El castillo de cristal I. Nina Rose

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Название El castillo de cristal I
Автор произведения Nina Rose
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789561709249



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de su presencia en el lugar; más bien, pensó que la interrogarían acerca de cómo fue capaz de oír a los soldados enemigos sin ser detectada. Para esa pregunta tenía respuesta, pero no había preparado nada para contestar la que le acababan de formular. ¿Qué responder?

      —Bien, yo... —titubeó. Diosas, ¿qué debía decir?

      Tanto el general como Gwain la miraban silenciosos y expectantes. Y entonces Rylee decidió responder con lo menos probable: la verdad. En parte.

      —Estaba huyendo.

      —¿Huyendo?

      —Sí —Rylee puso su mejor cara de afligida—. Verá, hace años, mi padre pidió un enorme préstamo a un hombre en Villethund. Cuando mi padre murió, tuve que tomar en mis manos la deuda y pagarle al prestamista por mi cuenta. He vivido casi once años intentando saldar lo que le debo trabajando como ladrona — ante esto, el general pareció sorprendido y Rylee sintió cómo el desasosiego de Ánuk, a su lado, iba en aumento—. Me harté de esa vida. Sé que me expongo a que me persigan por evasión o algo, pero preferí tomar ese riesgo que seguir trabajando de una forma tan miserable. Huí y, sabiendo que podían seguirme, me interné con Ánuk por el bosque. Ella percibió el campamento del Ejército Gris, donde los oímos hablar de lo que planeaban, y luego me ayudó a detectarlos a ustedes. Claro que no podía verlos, pero confié en que pudiesen oírme.

      El general la miraba entre sorprendido y admirado, ¡esta niña acababa de confesarle que era una ladrona! Y se veía tan tranquila, cansada, pero tranquila. Miró a Gwain, quien parecía menos asombrado de lo que esperaba; volvió a mirar a la muchacha y le preguntó:

      —¿Qué es lo que quieres hacer ahora?

      Rylee se tomó su tiempo para responder. Fingiendo haber tomado una repentina decisión, respondió:

      —Me gustaría quedarme, si usted me lo permite. Sé que no soy un soldado, pero puedo aprender, puedo mejorar. Sé usar el arco, peleo muy bien en enfrentamientos cuerpo a cuerpo, soy muy rápida, se me da fácil trepar y soy muy sigilosa cuando me lo propongo. Si es necesario, acarrearé bultos, cargaré armas, limpiaré el estiércol de los caballos —el general rió ante lo último—. No tengo dónde ir, no tengo propósito alguno, no quiero volver a Villethund y aquí podría ser de utilidad. Deme una oportunidad, por favor. Deje que me quede.

      El general la miró largo rato. Rylee ocultaba algo más, pero no podía precisar qué era. No le parecía mala, más bien algo perdida y aunque no confiaba plenamente en ella, tampoco le inspiraba recelo. De pronto, un inexplicable sentimiento lo invadió: el sentimiento de que ella traería importantes cambios. Era una sensación desconcertante, que lo golpeó con fuerza en el pecho y que lo hizo mirarla con curiosidad. ¿Quién era esa muchacha?

      —Puedes quedarte —dijo finalmente—, siempre es bueno tener más brazos. Estarás bajo el cuidado de Gwain y deberás aprender a defenderte y a luchar. Evitamos los enfrentamientos, porque intentamos mantenernos alejados de la mirada del Yuiddhas, pero si los hay, no puedes ser una molestia para ninguno de mis soldados —y agregó mirando a Gwain—, que Menha le enseñe.

      —Sí, señor— Gwain saludó con la cabeza, pero antes de que pudiese guiar a Rylee afuera, la muchacha volvió a hablar:

      —Disculpe, general. No quiero sonar impertinente, pero me gustaría conocer su nombre. Yo le di el mío y mi loba se llama Ánuk.

      —Cahalos Ellery —sonrió el elfo.

      —Mucho gusto, señor —sonrió a su vez Rylee.

sep

      —¿Y bien? —Gwain no pudo evitar la pregunta. Tras dejar a la recluta con Menha, su nueva maestra elfa, había regresado pronto a la tienda del general para saber qué le había parecido la chica.

      —Definitivamente es especial —respondió Cahalos—, muy especial. No parecía asustada, ni intimidada, pero aun así evitaba mirarme; fue respetuosa, pero firme y decidida. Se veía vulnerable, pero su lenguaje corporal era defensivo; hablaba con franqueza pero con cautela...

      —Sí, parece ser un pozo de contradicciones. ¿Y sabes qué más? Sabe leer algo de maggena. Leyó los símbolos en mi rostro casi sin titubear.

      —¿Una muchacha de pueblo como ella?

      —Técnicamente Villethund es una ciudad, pero desde que la biblioteca cerró, no es el tipo de lugar que cultive sabios y estudiosos. Una chica joven... es raro que se interese por cosas como esas.

      —Dijo que era ladrona. Tal vez ese conocimiento le servía.

      —Aún así, nunca he sabido de un ladrón que entienda de esas cosas, mucho menos alguien joven.

      Ambos se quedaron mirando el fuego, silenciosos.

      —Cuando me pidió quedarse tuve una sensación extraña. Como si alguien me estuviese obligando a aceptarla. No fue desagradable, solo extraña.

      —Las Diosas trabajan de formas misteriosas, general. Nunca se sabe quién será la ficha que inicie el juego.

      El general miró a su amigo, pensando en la muchacha. Rylee, ¿podría ser ella la ficha?

      —Tal vez es solo una más.

      —Lo veremos —sonrió Gwain.

sep

      Su nueva instructora elfa era más humana de lo que se había imaginado serían los elfos en general. Había visto unos cuantos en Villethund, pero éstos se mantenían muy apartados y cautelosos de los extraños y rara vez entablaban conversaciones con los lugareños o con otros viajeros. En cambio Menha, con su voz aguda y sus enormes ojos, parecía no querer parar de hablar.

      Rylee la miró, intentando retomar el hilo del monólogo que había perdido hace bastante rato. La elfa era menuda y a Rylee le recordó a un pequeño y juguetón ciervo; si no fuera por su incesante palabrería, hasta pudo haberla considerado adorable.

      — ...base, la cual es bastante grande comparada con otros, tenemos suerte de tener a los enanos que nos ayudan con las armas, no hay mejores herreros en los Reinos que los enanos, ¿sabías? Son increíblemente hábiles, uno de los nuestros creó mi arco y mi espada corta, las espadas cortas son fáciles de maniobrar para alguien como yo, pero tú eres más alta, supongo que verán algo apropiado para ti en el futuro, eso sí es que sobrevives porque nunca se sabe que puede salir mal en una batalla, nunca está de más ser precavido...

      Rylee no podía creer que la chica no estuviese desmayada por falta de aire; ni siquiera pausaba para respirar. Ánuk, a su lado, había bajado las orejas lo más cerca posible a su cabeza, seguramente porque la vocecita de Menha la tenía mareada.

      Ya había conocido a varios miembros del campamento. Su instructora le había presentado a algunos de los soldados y de ellos había recibido variadas bienvenidas: unos la saludaban con entusiasmo, agradecidos de la advertencia que probablemente les había salvado la vida; otros la ignoraban o la miraban desafiantes, desconfiados ante la intrusa que, de la nada, había aparecido portando noticias enemigas.

      Las impresiones que le dejaron estos soldados, hombres y mujeres humanos, elfos y medio—elfos, no fueron tan imperecederas como lo fue conocer a los centauros. En el campamento había siete y obedecían casi con exclusividad a la única hembra del grupo, una centáuride que le doblaba en edad al mayor de los machos. Todos eran majestuosos e imponentes; miraban constantemente el cielo, sin prestarle mayor atención a las recién llegadas. Excepto, claro, la hembra, quien atenta vigilaba los pasos de la chica a medida que se acercaba.

      —Lenna, ella es Rylee Mackenzie, la chica que advirtió del ataque. El general ha decidido que se quede, entrenará conmigo y estará bajo los cuidados de Gwain. Y ella es su loba.

      Los oscuros ojos de Lenna escrutaron a Rylee y a Ánuk. La muchacha notó la fuerza que exudaba; también notó su pelaje negro y lustroso, su piel oscura brillante