Название | El castillo de cristal I |
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Автор произведения | Nina Rose |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789561709249 |
El hombre la soltó, pero seguía incapaz de moverse.
—Has de saber que una maldición lanzada por un nigromante como yo es imposible de romper excepto por el que dicta la sentencia, por lo que si fallas o no llegas a tiempo, las espinas te matarán. Recuérdalo: solo yo puedo romper la maldición que te he dado. La reliquia que debes recuperar es un cristal: el Fadh u Taegjhang conocida comúnmente como la Piedra del Guerrero o la Primera Pieza. Encuéntralo, tráemelo y te liberaré de la muerte y de tu esclavitud. Cuando estés lista, sabrás que hacer para llamarme.
La sombra se hacía cada vez más grande. Rylee pudo ver, con horror, que había figuras humanas, espectros, moviéndose dentro.
—En dos días —siguió— deberás ir hasta este punto del Bosque de Marfil
—un mapa se materializó con las coordenadas que señalaba el lugar— según mis cálculos, allí es donde deberían estar entonces. Búscalos, pídeles ayuda, diles que quieres advertirles de un ataque inminente, que los persigue un ejército, pon de tu cosecha para que suene más convincente. Crearé entonces la instancia para infiltrarte, pero tu estadía dependerá de cuán inteligente seas. Buena suerte, pequeña Rylee.
La sombra rodeó el nigromante, engulléndolo y desapareciendo en la nada. La movilidad retornó al cuerpo de Rylee, pero ella se sentía incapaz de moverse. Entonces, consternada y sin poder sostenerse más, cayó desmayada.
Lo primero que vio al despertar fueron los ojos preocupados de Nan Pezzi. A medida que su visión fue ampliándose, notó que varios Pezzis estaban a su alrededor, todos luciendo inquietos pero aliviados de verla despertar. Sintió el hocico de Ánuk en su mano y comprendió que su amiga estaba echada a su lado.
Al intentar incorporarse, la mano firme y cálida de Nan la sostuvo impidiéndole cualquier intento de alzarse de la cama.
—Aún no, niña.
—Estoy bien, Nan.
Ánuk bufó.
—Al menos espera que llegue Ruby. Mandé a uno de los chicos a buscarla para que te lleve a casa.
A Rylee le fastidió que se tomaran esa atribución. No quería preocupar a Ruby más de lo que ya estaba luego de contarle de las pesadillas, pero sabía que tarde o temprano la mujer se enteraría y entonces sería mucho peor. Las noticias viajaban rápido en Villethund, aún más rápido si tenían relación con Ábbaro y el triple de rápido si sucedían en un lugar tan concurrido como la posada de Nan. Además, medio mundo sabía que Rylee era la protegida de Ruby y la favorita de su jefe.
—Ten —Lianna llegaba con un cuenco de algo humeante y que olía exquisito— es la sopa de mamá, te ayudará con el mareo.
—¿Cuánto tiempo...? —preguntó mientras soplaba la sopa.
—Unos quince minutos. Los gemelos oyeron a Ánuk ladrar y fueron a ver, te encontraron desmayada y ni señales del forastero raro ese. Al menos pagó por adelantado.
Rylee rememoró. “Un nigromante. Él era un nigromante“.
Los nigromantes tenían una denominación especial: “mo d’ahksue ent d’ahksue”, que en maggena significaba algo como “los más oscuros entre los oscuros”. Tras ellos había una historia retorcida, llena de muerte y maldad, que comenzaba con el primer nigromante, Adhabeish, un Alto Mago que anhelaba sobrepasar los poderes de las diosas Nea y Néctiri, las Hermanas de la Vida y la Muerte. Sin poder conseguir su propósito, le ofreció su alma a los Espíritus Grises a cambio de otorgarle el poder que deseaba2.
Si el hombre que la había atacado era de hecho un descendiente de Adhabeish, estaba más que perdida. Y no dudaba que lo fuese; estaba segura que lo que había visto tras él eran espectros y el dolor y el frío tampoco los había imaginado.
—Ugh —se quejó Rylee. No podía decirle a Ruby lo que verdaderamente había pasado; su protectora se moriría de preocupación y de angustia por ella y ya le bastaba con haber tenido a Ánuk de testigo.
—¿Sabe mal la sopa? —preguntó Lianna.
—No, no, lo siento. La sopa esta exquisita. Solo me dolió un poco la cabeza es todo.
Unos veinte minutos más tarde Merina, la hija mayor de Netti, se asomó por la puerta anunciando:
—Ruby está aquí.
Merina no alcanzó a dar un paso hacia la habitación, cuando un súbito empujón la mandó a un costado y la hermosa figura de Ruby la reemplazó en el umbral.
—¿Qué pasó? —inquirió con esa mezcla tan característica de emociones.
—No lo sabemos, la encontramos desmayada en la azotea —respondió Nan—, será mejor que te la lleves y hables con ella. En cuanto a mí, le prohibiré la entrada a ese extranjero, si es que alguna vez regresa a mi posada. Nadie viene de la nada a alborotar mi negocio de esta forma —ayudó a Rylee a incorporarse, mientras ésta daba el último sorbo a la sopa.
Ruby no pronunció palabra en el trayecto al burdel. Se veía furiosa, pero preocupada mientras guiaba el carro por las oscuras calles de Villethund. Rylee, por su parte, miraba a Ánuk con insistencia, trasmitiéndole con los ojos un único mensaje: “NO LE DIGAS LO QUE PASÓ”.
Por Nea, en qué embrollo se había metido.
4
Rylee estaba en su cama, contemplando el techo, absorta en el recuerdo de lo que había vivido esa noche. Por las Diosas, había sido maldecida por un nigromante, ¿cuánta mala suerte puede tener una sola persona?
—Soy un epítome. Un epítome de la mala suerte —se quejó tapándose los ojos con los brazos, frustrada.
—Y dime, Epítome —le contestó Ánuk— ¿Qué piensas hacer?
—Trabajar. El trato está hecho y la maldición lanzada. TENGO que hacer este trabajo, o...
—O eso. Bien —la cortó Ánuk—, te ayudaré. Duerme un poco y descansa, tenemos que ir a ver a Ábbaro, darle el adelanto y explicarle que debes viajar.
Rylee miró su bolso. Al llegar a casa, después de evitar por todos los medios posibles darle cualquier detalle a Ruby, se había dado cuenta de que el dinero que el nigromante le había prometido estaba guardado en una bolsa de cuero dentro de su morral. ¿En qué minuto lo había puesto? Y en verdad, ¿qué importaba? Era un maldito nigromante.
—Ruby está molesta. No me gusta que esté molesta conmigo.
—Con nosotras —acotó la loba—, ninguna le dijo lo que pasó, que era lo que ella quería saber. De todas formas, creo que deberías decirle.
—¡No! —saltó Ryle— ¡no, por ningún motivo! Nadie sabrá nada de lo que sucedió esta noche, nadie, ni Ruby, ni los Pezzis, ni Ábbaro, nadie. Promételo.
—Pero…
—¡Promételo! No seré la víctima de nada, no quiero dar lástima, no lo soporto. Por tu sangre de wolfire, por tu cariño hacia mi, prométeme que jamás le contarás a nadie lo que sucedió esta noche. Nunca. No importa lo que pase.
Ánuk suspiró. Rylee siempre había odiado sentirse indefensa. Era demasiado orgullosa para expresar sus debilidades o miedos e incluso de niña, en especial luego de la muerte de su padre, no dejaba que nadie sintiera pena por ella.
Solo con ella, con Ánuk, la muchacha se mostraba tal cual; Ruby había visto solo destellos de su verdadera personalidad. Todos en la ciudad veían a Rylee como una muchacha descarada, ingeniosa, inteligente y fuerte, que