Condenados. Giovanni de J. Rodríguez P.

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Название Condenados
Автор произведения Giovanni de J. Rodríguez P.
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789585331839



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ahí?

      Solo esto faltaba, que el codiciado fruto de sus más lúbricos deseos se presentase. Se mordió el labio inferior cual Lamia que degusta de su víctima en la antesala del festín.

      —Mery, perdona, no quise asustarte. No podía dormir y escuché ruido en la habitación de mamá, creí que necesitaba ayuda.

      —Casi me matas del susto, ¿qué haces despierto a estas horas?

      —Ya te lo dije, no puedo conciliar el sueño, hoy fue un día tan espinoso como la corona de Cristo en la parroquia. Dos feligreses en plena misa de mediodía perdieron la cordura y se machacaron a golpes. Mis regaños, las suplicas de las monjas y los brazos de tres fortachones parroquianos fueron insuficientes para detenerlos; mancharon una pared con sangre, dañaron tres butacas y quebraron el confesionario. Para colmo, un infeliz aprovechó la batahola para robarse una de las cestas con la limosna (para nuestra desgracia fue la que tenía los billetes) y en la fuga, corriendo como el mismísimo diablo al que se le queman los pies por pisar suelo santo, derribó a doña Jacinta. La única que ha probado el cuerpo de Cristo todos los días del año; la pobre tiene ínfulas de santa y por el encontronazo cayó de bruces rompiéndose como porcelana. La ambulancia tardó una eternidad; ahora está en la clínica recuperándose de una fractura de cadera y moretones en los brazos. Su hijo, un tal Federico, que nunca va a misa y dicen que es la oveja negra de esa familia, nos amenazó con demandarnos dizque porque en la parroquia no tenemos mecanismos de seguridad. Y como si eso fuera poco, en la misa de la noche me enteré de que el ladrón y el Federico de Jacinta dizque son pareja, viven juntos hace tres años. No faltaba más, ¿cuándo se había visto esto?, la gente ya no teme a Dios ni tiene respeto por los lugares santos.

      Mery frunció el ceño y asintió con la cabeza pensando que lo único que ella hacía en misa era soñar despierta con cualquier feligrés que tuviera manos grandes y buen trasero.

      —¿Mamá cómo está?

      —Gabriel, doña Margarita está estable, la crisis ya terminó. Aunque parece que prevalece el dolor psicogénico. Las heridas invisibles dejadas por el pasado y que nadie ve agobian a su mamá con tristezas que los medicamentos no pueden curar, bien le vendría salir de casa y pasear por un jardín mientras conversa contigo, con Ana o Guillermo de cualquier pendejada que la haga sentir una persona normal. Ya ha tenido suficiente con el diablo imaginario que ronda su cuarto, ¿opinas diferente?

      El rostro redondo de Mery se relajó y el cuello se le hundió entre la musculatura flácida de unos hombros que fueron rocas en el pasado. Al hacer esa pregunta sintió un alivio inmenso y el nudo que sentía en la garganta se desanudó, fue como si descargara de su espalda diez kilos de piedras afiladas.

      —Mery, todo esto te pone de mal humor, ¿cierto?

      —Nunca me molestó trasnochar, es mi trabajo y estoy acostumbrada. Lo que me fastidia es que tu mamá siempre me llame Rosa, Begonia, Jazmín o Alfalfa. Nunca me llama por mi nombre. Incluso cuando éramos jóvenes me llamaba Belladona. Lo recuerdo bien, antes de saludar me miraba como si hurgara dentro de mi pecho y luego con una sonrisa me saludaba usando otro nombre.

      Gabriel sonrió, recordó que de jóvenes su mamá olvidaba el nombre de las jovencitas que se acercaban con pretensiones de noviazgo y a sabiendas les ponía motes con nombres de flores.

      —Mery, no te quejes. La belladona es una flor hermosa.

      —¡Ah sí, en verdad lo crees! La belladona abundaba en las pócimas de las brujas, usado en forma de veneno para matar o desquiciar a sus contrarios.

      —No lo tomes personal. También fue utilizada por las prostitutas romanas como artilugio estético, una gota en cada ojo bastaba para que se les dilatara la pupila y quedarán… chispeantes.

      —¿Qué me quieres decir, tú mamá me veía como una puta?

      —No, nada de eso, solo te daba un ejemplo. Mejor no supongas cosas que no son. Hace treinta años éramos jóvenes y actuábamos impulsados por hormonas, sueños y miedos insondables.

      —Doña Margarita no me quería, desde que era una niña nunca me quiso. Eso no fue un secreto, todos lo sabían, incluso mi mamá me lo dijo una noche que regresé de tu casa, se sentó a mi lado como quien quiere decir algo y no encuentra palabras para expresarlo. Me dijo: “La reina de la casa Pontefino no te quiere, mejor no te metas con esos muchachos, tarde o temprano se hará su santa voluntad y saldrás lastimada”. Las mamás son sabias y los hijos tercos, yo no le hice caso… y bueno ya sabes cómo acabó todo. Gracias a Dios tu mamá perdió la memoria, de lo contrario no me hubieran contratado. Supongo que entre los recuerdos perdidos de tu madre hay una Belladona convertida en rosa. O mejor: soy una bruja vestida con sotana.

      —Mery, son cosas del pasado. Mamá seguro te tiene afecto.

      —Irónico que ella también tenga nombre de flor, y que esa precisamente simbolice la inocencia infantil, espejo de su actual estado mental.

      Ambos se quedaron en silencio.

      —¿Por qué será que tu madre solo recuerda el nombre de tu hermano? Ese bueno para nada. Incluso, a veces olvida el propio, el tuyo y el de tu hermana. Pero no el de tu hermano, ese…

      —No hables mal de Guillermo. Dios sabe que está muy ocupado.

      —Él no merece nada bueno de mi parte, le ha hecho mucho daño a la familia.

      —Mery, nadie merece juzgar a nadie. Y no olvides que él es quien paga las cuentas, incluso tu salario. Mejor dime si mamá ya se durmió.

      —Sí, señor, la pobre sufre mucho. Da lástima verla; hace tan solo unos años era la mujer más influyente del país, su forma de vestir terciaba las tendencias de moda de los personajes de la farándula; gobernantes y empresarios buscaban su consejo. Mírela ahora en lo que se ha convertido. Definitivamente esa enfermedad es el diablo.

      —¡Mery! Cuántas veces te he dicho que no menciones a ese señor en esta casa. Cuida tus palabras.

      —Lo sé, lo sé. Siempre se me olvida. Ya te lo he dicho, ese epíteto para mí es natural, una muletilla, es como decir: ¡Cielos!

      —Tampoco maldigas y menos en mi presencia.

      —Está bien, lo intentaré, a veces olvido que eres un cura. Tu mamá se quedó dormida. Insiste en que don Alfonso no la deja dormir.

      —¿Otra vez pidió que sacaran de la habitación el retrato de papá?

      —Sí, otra vez lo hizo, y también lo confundió con las pesadillas. Qué cosa tan rara. Hoy me di cuenta en dónde he visto un doble de su difunto padre. Casi no me acuerdo y cada vez que veía el retrato como que se me quedaba atorado un pensamiento; ¿has visto el retrato de John Keats?

      —No, ¿quién es?

      —Fue. —Mery hizo una pausa y notó que la mirada de Gabriel huía, endureció la voz y exclamó con aire de regaño que Keats fue un poeta británico del siglo XIX admirado por doña Margarita, pues la anciana tenía un poemario con la recopilación de todos los poemas, ilustraciones a color del propio autor y una reseña bibliográfica.

      —No lo conozco. No sabía que gustabas del arte. Hasta donde sabía solo el deporte te movía las fibras.

      —Odio las artes tanto como las odiaron mis padres, que Dios los tenga en su santa gloria. Y tú sabes que nunca tuve talento para esas cursilerías.

      —Si lo recuerdo bien…incluso te causaba dificultad hacer una pelota con plastilina.

      Mery arrugó la frente. Gabriel tenía razón, lo único que ella podía hacer bien con las manos era propinar golpes y así lo hizo, a lo grande, mientras le duró la universidad.

      —Aunque no lo parezca me gusta leer y ahora con tanto trasnocho leo de todo. —Lanzó una mirada de reproche—. He leído tres libros de tu madre, uno de ellos el poemario que te conté. Allí está el retrato del poeta y es igualito a tu padre. No lo recordaba bien, él siempre fue muy del trabajo y de viajes. En verdad don Alfonso fue un adonis,