ARN, The Forbidden Fruit. Frank Pedreno

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Название ARN, The Forbidden Fruit
Автор произведения Frank Pedreno
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788412444704



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especies del género Homo en el resto del planeta. Si ese «algo» empezó a fraguarse 100.000 años antes, o muchos más, pues perfecto, pero lo que afirmo es que las evidencias científicas de que disponemos nos llevan a los puntos temporales 70.000 y 30.000. No obstante, si aparecieran nuevas evidencias que demostraran otros puntos temporales, nos harían cambiar la fecha de aparición de ese «algo», pero no nos harían cambiar ese «algo». ¿Está usted de acuerdo?

      El joven macho alfa, recogiendo la cola entre las piernas, asintió con la cabeza y calló. Jimmy miró a los ojos al Dr. Erans y le envió de nuevo una sonrisa irónica. Desde la última fila, Alisha gozaba al ver a su nuevo jefe luchar como un auténtico león en medio de una batalla que empezaba a ponerse interesante.

      –Bien, si me permiten, retomaré la línea iniciada hace breves instantes. Una o varias mutaciones genéticas aparecieron en nuestra especie y se vieron favorecidas por la selección natural, haciendo que evolucionáramos. Si eso es cierto, como así parece, tendremos que contestar a varias preguntas comprometidas –deliberadamente, mantuvo una pausa durante unos segundos.

      Desde el estrado, Jimmy pudo apreciar los típicos movimientos de serpenteo que hace una audiencia cuando sus cuerpos se mueven en los asientos, signo de que empiezan a sentirse incómodos. El golpe era genial, Jimmy sabía que había tocado hueso y que estaba empezando a llegar el momento apropiado para iniciar el ataque. Pero como un buen general, curtido en grandes batallas, para esta ocasión había cambiado su clásica estrategia. En primer lugar, utilizaría la artillería pesada para desgastarlos, después la fuerza aérea, con su pesada carga, minaría sus defensas y, por último, para rematarlos, la ruda infantería haría el trabajo sucio y los destruiría por completo. De esta forma apenas tendría bajas en sus filas. A golpe de fracasos, había aprendido. Jamás volvería a confrontar de entrada, cuando lo había hecho, el cuerpo a cuerpo con el ejercito enemigo había dejado a sus argumentos en muy mal estado. Esta vez, por fin, cambió la estrategia y parecía que le estaba yendo bien.

      –Antes de formularles la primera pregunta, permítanme hacer una pequeña introducción del tema. El pasado año, en abril del 2003, empezaron a aparecer los primeros datos de la secuenciación del genoma humano completo con los primeros estudios de comparación con otras especies. Ahora sabemos que el chimpancé y el bonobo comparten casi el 99% de nuestros genes. En cuanto a los neandertales, los resultados son espectaculares y nos dicen que compartimos con ellos nada menos que el 99,7%. Esta altísima homología nos está diciendo que el código genético, casi en su totalidad, ha sido respetado y no ha sufrido cambios o mutaciones a lo largo de millones de años. Parece ser que todos los primates elaboramos, a partir de nuestros genes, proteínas muy similares que ejercen un trabajo casi idéntico. Es evidente que los grandes simios son nuestros parientes vivos más cercanos y que los Homo neanderthalensis fueron nuestros primos hermanos. La primera pregunta es, por tanto, evidente. Si solo un 0,3% nos diferencia del neandertal, la mutación o mutaciones que hicieron que seamos lo que somos deberían estar en esa pequeña parte de nuestro genoma, ¿no es así? –Repasó con la vista el auditorio, y todos permanecían callados.

      »Si esta pequeña diferencia la referimos al número total de genes, todo se complica más. ¿Y por qué? Pues, como bien sabemos, los Homo sapiens, tenemos unos 21.000 genes y según estos números, apreciados colegas, tan solo 60 genes deberían ser diferentes entre los neandertales y nosotros. Cuando digo «que se complica más» no lo digo porque sí, lo digo porque si tenemos en cuenta que muchas de las diferencias presentes en el genoma se observan en los mismos genes, entonces entenderemos que la diferencia es aún muchísimo menor. Vamos, que desde el punto de vista genético somos muy parecidos y posiblemente nos diferenciamos solo en unas pocas decenas de genes. Por lo que, nos guste o no, todos los miembros del género Homo tenemos casi los mismos genes, y sí, aunque tenemos diferencias, a primera vista, nuestras facultades mentales, muchísimo más desarrolladas que en los neandertales, no se explicarían por una diferencia de tan solo unas pocas decenas de genes.

      »En consecuencia, al abrigo de estos datos, se nos hace muy difícil poder concluir que las pequeñas variaciones en el genoma son las que producen profundos efectos en nuestra capacidad mental. No parece, por tanto, que estemos ante un problema cuya solución se base en la cantidad de genes o en grandes diferencias en la secuencia de ellos. La realidad apunta hacia otra dirección.

      La audiencia parecía estar absolutamente desorientada. Por primera vez se estaban enfrentando a evidencias científicas que mostraban que nuestros genes no parecían ser tan importantes como creía la comunidad científica.

      –Entonces, les pregunto, queridos colegas, ¿las diferencias no deberían ser mucho más significativas para aportar luz sobre cómo surgió nuestra mente y ese «algo», hace 70.000 años? –les clavó profundamente la daga de la duda. –Les puedo afirmar que hasta la fecha nadie ha sido capaz de identificar la nueva mutación ni sus nuevos genes.

      »Claro que también otros tratan de explicar este problema diciendo que las facultades mentales de los seres humanos no tienen un origen material y que vendrían dadas por una fuerza sobrenatural, a la que muchos llaman Dios. Pero ese tema, si les parece, lo dejamos para nuestras tertulias de café, aquí estamos para hablar de ciencia y no de creencias y religiones.

      Los gemidos y las respiraciones profundas se oyeron en toda la sala y en ese momento, las caras de todos los profesores y, en especial, las de los de la Santísima Trinidad, mostraron como el entrecejo se les iba frunciendo progresivamente. Jimmy dejó caer su bolígrafo al suelo, por detrás del atril, no podía evitar sonreír y, al recogerlo, algunos pudieron oír algo parecido a una carcajada. La batalla estaba transcurriendo tal y como la había planeado. La artillería pesada empezaba a destruir las torretas y muros del castillo, había llegado el momento apropiado para que la fuerza aérea descargara toda su pesada y mortífera carga. Xavier y Alisha, desde la última fila, estaban disfrutando, veían como les estaba dando bien fuerte y nadie osaba preguntar nada. Solo se atrevió el Dr. Bacon, por lo que el contrataque iba a ser desesperado, pero intenso.

      –Llegados a este punto, quisiera aportar un comentario –dijo.

      Jimmy tragó la saliva que había estado inundando placenteramente su boca hasta ese momento, el ataque del director del MIT sería duro, de eso estaba seguro.

      –Dr. Andersen, tengo que reconocer que el planteamiento que ha utilizado ha sido ingenioso, ciertamente perspicaz, pero desde mi punto de vista contiene enormes falacias científicas. En su anterior exposición de hace tres meses nos presentó, llamémosle, su nueva idea, hipótesis o proyecto, me cuesta mucho definirlo, que llamó, si no recuerdo mal, Proyecto Darwin-Lamarck. Lo que sí recuerdo perfectamente es que con ese proyecto, al parecer también revolucionario, como no podía ser de otra manera viniendo de usted –puntualizaba cada palabra, mientras forzaba una falsa cara de asombro–, intentaría cambiar el paradigma de cómo descubrir nuevos medicamentos a partir de la biodiversidad. Su idea no era muy diferente a la de las medicinas naturales y el chamanismo, vaya. En su presentación expuso el loable pero, según nuestra opinión, impracticable anhelo de que los países originarios de estos recursos naturales, según usted todos en el hemisferio sur, fuesen los exclusivos propietarios de los futuros medicamentos. Con todo ello era más que evidente que lo que perseguía era cambiar el equilibrio de poder y lograr la consabida redistribución de la riqueza en el mundo. En fin, Dr. Andersen, le recuerdo que a pocas manzanas de aquí existe una universidad, de donde han salido varios premios Nobel de economía. Yo procuraría centrarme en las ciencias biológicas…

      Un joven alumno del centro del auditorio intentó reprimir una risa que se oyó como un rebuzno y el resto de la audiencia murmuró un poco.

      »Hoy nos está intentado explicar que el ADN de nuestros genes no es importante y que el genial Charles Darwin y todos los evolucionistas, así como todos los biólogos moleculares y bioquímicos del siglo XX, estaban equivocados. Se atreve a decir que este ADN apenas sirve para nada, pues no ha cambiado entre las diferentes especies del género Homo. Eso amigo mío, es otra auténtica locura, como la de su proyecto Darwin-Lamarck,