Campo de los almendros. Max Aub

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Название Campo de los almendros
Автор произведения Max Aub
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788491347804



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LA MANERA DE V. H.

       A España, donde crecí,

       estas hojas aún verdes

       de un árbol desarraigado.

      Amor, el viento te lleve.1

       ¡Oh, quién no supiera escribir!

      Baltasar Gracián, Agudeza y Arte de Ingenio2

       PRIMERA PARTE

       I

      –Esa Junta de Madrid,3 ¿no es un gobierno de verdad?4 ¿Ni hay ministro de Instrucción Pública?5

      –¡Para eso están!

      –¿Ni Director General de Bellas Artes?6

      –¡A qué santo!

      –Entonces... ¡Soy el dueño! ¡El mandamás! ¡El Propietario!

      Ambrosio Villegas, archivero y director interino de San Carlos,7 se pone a gambetear, tarareando el U y el Dos, ante las columnas renacentistas del Patio del Embajador Vich:8

      Ta ta ta tá, ta ta ta ta ta ta tá,

      Ta ta ta tá, ta ta ta ta ta ta tá.

      Te canto con mis amores,

      con el alma y corazón;

      ya me llaman los pintores

      que te pinten afición.

      Resaladita Dolores,

      cumpliendo con mi deber,

      lo digo de corazón

      que mejor no puede ser

      con el cante labrador

      cumpliendo con el deber.9

      Alarga a más no poder los gorgoritos al final de los sedicentes versos de las insulsas coplas, salta sobre la azulejería policromada del centro de la sala,10 baila frente a la tremebunda Visión del Coliseo, de don José Benlliure. Arriba, el cielo lívido de El entierro de Santa Cecilia, de Cecilio Pláa, nunca ha visto cosa igual.11

      Juan Valcárcel12 mira a su amigo como si se hubiese vuelto loco. (¿Lo estamos todos? Entonces, no vale.) González Moreno13 ríe, enseñando todos sus dientes. Para rematar, Villegas cabalga el León de Bocairente, y sigue, con otro aire de la tierra:

      –Ib en un quinset tincc un puro,

      i en dos quinsets una pipa,

      i en tres quinsets una guitarra,

      i en una peseta una xicad.14

      –Che, tú, ya está bien. Mira que si entra alguien...

      –¿Quién quieres que venga? Y si llega, le echo. Aquí mando yo. El Museo ha pasado a ser de mi propiedad.

      La verdad es que habían tomado unas copas de más para festejar el acontecimiento. (Además: ¿para qué almacenar ya botellas?)

      El edificio del Carmen no es cosa del otro mundo, pero el patio es hermoso y las estatuas desportilladas por el tiempo, las estelas labradas, le dan aire de gran monumento.15 Claro que la sala central no presenta un aspecto muy lucido; faltan las tablas góticas, los mejores Juan de Juanes, los Ribaltas, todo lo que fue de Portaceli: el gran retablo donado por Fray Bonifacio, el hermano de San Vicente Ferrer, aquel que después de estar casado se metió a cartujo y llegó a prior general de la Orden, gran personaje en la tramitación del cisma de Occidente, compromisario en Caspe y traductor de la Biblia. Tampoco están los Nicolaus ni los Osona ni, naturalmente, el Pinturicchio. Dejando sus huellas en los damascos de la tierra, faltan los Goyas y el autorretrato de Velázquez; seguros –hasta donde pueden estarlo– en los sótanos de las Torres de Serranos. De todos modos, con lo que queda, todavía es un museo respetable, sobre todo para quien, como él, gusta de Muñoz Degrain; colgadas todavía sus telas porque son muchas y muy grandes; a pesar de que, según él, valen un potosí; no tienen al valenciano en el aprecio que merece.16 Ambrosio Villegas es hombre del siglo XIX, liberal, masón, amigo de vaguedades y seguro de que, si se hubiese llevado a cabo la reforma agraria, España sería un paraíso.17

      –Para lo que te va a durar.

      –Hasta que entren los otros. Pero, hasta entonces, ¿quién me lo quita? ¡Nadie!

      –Pero si con gobierno o sin él nadie te lo iba a quitar.

      –Eso nunca se sabe. De pronto, una mañana, una tarde, recibes una carta, un oficio y ¡zas!, ya no eres director de San Carlos. Ahora ¿quién puede conmigo? Es como si una –la– mujer con la que has soñado acostarte durante toda la vida te dijera: ¡ahora!

      Y se pone de nuevo a cantar.

      Ie el que templa una guitarra

      pot18 templar un guitarró.

      –¡Claro que hasta que entren los otros! ¡Pues no habrá pocos que ansíen el puesto!

      –Y nosotros ¿qué vamos a hacer?

      Ambrosio Villegas mira al portero, viejo, que se ha hecho viejo ahí, en el zaguán, en las salas. No sabe qué contestarle.19

      No he muerto.20 La guerra ha terminado y no he muerto. Esta es la verdad. La guerra la han ganado los otros. Es pasajero. Vendrá la nuestra. Ganaron un round, perderán el combate. ¿Quién lo duda? Nadie, y menos él.

      Apretado, encogido; el codo de Máximo en el estómago, la pistola de Federico incrustada en el muslo izquierdo, la panza de no sabe quién en la espalda. De aquí para allá; callados. Noche negra. Vicente piensa en Asunción: la única verdad, el amor.21 Se reprocha su sentir: falso; no es verdad, se miente. El amar, solo parte. Vuelve la insidia: solo el amor vale la pena, solo el amor cuenta: tener ahora a Asunción contra él, y, todo lo demás, ¡al demonio!, a la cuneta, a la muerte.22

      ¿Qué pensaría Álvarez si leyera en él? ¿Qué le diría Uribe?23

      No ha muerto.24 No ha hecho nada por evitarlo, tampoco lo ha buscado (¿para qué?). Ha obedecido órdenes, no le tocó ninguna china. No le han herido en los treinta y dos meses de guerra. La verdad es que los últimos doce los ha pasado sin peligro. No lo pidió, le mandaron.25 Es fácil decir: Asunción, pensar en Asunción, ahora que Madrid se queda atrás a sesenta o setenta kilómetros por hora, que cada minuto señala mayor distancia entre él y el cadáver de Lola. Lola, muerta, a la que naturalmente no volverá a ver nunca. Lola, punto y basta.26 Ahora, Asunción, su amor, toda su vida; la que fue y la que será. Lola, ¿qué iba a hacer? La guerra es la guerra. Hace exactamente seis meses y siete días que no ha visto a Asunción, que no la ha tenido entre sus brazos.27 Entonces, ¿quién le echa la primera piedra? ¿Pedro? ¿Luis? ¿Dolores? No tenían sino haberla destinado a Madrid, o cerca. (No. –No: tú, en Valencia. Aquí haces falta.) O haberle enviado a Valencia. (–No, eres necesario en Madrid, ya irás la semana próxima.) Nunca.28 Ahora sí, que se ha perdido todo, hasta el honor.29 Fue el mismo Francisco I el que dijo: –¡Bienaventurada España, que pare y cría a los hombres armados!

      ¿Habrá logrado Asunción salir hacia Alicante?, ¿habrá podido escapar? No ha muerto. No se lo puede figurar. En Valencia no hubo lucha. Es una razón tan buena como otra. Se citaron por teléfono: en Alicante. ¿Me oiría? Cortaron la comunicación.30 Debía haber ido él a Valencia. Todo se amontonó sin dejarle respiro. ¿Qué hará si no la encuentra? ¿Qué harán si no se encuentran? No ha de ser tan difícil. Alicante no es tan grande y, aunque los del partido deben de vivir escondidos, escondiéndose, hallará la manera de dar con el hilo.

      Baches,