Название | Campo de los almendros |
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Автор произведения | Max Aub |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788491347804 |
–¿Ya no me quiere usted, tía?
–Eso, ¡qué tiene que ver! Pero todos sois unos asquerosos y acabaréis hechos tizones, juntos y revueltos para pagar vuestros pecados. ¡Mira que irte a vivir con la Monse esa!
–¡Si usted nunca está en casa!
Asunción ya no es tan callada, pero tampoco, ni mucho menos, peca de habladora. Bástanle los ojos, muchas veces, para darse a entender. Con ser grandes parecen haber crecido estos últimos meses y su azul es más profundo. Muchos darían cuanto tienen a mano para que les dijera algo. Se defiende como puede: haciéndose muchas veces la tonta. No suele contestar, tratando de alzar barricadas en el iris de sus ojos. Se adarga tras ellos.
–No creas que te va a servir hacerte la mosquita muerta.
Se lo dice su tía, se lo han dicho otros. Ha tenido que luchar contra sus compañeros, sobre todo con Requena, que nunca le ha dicho nada. Podía haberla mandado a Madrid. Está segura de que podía haberlo hecho.
–No puede ser: te necesitamos aquí.
El que la necesita es él, aunque nunca se lo haya dicho, pero ella lo sabe. Quien manda, manda, y más en la guerra.
–Pero, si yo...
–Tú, aquí. Ya irás el mes próximo.
(Seis desde la última porfía.)
–¿Cómo me voy a ir? No puedo llevarme a mi hija.
–Déjala.
Valcárcel mira a su amigo.
–¿Con quién? ¿Cómo?
–Con quien la cuida... Franco no puede durar mucho.8
–Eso dices tú. Ignoro, como todos, lo que pueda prolongarse la nueva situación, pero estoy lejos de compartir tu optimismo.
–La guerra europea no tardará.9
–¿Y eso, para ti, es una esperanza?10 Por la vida de mi hija, digo, y por la mía.
–Entonces, ¿qué piensas hacer? Supón que te quedas. En el mejor de los casos, irás a la cárcel. ¿Quién se ocupará de Claudia?
–¿Por qué me han de meter en la cárcel?
–Si no bastara por republicano, por masón.11
–¿Quién te ha dicho que soy masón?
–Nadie; todos. Sabes lo que ha sucedido en el resto de España. Y ahora que recuerdo: bien está que hace veinte años que no nos hayamos visto, pero eras de la misma logia de mi hermano Fernando.
–¿Qué ha sido de él?
–Acabó, de muerte natural. Ahora parece extraño. Cuando hablamos de alguien y decimos que faltó parece necesario añadir: en el Jarama, en Bilbao, en Asturias...12 Amigos tienes pocos y, entre los fachas, supongo que ninguno. ¿Quién te va a proteger? ¿Dónde piensas acogerte? Si tuvieras algún falangista amigo, algún cura conocido...
Paulino Cuartero13 tiene razón.
–¿Con irme qué ganaría la pobrecita?
–Pero tú...
–Yo, olvídalo.
–Por lo menos estarías vivo.
–No sé hacer nada.
–A nadie le faltará un trozo de pan en Francia, en Argelia, en América.14
–¿Qué se me ha perdido a mí en Santa Elena?
–No eres Napoleón. Lo sientes: pero no lo eres.
–Estoy ya medio muerto.
–Es decir, medio vivo. Vivo.
–Emigrado, ¿a mi edad?
–No lloriquees. Tienes, o mejor dicho aún no tienes cincuenta años. Te quedan muchos por delante. Y emigrados hay cientos de miles de españoles.
–El problema no soy yo, sino Claudia.
Algo he adelantado, piensa Cuartero. Remacha:
–No seremos emigrantes sino desterrados.
–Es lo mismo. (Miente.)15
–Como quieras, no vamos a discutir. ¿Cómo me voy?
–Conmigo.
–¿A dónde?
–A Alicante.
La seguridad de su amigo hace mella en el chamarilero. Por unos momentos no piensa en su hija sino en su negocio al que, quieras que no, se ha acostumbrado. Y en sus libros. Su incómoda comodidad. Vuelve atrás:
–¿Y querrá la Concha cargar con la niña?
–Eso, tú sabrás.
–¡Qué ha de querer! No conoces a la gente. ¿Por qué ha de cargar con la niña? ¿Y el negocio?
–No faltará postor.
–Es fácil de decir.
–¿No tienes a nadie?
–No. A Marcelo, un muchacho que a última hora me ayudaba, lo mataron... en Brunete.16
–Algún vecino, algún competidor.
–Todos son...
El gesto despectivo de Juan Valcárcel dibuja, mejor que nada, su agrio concepto de la vida.
–Ciérralo.
–¿Y de qué vivirá la niña?
–Lo primero que tienes que hacer es hablar con quien la cuida.
–No va a querer.
–Tú, como siempre, pesimista de oficio. Pero hazlo en seguida.
–¿Cuándo te vas?
–Cuando hable con el Gobernador, paso por ti.
–Será inútil.
–A ver.
Don Juanito no ha pensado nunca en separarse de su hija; jamás de su negocio. No por nada sino porque así es su vida. Irse, enfrentarse con algo nuevo le parece disparatado. No porque tenga ninguna ilusión. Vive porque sí. Leer, lo único que le distrae, siempre podrá hacerlo, en cualquier parte, y discutir acerca de la revolución, de la francesa, claro está, supone que también. Por eso la cárcel no le asusta. Morir tampoco: si hay nada después, ¿para qué preocuparse? Y si no, no dejará de haber bibliotecas en el Limbo, que es donde, hace tiempo, ha decidido que deben enviarle si hay justicia. Si no la hay, tanto monta.
Entraba Concha.
–Óigame.
–Usted dirá.
–Es posible que me marche.
–¿Usted también?
–Ah, ¿pero es que se va?
–¿Yo? No. (Asunción.)
–Usted, ¿se quedaría cuidando a la niña?
–Claro.
–¿Y con el negocio?
–¿Qué sé yo de eso?
–No es difícil. Podría buscar a alguien que la ayudase.
–Como usted diga.
Juan Valcárcel se queda estupefacto.
–Y perdone, pero es hora de que la niña tome algo, ¡con lo que me ha costado encontrar un puñado de arroz!
La mole sube la escalera, haciéndola rechinar, como siempre, en el tercer escalón.17 Suena la campanilla de la puerta de la tienda; entra un mocito,