Campo de los almendros. Max Aub

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Название Campo de los almendros
Автор произведения Max Aub
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788491347804



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está Santo Domingo y Capitanía General,31 entran y salen militares y paisanos, se paran coches, salen otros. El cielo gris pesa. La fachada filipesca del convento tiene las puertas cerradas. La enorme pared de cantería carcomida nunca le ha producido a Villegas tanto amor, admiración y tristeza.32

      Al pasar por la puerta, da con el general Miaja, forrado en una pelliza.33

      –Hola, mi general. ¿Cómo van las cosas?

      –Muy bien, muy bien –dice el rubicundo y miope militar, metiéndose en un coche–. Muy bien.

      Atardecer. Desembocan cientos por el puente del Mar, uniéndose a otros, que han penetrado en la ciudad por el de Serranos.34 Encima del tanque, el cadáver del Uruguayo.35

      Enfilan hacia la plaza de Tetuán. Ni un solo soplo de aire. Las inmóviles magnolias de la Glorieta recogen en sus hojas charoladas las luces del día.36

      Los cuarteles cerrados, Santo Domingo, dorado del reflejo del cielo y su piedra carcaveada.

      El tanque –un camión cubierto con planchas de hierro atornilladas– avanza testudíneo sacando centellas al roce del metal con los adoquines.37

      Tendido sobre el techo plano del mastodonte, el cadáver sangra todavía y entre el orín de las planchas se abre paso el reguerillo oscuro. Fáltale un ojo al muerto, saltado por el pistoletazo en la nuca, aborbóllanse los sesos en el entrecejo derecho.38

      –¿A qué vienen? ¿Qué buscan? ¿Qué esperan?

      Fue ayer, hace cerca de tres años. Ambrosio Villegas aprieta el paso hacia el Gobierno Civil.

      Ahora llegan otros, con tanques de verdad. Los abandonan.39

      Al fondo del zaguán del local del Partido, Asunción encuentra a Bonifacio Álvarez.40 No pensaba volver. ¿Qué la ha empujado? ¿Librarse lo antes posible de la compañía de su tía? ¿El redil? Podía haber ido al Instituto; buscar a Monse. Contra todos los consejos regresaba al local del Partido.

      –¿Qué hacemos?

      –Nada. Esperar.

      –¿Qué hago?

      –Vete a casa, y espera. Ya te avisará Pilar.

      –¿Y Vicente?

      –En Madrid, ¿no?

      –No, en Alicante.

      –¿Y?

      –Me quiero reunir con él.

      –Allá tú.

      Bonifacio Álvarez, de pie, a punto de salir; pequeño, duro, más bien cerrado de mollera, no ha cambiado con la guerra; su pelo erizado, corto, más cano. Ha sido un poco de todo: policía, director de una revista, comisario, jefe de los talleres de los Altos Hornos de Sagunto, donde trabajó en su juventud. Ahora es «responsable» de la Agit-Prop. Nunca ha tomado una decisión de por sí.

      –Han empezado a detener a camaradas.

      –¿Para eso quieres que vaya a casa?

      –No van a enchiquerarnos a todos.

      (Como diciendo: tú no cuentas.)

      –¿Qué pasó de verdad en Madrid?

      –No lo sé.

      No lo sabe.

      –Dicen que el Gobierno ha huido.

      –No lo creo –rectifica–: de todos modos, no habrá huido.41

      –¿Y la guerra?

      –De Madrid dicen que todo sigue igual.

      –¿Sin nosotros?

      A Asunción no le cabe en la cabeza que la guerra pueda seguir sin los comunistas.

      –Salud. Voy a ver a...

      Se marcha, apretando el paso; la muchacha quiere alcanzarle, pero se da cuenta de que es inútil. Le conoce y comprende el reburujo de ideas y sentimientos contradictorios que debe llevar encima de los hombros. (–¿Ese, cabeza? ¡Vamos!)

      –Vete a casa.

      La que fue de sus padres; como si fuera antes. Otra vez: la tía Concha. Asunción, desde que casó con Vicente, ve poco a su tía; no porque no la quiera: por falta de tiempo –se convence–: Ver a la familia, igual a perder el tiempo. A veces, en cualquier reunión, oyendo discusiones inútiles, pesadas, ininteligibles para ella, se acuerda de la obesota; pero está fuera de su vida. Es la guerra. Sí, y algo más: la entrega al trabajo. Ahora, como un hachazo:

      –Vete a casa.

      Es imposible que se acabe la guerra sin ganarla. Se lo dice cada día, a cada momento. Lo ha asegurado, repetido; lo ha escrito en la revista de la Juventud. Están contentos con su trabajo. Se lo ha dicho Ángel Santiesteban, que para todos tiene más años de los que representa, a pesar de sus solos veinticinco.

      Oye sonar el teléfono, abre; cuando descuelga la bocina ya cortaron la comunicación.

      Desde que se casó, Asunción vive con Monse, una muchacha que trabaja con ella, en el Instituto de la calle de Sagunto. No solo tan morena como rubia Asunción, sino distinta de todo en todo:

      –No he conocido animales más idénticos y diferentes que los hombres.

      –Como no sean mujeres.

      –Es verdad. Sin eso el mundo sería muy aburrido,

      –Si no fuese por la obligación.

      –Eso tú, que lo tomas en serio.

      Cara redonda, ojos enormes, flequillo, el pelo liso, Monse –Monserrat– tiene un cuerpo precioso, senos pequeños, muslos prodigiosos, pierna gruesa, toda ella maciza. Había sido, desde los catorce años, modelo de cien escultores y pintores. No le da la menor importancia a pasearse desnuda frente a quien sea y a entregarse al primero que se le presente, por dar gusto. A veces, se lo proporciona ella misma, sin excesos. La ropa le molesta. Invierno o verano siempre va en cueros bajo el vestido que sea.

      –No te entiendo.

      –Ni yo. Pero ¿qué más da?

      –Pero...

      –Mira, chica, ¿por qué no? Yo no lo paso mal, ellos se vuelven locos. Así fue desde el principio, ¿para qué me preocupo?

      –¿No te has enamorado nunca?

      –Sí.

      –¿Muchas veces?

      –No. Una.

      –¿Y?

      –¿Qué tiene que ver lo uno con los otros? Me acuesto con este, con el otro, con el de más allá. Eso no cuesta. No importa. No me importa. Tú eres de otra madera. No me escandalizo –dice, riendo–. Le eres fiel a Vicente. Santo y bueno, me parece perfecto. Te educaron, te educaste de otra manera. Para ti la monogamia es la muestra más perfecta del amor. Para mí, no; este o el otro, como beberme un vaso de agua. Figúrate si acostumbraran a la gente a creer que el comer juntos tuviera el mismo significado que el acostarse...

      –No lo tiene.

      –La costumbre, Sun, la costumbre. El catolicismo y otras zarandajas. El amor es otra cosa.

      –¿Para qué vamos a discutir?

      Asunción le escribe a Vicente en todos y cada uno de sus momentos libres. Le importa mucho lo que hace –lo mejor que puede–; Vicente está siempre a su lado. La empuja a trabajar, a cumplir.

      –Vicente o el deber –le dice su amiga.

      ¿Qué busca Monse en la vida? Husmea, no escudriña las entrañas de la tierra sino las de los demás. ¿Cuál es el secreto? ¿Qué intenta descubrir? Por derecho, rodeando, en zigzag, procura averiguar lo que busca. En pos de uno, de otro, alarga la rienda del deseo. Tropieza en estorbos,