Название | El castillo de cristal I |
---|---|
Автор произведения | Nina Rose |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789561709249 |
—Lo prometo.
—Lo siento, no creo haber entendido bien. ¿Dos meses y medio fuera?
—Lo siento, señor. Pero es un trabajo importante
Ábbaro aún miraba, incrédulo, la bolsa de cuero con los ryales que Rylee había dejado sobre su escritorio.
—Y ese trabajo importante, que por lo demás cumple con todos los requisitos de lo que tienes PROHIBIDO hacer, involucra al tipo raro de la Posada de Nan.
Por supuesto que Stinge sabía del incidente. Casi la totalidad de la ciudad seguramente ya rumoreaba sobre el asunto; muchos habían visto a los gemelos que la llevaban escaleras abajo, desmayada; otros tantos habían oído a Ánuk ladrar o habían visto al forastero cuando llegó a la posada. Había tantas versiones de la historia como habitantes en la ciudad, pero obviamente Ábbaro tenía la única versión acertada, aunque incompleta, seguramente de boca de la propia Nan.
—Involucra a un cliente exigente, un trabajo demandante y una buena paga —respondió Rylee con firmeza—. Mi trabajo en el burdel no es urgente, y sabes de sobra que hay gente en Villethund que haría cola para trabajar cerca de Ruby o en cualquier lugar donde tu presencia y tu dinero estén de por medio.
—Aún así, dos meses y medio es demasiado, chica.
¿Era preocupación lo que captaba en su voz?
—Sé que nunca he estado fuera por más de un par de semanas, pero este trabajo me lo exige. Ya estoy comprometida con él y aunque no quieras tengo una... obligación moral.
—¿Y a ti desde cuando te importa la moral? —rió.
“Desde que mi vida depende de ello”.
—Que tú no sepas comprender el concepto no significa que yo no lo entienda —respondió.
Ábbaro se levantó de su escritorio y se paseó por la habitación. Con su porte y esa aura casi erótica que emanaba, cualquier mujer se sentiría, por lo bajo, intimidada y acalorada. Pero Rylee, acostumbrada al “paso de la pantera en celo”, como la llamaba, se mantenía impertérrita en su asiento, esperando.
Francamente, le importaba un rábano y medio la respuesta. Tenía que ir a buscar ese objeto, ese cristal faucomosellamase y entregárselo al mo d’ahksue antes de sesenta días; había sobrevivido cosas difíciles y ésta no sería una excepción.
Se tocó el hombro izquierdo con cautela. Allí, donde el dolor y el frío habían sido casi insoportables, había ahora una larga rama de espino grabada en su piel, formando un espiral que terminaba —o empezaba, dependiendo— justo sobre su corazón. Habían exactamente sesenta espinas —las había contado todas unas cuatro o cinco veces para asegurarse.
—Bien —Ábbaro se había detenido justo tras ella, inclinándose hacia su oído para hablarle casi en un susurro— tienes mi permiso para ir. Pero te advierto que si no regresas pasado el plazo, iré personalmente a perseguirte, aunque tenga que recorrer medio Rhive para encontrarte —y con un movimiento rápido le cortó un mechón de cabello.
—¡Oye! ¡Pero qué...! —se dio vuelta sujetándose el cabello, que llevaba convenientemente amarrado en una coleta, para ver la sonrisa triunfal de Ábbaro.
—Un recuerdo. Vete entonces, querida, no querrás que el tiempo se te venga encima, ¿no?
Rylee se levantó ofuscada. Miró a Stinge con molestia y, con toda la dignidad que pudo, salió dando un fuerte portazo.
Rylee nunca se había cortado el cabello. Bueno, sí, pero solo cuando notaba que ya estaba demasiado largo; sin embargo, jamás lo había arreglado con esos cortes extraños con capas, colores y esas cosas que hacían otras chicas de la ciudad. Su padre siempre había dicho que Rylee había heredado el cabello de su madre y ella lo atesoraba como su único recuerdo; pero, como nunca había sido vanidosa, se limitaba a mantenerlo sano y limpio.
Así que cuando llegó a casa después de haber pasado por la peluquería, Ruby estuvo a punto de caerse de espaldas.
—Con un rostro tan bonito como el tuyo —le decía mientras bebían té—, es casi un pecado que jamás te hayas preocupado de cortarte el cabello acorde a tus atributos. Tenía que venir Ábbaro y robarte un mechón.
—Mi apariencia no importa con el trabajo que tengo, Ruby.
Ruby rió ante el desdén de Rylee por su apariencia. La niña nunca se había molestado mucho en arreglarse: usaba ropa cómoda, para nada ajustada (a excepción del traje de gatosombra que le había regalado en su décimo octavo cumpleaños) y mucho menos reveladora; se amarraba el cabello en trenzas o coletas, o lo sostenía con gorros cuando hacía frio para que no le molestara; tampoco se maquillaba. Habiéndose criado en un burdel, era muy extraño que jamás se hubiese preocupado de verse bonita, ni siquiera cuando estuvo enamorada de Anwir.
Rylee, por lo demás, no era consciente del efecto que podía tener sobre los hombres. Ruby la contempló, viendo esos hermosos ojos pardos; los rasgos finos y elegantes con su piel suave y ligeramente dorada por el sol. Con ese hermoso cabello, de un rico color caoba matizado con destellos rojos y dorados, Rylee podía ser considerada una de las muchachas más bellas de Villethund.
—¿Qué? —le preguntó Rylee al verla tan absorta en su imagen.
—Nada. Solo admiraba lo bella que eres —se levantó y se puso detrás de la muchacha, cepillándole el cabello con los dedos—. El corte te queda bien, te lo puedes sujetar en una coleta si lo necesitas —súbitamente se inclinó y abrazó a Rylee con ternura—. Prométeme que tendrás cuidado —le susurró acongojada.
—Lo prometo —respondió Rylee intentando no sonar compungida y aferrando fuertemente el brazo de su protectora.
—No rompas muchos corazones. Con ese corte de cabello nuevo dejarás una estela de hombres a tu paso.
—No digas esas cosas —sonrió—, es solo un trabajo.
Pero no era solo un trabajo. Había algo más en todo lo que estaba pasando y un horrible sentimiento de terrible inevitabilidad agobió a Ruby. “Diosas mías, protejan a esta niña”.
—¿Ya se fue?
—Acaba de partir.
—Te ves triste.
—Lo estoy. Ella es mi única familia. Ánuk también.
—Esa chica sabe cuidarse —dijo Ábbaro Stinge mientras terminaba de sacar unas cuentas en un enorme libro. Miró a Ruby, que se sentó frente a él con la preocupación estampada en el rostro.
—No dudo eso. Pero, ¿será suficiente? ¿Qué sabemos de ese hombre? Que tenía dinero y que la mandó a hacer algo peligroso, lejos. Pensé que no le darías permiso.
—Rylee no es tonta, no haría nada que no se supiese capaz de lograr. Además, la conoces mejor que yo: de habérselo prohibido, esa necia simplemente se hubiese escabullido fuera de la ciudad en cuanto tuviera la oportunidad.
Ruby se mantuvo en silencio, pensando en lo que Ábbaro acababa de decir. Rylee era inteligente; sabía muchas cosas porque leía mucho y escuchaba aún más. No era imprudente al punto de la estupidez, aunque a veces su espíritu aventurero le jugaba en contra.
—Ten —Ábbaro le lanzó un pequeño frasco; dentro había...
—El cabello de Rylee.
—¿Creíste que se lo había cortado por nada? Sé que puedes hacer algo con él; he leído de esas cosas. Lo mantendremos aquí —indicó una de las repisas, mientras seguía anotando en el enorme cuaderno— si