Название | El castillo de cristal I |
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Автор произведения | Nina Rose |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789561709249 |
Cerró los ojos, concentrándose en el hechizo, sin percatarse de la discreta mirada y la sonrisa cálida y satisfecha de Ábbaro Stinge.
Rylee tenía mucho que hacer antes de irse. Tras despedirse de Ruby se dirigió inmediatamente al único lugar de la ciudad donde podría encontrar la información que necesitaba: la Casa del Conocimiento.
Ubicada al noreste, casi en el límite con el Bosque de Marfil, la biblioteca era la construcción más antigua de la ciudad. Era una de las Cinco Salas del Saber, siendo las otras el Salón de los Sabios en Anthar, el Reino del Hielo; la Cámara Blanca en el Castillo de Cristal; la Gran Biblioteca en Athak-Hamman, el Reino de Arena y la Sala de las Palabras en la Isla de los Elfos.
El Yuiddhas, que tenía (por ahora) el control sobre dos de ellas, había cerrado la Cámara y la Casa del Conocimiento en cuanto derrocó al Rey; ésta última trabajaba hoy en la clandestinidad y solo aquellos que conociesen la clave tenían permitido el ingreso, por la parte de atrás, claro está.
Rylee, asidua visitante de la biblioteca aun antes del Yuiddhas, se las había arreglado para conseguirse, hace varios años, la contraseña para entrar. Desde entonces había sido una de los pocos clientes que mantenía el lugar.
Se colocó frente a la puerta correcta y dio dos golpes secos. Un momento después, tres golpes sonaron desde el otro lado y alguien bramó:
—Duh igh seh? —“¿Quién eres?”
Rylee se aclaró la voz y pronunció:
—Vah igh shibban —“Soy un amigo”
Un cerrojo abierto y el sonido de cadenas le indicaron a la muchacha que era bienvenida. Pasó veloz y fue directo a la oficina de Sahra, la encargada de la biblioteca, una mujer mayor, descendiente de los Sabios3, los mensajeros de las Diosas. Ellos habían trasmitido los conocimientos a las tribus primigenias; las Hermanas habían encomendado a cinco de ellos que se quedasen y protegieran el saber, estableciéndose luego las Cinco Salas.
Sahra tenía los rasgos de sus ancestros: bajita, un poco rechoncha, de manos largas y fuertes, ojos grandes y brillantes que podían ver hasta en la más absoluta oscuridad y pequeñas plumas de color blanco que salían de sus pómulos. En cuanto Rylee entró, su pequeña boca esbozó una sonrisa.
—Señorita Mackenzie, ¿cuál es el apuro?
—Sahra, no tengo tiempo de leer nada. Necesito que me responda algo usted misma —se sentó frente al escritorio, abarrotado de libros y pergaminos.
—Por las Diosas, niña, ¿qué sucede?
—Necesito saber cualquier cosa que pueda decirme acerca de la Piedra del Guerrero.
5
La petición de Rylee había tomado por sorpresa a Sahra. La mujer miró fijamente a la muchacha, preguntándose dónde y por qué había escuchado ese concepto.
La Piedra no era del conocimiento público, al menos no del nivel en el que se movía Rylee; pero, por otro lado, la niña era más inteligente, atenta y perspicaz que muchos de los habitantes de esa ciudad. Viendo la urgencia en sus ojos pardos, Sahra, encantada como siempre de la curiosidad de la muchacha, comenzó:
—La Piedra del Guerrero, en el maggena llamada fadh u taegjhang, es un cristal mágico, la primera de tres piezas que forman un poderoso brazalete, el buhra taegjhang. Fue otorgado al más leal de los guerreros del Rey, para luchar contra la acometida de la oscuridad que portaban los Espíritus Grises en su alianza con los que deseaban tomar el control de los Reinos durante la Segunda Guerra.
»Cuando la guerra culminó, largos años de paz bendijeron Rhive y los otros Reinos. Cuando el General murió, decretó que el brazalete fuese dividido y escondido para que ningún enemigo pudiese nunca obtenerlo. Solo el verdadero Guerrero sería capaz encontrar y reunir las piezas. Así, quien obtenga el brazalete, será el poseedor de su gran poder y será declarado el nuevo General de los Reinos, al cual obedecerán todos aquellos que sean fieles a su causa.
—Y ¿cómo se sabrá quién es el nuevo guerrero? Porque cualquiera con los recursos podría averiguar donde están las piezas, ¿no? ¿Cómo saber si es el “elegido”? —pensó en el nigromante y un escalofrío le atravesó la espalda.
—Veras, antes de morir, el General redactó una carta, una profecía. En ella describía al próximo guerrero y las circunstancias de su llegada. Tengo por acá una transcripción —se levantó y sacó de un estante una enorme caja de cristal empolvada, desde donde extrajo un sencillo y viejo pergamino— ajá, este. La carta original se encuentra en el Castillo, pero se hicieron algunas copias para ser repartidas a las Cinco Salas del Saber y a un par de islas. —Tomó aire y comenzó a leer:
“Días de sombra arrecian al reino,
muerte y caos porta el traidor,
dos le bastarán para multiplicar su poder,
antes de quebrar la corona.
Más en la desesperanza nacerá quien traiga luz.
Del fuego brotará el General de los Reinos
Forjado por el amor y la muerte
A su llamado responderá la bestia
Y será con él para siempre como uno
Dos traiciones sellarán su destino:
La codicia marcará,
Mas los celos atravesarán su pecho
Su sacrificio llenará el cielo de ceniza
Y su regreso traerá el cierre”.
Rylee meditó. ¿Por qué nadie podía hablar claro en las profecías? Nadie decía “se llamará tanto, nacerá tal día, tiene un lunar en la nariz y un ojo medio tuerto“ preferían inventar esos versos sin sentido y complicarle la vida al mundo. ¿No se había estado muriendo ese pobre hombre? ¿Había preparado con antelación lo que había escrito? ¿Lo había hecho por el drama?
—¿Rylee?
—¿Sí? Sí. La escucho.
—En fin —guardó el pergamino—, como ves, solo el general puede unir las piezas y usarlas.
—Y digamos que, hipotéticamente, alguien averigua dónde está ese cristal... piedra... cristal. En fin, si lo tiene, ¿qué pasa entonces?
—Bueno, en esencia, el poder está guardado en el cristal. Desconozco el alcance de esa magia, pero supongo que alguien versado podría sacar provecho de ella, aunque es difícil, extremadamente difícil. Podría salir muy mal herido, ya que la magia del brazalete solo responde a su dueño y él es el único a quien no puede nunca lastimar.
—Ya veo. ¿Y cómo es exactamente ese cristal?
—Estas haciendo muchas preguntas, niña. ¿Acaso planeas robarlo? Sé en lo que trabajas —su tono era acusador, pero juguetón.
“Me atrapaste”.
—Qué cosas dice, Sahra. ¿Cómo podría yo robar algo cuya localización es desconocida y cuyo poder excede su propio saber? Tendría que estar loca —“O muriendo”, agregó para sí—. Solo tengo curiosidad, usted sabe que soy así, me conoce.
La chica tenía un punto: desde niña que había sido muy preguntona. Por eso le gustaba tanto que Rylee la visitara; siempre estaba ávida de conocimiento y Sahra estaba más que dispuesta a enseñar todo lo que pudiese. Después del cierre de la biblioteca, sentía que el saber que tantos años había cultivado