo que se podría llamar una tendencia secular.93 Estallaría con la emancipación a partir de 1810. Previo a este fenómeno, no se daría la experiencia del autogobierno, como dentro de algunos