Más allá de las caracolas. Marga Serrano

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Название Más allá de las caracolas
Автор произведения Marga Serrano
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788416164776



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se acercó y me dio un beso.

      —Tú sabes que ya formas parte de nuestras vidas. No es falta de confianza, sino de momentos adecuados o de preparación.

      —Te advierto de que yo aprendo muy rápido —la interrumpí riéndome y, en el fondo, queriendo zanjar el tema, pues me había dado cuenta de que tenían razón en lo de los tiempos. Por otro lado, pensé también que no debía entrometerme demasiado. Si había algún secreto, debía esperar a que quisieran contármelo y si no lo hacían debía respetar su decisión.

      —Sé paciente —finalizó Lucía mientras me daba otro beso—. Y ahora dinos qué opinas de este lugar.

      —¡Es fantástico! ¡Es increíble! —exclamé con entusiasmo—. No podéis imaginaros lo que siento, sobre todo el sobrecogimiento que me produce saber que estoy en el interior de la tierra, en el interior de un acantilado, y que el océano está ahí, al otro lado de las rocas. Me siento un poco como los protagonistas de Viaje al centro de la Tierra.

      —No estamos tan abajo —respondió Amanda riéndose.

      —Bien —apremió Lucía—, ¿qué tal si seguimos la conversación dándonos un baño?

      Y dicho y hecho. Vi como de la forma más natural se quitó el impermeable, las botas, el resto de la ropa y se quedó completamente desnuda mientras yo la miraba con admiración. Era escultural vestida, pero desnuda… No quería ser indiscreta, pero no era capaz de apartar mis ojos de su cuerpo. Sus pechos eran absolutamente proporcionados y preciosos y, para qué voy a engañarles, sentí un deseo enorme de acariciarlos.

      En ese momento oí la risa de Amanda, quien también acababa de desnudarse y se metía en el estanque. Lucía fue detrás y ambas me animaban con sus gestos para que me uniese a ellas. Yo tenía dos opciones, quedarme allí inamovible, como una roca más, lo cual iba a resultar un poco raro, o despojarme de mi timidez, además de mi ropa, y lanzarme al agua con ellas. La primera me parecía una estupidez, pues el baño me apetecía, sobre todo porque tenía las perneras de los pantalones caladas y mis piernas igual. La segunda me daba un «no sé qué», más que nada por una cuestión de estética. A ver, modestia aparte, a pesar de mi edad, me conservo muy bien y reconozco que mi cuerpo no está nada mal, pero eso antes de haber visto el cuerpazo de Lucía. Después de haberlo contemplado, el «no sé qué» iba creciendo, así que hice un esfuerzo y, superando el embarazo de tener que desnudarme ante ellas, me quité la ropa a la velocidad de la luz y con la misma rapidez me zambullí en aquella maravillosa piscina. El agua estaba templada y mi cuerpo lo agradeció. Disfruté del baño a placer. Estar en aquella bañera natural, elevar la vista, contemplar la gruta y saber dónde nos encontrábamos me emocionó por completo.

      No sé qué profundidad tendría aquella poza, pero debía de ser bastante, puesto que solo se podía hacer pie en la orilla de uno de los extremos de la figura oval, donde un montón de rocas permitía ponerte de pie, con el cuerpo sumergido casi hasta los hombros. En el lado contrario, otra gran piedra plana e inclinada en rampa, que no sé si era su posición natural o la habían colocado así, permitía sentarse y hasta tumbarse en ella con el agua cubriendo todo o parte del cuerpo. Di unas cuantas brazadas y me eché sobre ella mirando hacia el techo de la caverna. Después cerré los ojos y sentí que mis músculos se relajaban poco a poco.

      La temperatura en el interior de la cueva era agradable. El calor que desprendía el agua caldeaba el ambiente y calculé que debía de haber entre trece y dieciocho grados, dependiendo de la proximidad o lejanía de aquella poza. Recordé alguna de mis estancias en balnearios, donde me encantaban las saunas y los baños de contraste, y me di cuenta de la suave cascada que tenía al otro lado. Abrí los ojos. Amanda se había sentado a mi lado, mientras que Lucía seguía en el agua.

      —Oye, supongo que puedo meterme debajo de la cascada como si fuese una ducha…

      —¿Para qué crees tú que la naturaleza la ha colocado ahí?

      Nos levantamos a la vez y, bordeando el estanque, pisando las piedras templadas, entramos en aquella oquedad, que era como un espacio privado, y nos pusimos debajo de aquella pequeña catarata. El agua, como era de esperar, estaba fría y me estimuló completamente. Repetí la operación dos o tres veces y volví a tumbarme en la rampa, agradeciendo el calorcillo del agua. Acababa de cerrar otra vez lo ojos para dejarme llevar por las sensaciones cuando oímos que alguien llegaba. Me senté y vimos aparecer a Miguel y a Nina. Al darme cuenta de mi desnudez me dio un ataque de pudor y me metí rápidamente en el agua.

      Ambos se acercaron al borde y nos saludaron. Nina buscó mis ojos y me sonrió. A continuación, también con la mayor naturalidad, Miguel se quitó la ropa y se metió en el agua. Nina lo hizo un poco más despacio. Yo estaba de pie donde las rocas me lo permitían, mirándola. Y ella, deleitándose en la impresión que sabía me estaba causando, comenzó a desnudarse muy lentamente, sin dejar de mirarme y con aquella sonrisa provocadora. Cuando la vi desnuda, acercándose a la rampa que quedaba a mi izquierda, sentí una oleada de deseo y una sensación de calor eléctrico que recorrió todo mi cuerpo.

      Mi excitación estaba a punto de estallar. Mis ojos recorrieron su cuerpo, imaginé mis manos acariciando sus brazos, su cintura, sus pechos, sus piernas, imaginé mi boca buscando la suya y mis labios besando su cuello… En esas andaba cuando Nina, tras meterse en el agua, nadó hacia donde yo me encontraba y, poniéndose también de pie en las rocas, se acercó a mí y, en un movimiento rápido, apretó su cuerpo contra el mío, me besó en los labios y se lanzó al agua. Y yo me quedé allí, contemplándola e intentando tener la suficiente fuerza de voluntad para pasar lo que quedase del día sin que los demás se diesen cuenta de lo que sucedía. Pero era un verdadero tormento, sobre todo sabiendo que Nina iba a seguir con sus jugueteos.

      Miguel y Amanda habían salido del agua y se habían sentado en el borde del estanque. Lucía estaba saliendo también en aquel momento y Nina seguía nadando. Al cabo de un rato, yo salí también por la rampa y me dirigí a la cascada. Necesitaba más que nunca que aquellos chorros de agua enfriasen mi anatomía. Me metí debajo de aquella ducha natural, en uno de sus extremos, donde el agua caía con menos fuerza. Apoyé mis manos contra la pared y dejé que resbalase por mi cabeza, mi cara y mis hombros, pero no conseguía calmar mi impaciencia. Llevaba varios minutos en aquella posición, preguntándome cuándo iba a ser posible que pudiese estar a solas con ella, aunque tenía la impresión de que aquellos tiempos tampoco los gestionaba yo. De improviso, sin haberla oído llegar, la sentí detrás de mí. De nuevo sus brazos rodeando mi cintura, abrazándome contra su cuerpo, besando mi cuello… Sentí sus firmes pezones contra mi espalda y me olvidé de Miguel, de Amanda, de Lucía, de mi edad y hasta de mi nombre. Me volví hacia ella, la abracé, acaricié sus labios con los míos y sentí su lengua buscándome. La empujé suavemente contra la pared. Me apreté contra ella, tomé su cara con mis manos, volví a besarla y comencé a acariciarla, primero sus brazos, su cintura, subiendo lentamente hasta sus senos. Busqué con mi boca sus pezones, por los que resbalaba el agua del manantial, y los acaricié con mi lengua, una y otra vez, mientras sentía las manos de Nina recorriendo mi espalda y una de sus piernas colocarse entre las mías. Me apreté más contra ella, acaricié sus muslos, seguí lamiendo sus pezones y mi mano buscó con ansiedad su sexo, acariciando su pubis y su clítoris hasta que la convulsión de su cuerpo me indicó que había alcanzado el orgasmo.

      Nos abrazamos con fuerza, Nina buscó mi boca y volvió a colocar su pierna entre las mías, frotándola contra mi sexo. Esta vez fue ella quien me dio la vuelta, me apretó contra la pared y comenzó a acariciarme. Sus manos sobre mis pechos, después sus labios. Siguió masajeándome con su pierna para seguir con su mano, que buscó también mi sexo, acariciándolo hasta que el incendio que tenía dentro de mi cuerpo estalló, haciéndome alcanzar el clímax más increíble que había tenido en mi vida.

      Continuamos besándonos durante un rato más hasta que Nina me separó con dulzura.

      —Ven, salgamos de aquí.

      —No —dije apretándome de nuevo contra ella—. Quédate un rato más, por favor.

      Tomó con su mano mi mentón y me besó en los labios.

      —Se