Название | El castillo de cristal I |
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Автор произведения | Nina Rose |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789561709249 |
—No, la carnicera de al lado. Por supuesto que tú, tarada. ¿Es que no me dirás qué sucede? Creí que estabas simplemente teniendo un mal sueño, pero esta porquería es como lo que sucedía antes y sabes lo mucho que detesto verte lastimada. ¿Qué estabas soñando?
—Ah —Rylee suspiró, masajeándose las sienes—. No es nada. Solo... recuerdos, es todo. Del ataque.
Los primeros meses luego del incidente habían sido los peores. Rylee despertaba gritando, llorando, agitando los brazos como si quisiera sacarse a alguien de encima. Por momentos, no reconocía su entorno o a Ánuk y muchas veces la loba debía soportar los golpes asustados de la pequeña, quien intentaba defenderse de un enemigo invisible. La intensidad de las pesadillas había disminuido gradualmente, hasta que, por fin, habían desaparecido.
—Han pasado años desde que tuviste pesadillas como esas. ¿Sucede algo? No entiendo por qué de pronto regresaron.
—No lo sé, Ánuk. No pasa nada. Son solo sueños, se irán, como siempre. Por favor no hablemos más de esto, ¿sí?
—Deberías ir a hablar con Ruby.
—No es nada.
—No digas que no es nada. Habla con Ruby.
Ánuk tenía a Ruby en alta estima: era una mujer inteligente, sensible y se preocupaba por Rylee. Era extrañamente perspicaz, tanto que a la wolfire le daba la impresión de que había algo de magia involucrada en el asunto. Ruby no le tenía miedo; tampoco la trataba como una mascota o un animal estúpido, le hablaba como le hablaba a Rylee y a Ánuk le gustaba eso. Sabía que era una wolfire y era la única persona en el entorno de Rylee en la que realmente confiaba; ni siquiera Anwir gozaba de ese honor y si de ella hubiese dependido, el niñito ese nunca se hubiese enterado de qué era ella. Pero las cosas se habían dado simplemente.
—Habla con Ruby —repitió Ánuk más calmada— por mí.
—¿Tus recuerdos? —la pregunta había sido formulada con una mezcla de tonos y emociones, tan típico de Ruby: molestia, sorpresa, temor y una sincera preocupación.
—No es nada. Son solo algunas imágenes sueltas de esa noche. Seguramente salieron a la luz porque estoy frustrada de que aún me falte tanto para desligarme del cretino ese de Ábbaro, es todo.
Ruby estaba desconcertada; los recuerdos, en especial los de ese tipo, no resurgían solo porque sí. Sabía lo mucho que la lastimaban; recordaba aquellos días, cuando la pequeña era una recién llegada, en que se despertaba en medio de la noche escuchándola llorar y gritar de miedo en la habitación contigua.
Por eso, en secreto y paulatinamente, Ruby los había sellado, alejándolos de los sueños de Rylee; aunque no era poderosa, tenía la suficiente magia natural, y conocimientos básicos que su madre le había enseñado, para poder ayudarla a mantener esos demonios lejos del único lugar donde podía tener un escape de la vida que le había tocado llevar luego de los saqueos.
Pero claro, no le diría a Rylee que había estado en su cabeza de esa forma. Las hechiceras, aunque fueran débiles como ella, eran perseguidas sin tregua por los adeptos al Yuiddhas; ser descubierta no solo significaba su propia muerte, sino que también ponía en peligro a Rylee y Ánuk e incluso a Ábbaro.
—Hoy me tomaré una infusión de tus hierbas. Dormiré sin sueños o pesadillas, Ruby, así que estaré bien. Bastante tienes con manejar este lugar como para que te estés preocupando por mí a estas alturas.
—Yo siempre me preocuparé por ti —contestó Ruby con dulzura—, por ambas —agregó mirando a Ánuk—. Ustedes son el tesoro más valioso y lo más cercano a una familia que tengo. Si algo les llegase a suceder, me destrozaría el alma.
—Tú también eres importante para nosotras Ruby —contestó Ánuk—, más de lo que piensas.
Rylee le sonrió, afirmando con sus ojos lo que su loba había dicho. Miró hacia afuera distraída y se sorprendió de lo rápido que había pasado el tiempo.
—Es casi media tarde. El sol no tardará en bajar. Tengo que ir al mercado, le prometí al señor Greyson que le ayudaría con las velas que debe hacer para mañana.
—Ve con cuidado.
—Siempre.
Era casi medianoche cuando Rylee salió por fin del taller de Greyson. Sus pantalones se le habían ensuciado con cera, pero afortunadamente no era muy notorio; además, el señor Greyson le había regalado varias velas perfumadas para que llevase al burdel —o más específicamente a Ruby, que parecía ser el amor platónico de medio Villethund.
—¡Qué hambre! —le dijo a Ánuk—, hagamos una parada donde Nan. Me muero por un trozo de su pastel de pollo.
—Y yo por un estofado de conejo.
La Posada de Nan era la más famosa del sector del puerto. Legendarias eran las sopas de mejillones y albacora cuyo ingrediente secreto ni el más experimentado paladar había podido descifrar. El lugar funcionaba como un enorme barco, donde Nan era la Capitana y su familia, su leal tripulación; pero también eran el tesoro más grande de la buena mujer y eso hacía que el lugar fuese seguro y cómodo.
Evanna “Nan” Pezzi tenía ojos despiertos y severos y sonrisa franca. Sus brazos estaban curtidos por los costales de harina y los cajones de verduras que cargaba sin resoplar, pero también estaban entrenados para abrazar a su familia como solo una matriarca de tomo y lomo era capaz de hacer. Su corazón era del tamaño de una montaña; era del tipo de persona que acogía a los desesperados y tristes, daba comida a los pobres —nunca sobras, lo consideraba un insulto— y protegía a sus clientes como extensiones de su familia. Por eso último en la posada jamás se armaban trifulcas, pues bastaba una palabra dura, un grito obsceno o un amago de puñetazo para que Nan abandonara su cocina y saliera a sacar a punta de patadas y cucharazos a quien fuera que estuviera alterando los ánimos.
Viuda hacia diez años, Nan tenía cinco hijos: las mellizas Netty y Lianna y sus muchachos Tristán, Moses y Leo; entre todos le habían regalado catorce nietos y dos bisnietos. Todos trabajaban allí pues no querían dejar a su madre sola; la amaban con el alma y deseaban aprovechar todo tiempo que tuviesen con ella. Ya habían perdido esa oportunidad con su padre y no querían repetir el mismo error.
Cuando entró, a Rylee la recibió el aroma a especias, vino dulce y sal y los ojos vivaces del pequeño hijo de Leo, Robi.
—“¡Daili!”—le sonrió sin poder pronunciar correctamente su nombre— ¡”benvenida” posada nana!
—Gracias pequeño señor —rió Rylee acuclillándose frente al pequeño—, ahora ve a la cocina y dile a Nan que quiero un trozo de pastel de pollo y un plato de estofado de conejo. ¿Puedes hacer eso por mí?
—“¡Clado!” —aseguró el pequeño Pezzi— ”¡Podllo” y conejo “pada” “Daili!” —se alejó gritando hacia la cocina.
Se sentó en una mesa vacía, la más alejada del fuego. El calor no era un problema cuando una tiene a un wolfire al lado, se dijo. Su pedido llegó un rato después, servido por Dominic, un muchacho de 17 años, hijo de Tristán, quien siempre se las arreglaba para llevarle la comida cuando iba y así tener una excusa para hablarle. Sin embargo, el pobre era tan torpe y tímido, que terminaba botando comida en la mesa y saludándola de forma incómoda antes de irse colorado como un tomate, con la cabeza gacha y chocando con todo el mundo.
—Pobre —dijo Ánuk mientras lo veía alejarse— me pregunto si alguna vez te alcanzará a preguntar cómo estás antes de botar alguna cosa.
El pastel estaba delicioso y, por lo rápido con que Ánuk lo devoró, también el conejo. Rylee se estiró satisfecha y se dispuso a disfrutar lo último de su cerveza cuando Moses llegó a su mesa, luciendo un poco pálido.
—¡Moses!