Condenados. Giovanni de J. Rodríguez P.

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Название Condenados
Автор произведения Giovanni de J. Rodríguez P.
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789585331839



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79. El Encanto

       80. La gestación de un dios

       81. Dioses del pasado, demonios del presente

       82. Desvelando realidades

       83. El portal

       84. Desvelando a los Arcontes

       85. Luis llega con ayuda

       86. En el monte Athos

       87. Destrucción del portal

       88. Salvación y ruina

       89. Epílogo

       Reseña del autor

       Colofón

       Contraportada

      Después de escribir novelas históricas por más de un lustro, en 2016 me abordó una impertinente idea que atenazó mis pensamientos por varios meses. En ese periodo de incubación me aproximé a realidades desconocidas y conocí personajes singulares que no pararon de hablar a mi oído hasta quebrarme la voluntad y persuadirme para escribir Condenados.

      Fue así como me sumergí, durante más de tres años, en un mundo distópico de contrastes y misterios en el que las realidades oníricas se funden en contextos verosímiles de la vida cotidiana, creando conspiraciones y laberintos sociales a través de sorprendentes imágenes. No obstante, no es una novela negra o de misterio. Es una historia de ciencia ficción cargada con profusos detalles. Elaborada como una muñeca rusa, crece en intensidades y reserva un desenlace insospechado capaz de vincular al lector, de tal manera que se sentirá uno de los personajes, se le avivarán emociones y reflexiones y atesorará momentos placenteros de esta lectura.

      Como novela de ciencia ficción enriquecida con tantos matices tiene todos los aditamentos necesarios para el disfrute de los amantes de la ciencia, la psicología y la mitología. Es un híbrido de géneros y a la vez un osado experimento literario cuyo asiento es la cruda realidad de una Colombia diversa, rica e injusta que muchos aman y otros muchos ignoran.

      El crepúsculo llegó vestido de Caronte para llevarse a la humanidad hacia el mundo de las sombras. Ana Pontefino lo intuía como la más cruel de las corazonadas, pero enmudeció por el temor que le producían sus pensamientos. Durante los últimos diez años vio a la humanidad hundirse en un lodazal de mezquindades y miserias… hasta hace unos días. Él regresó en medio de un estallido de luz y los otros aparecieron detrás del halo de fuego.

      Bogotá, martes 10 de octubre de 2045.

      A las seis de la tarde el ocaso impregnó el cielo con un encantamiento iridiscente que cautivó la atención de los bogotanos. Un gigantesco arco luminoso apareció por el norte y se extendió por el firmamento hacia el sur, formando una especie de muralla verdosa que dividía el cielo en dos. No tardó mucho tiempo para que el arco se diluyera sobre la bóveda celeste y la tornasolara con halos escarlatas surtidos por resplandores dorados y púrpuras sobre un manto azul. El espectáculo, difícil de describir, dejó perplejos a millones de ciudadanos.

      —El clima del planeta está de cabezas y, para colmo, el sol está de fiesta... Pasaron casi dos siglos para que fuésemos testigos de un evento Carrington. No sé si sentirme afortunado o lamentar esta condenada suerte. Menos mal que el torrente de partículas es menor en el trópico, de lo contrario estaríamos con las manos cruzadas sin saber qué hacer. —Guillermo Pontefino le regaló una mirada de desaliento—. Gracias a Dios no tengo implantes porque los transhumanos están llevando la peor parte al inhabilitárseles sus facultades. Hoy murieron dos: un astronauta japonés en la estación espacial ardió en llamas mientras caminaba por la plataforma exterior, estaba a nueve minutos de la compuerta de acceso, nueve minutos para sobrevivir y le avisaron sin retardo cuando los sensores de la sonda Hayabusa-8 detectaron la eyección de masa coronal, pero la explosión solar llegó en ocho minutos. El otro, Enzo Fusco, empresario y coleccionista de libros antiguos, fue mi primo hasta las dos y media de la tarde. Estudiamos en el mismo colegio donde lo apodaron ‘Coco’, apócope de cocodrilo, por tener una boca grande. Falleció a causa de una sobrecarga eléctrica que ocasionó un cortocircuito en la red neuronal que conectaba su antena frontal con el cerebro. Estaba de turismo en la Catedral de Westminster. El pobre cayó frente a la tumba de Charles Dickens; los demás turistas entraron en pánico cuando vieron salir fumarolas negras por sus orejas—. Suspiró y un hálito impregnado de alcohol le perfumó la voz. —A mí, solo se me inflamaron los ganglios. Mire usted, ¿cuándo se había visto auroras en estas latitudes? Señor, casi nadie sabe que los átomos de hidrógeno excitados en niveles de energía bajos forman la cortina de luz rojiza, ¿lo ve? Ya se está desvaneciendo. —Guillermo levantó la cabeza hacia el firmamento como pidiendo ayuda del cielo, luego regresó una mirada de tedio al científico que no paraba de hablar. Gesto que Benoni no logró descifrar porque hablaba con un ojo mirando para fuera y otro para dentro—. La borrasca de la madrugada fue cosa seria, no había visto llover así en toda mi vida. En los noticieros dijeron que afectó principalmente siembras de jazmines. Pero sabe una cosa, señor presidente, el cambio climático es una invención para arrinconarnos y hacernos creer en la necesidad de una institución independiente de cualquier gobierno…

      —Benoni, estás borracho… ya deja de hablar.

      El científico, intimidado por la insidiosa respuesta, desaceleró el paso y dejó que el presidente se alejara. Por el lado pasaron los demás representantes del Estado con ojos de piedra y semblantes de acero, apenas advirtieron su presencia falseada de sobriedad. Benoni Bachis se preguntó qué tenía de malo beber un poco de vino, a lo sumo habían sido dos botellas de sangiovese procedentes de su natal Carmignano. Las miradas de reproche de los burócratas lo hicieron sentir como un antílope en medio de una manada de leones. Así que optó por apiñarse con sus correligionarios que observaban la aurora boreal con mirada arrobada, estupefactos y retraídos de la realidad. Caminaron indiferentes ante la presencia de ángeles de yeso postrados sobre las tumbas.

      La procesión silenciosa caminó detrás del féretro haciendo caso omiso al abrazador frío que arañaba las lápidas de mármol del Cementerio Central. La distinguida romería de personalidades se combinaba con un batallón de periodistas que se mezclaban con decenas de militares encargados de la seguridad, y entre ellos, circulaban centenares de personas que alguna vez fueron bendecidas por la caridad de la fallecida. También hacían acto de presencia personalidades estatales del ámbito internacional y nacional entre los que se contaban los mandatarios de México, Brasil, Perú y Venezuela. Ministros, senadores, cancilleres y casi todo el gabinete presidencial, excepto Milton Calahor. La junta directiva del gremio nacional de pintores tampoco se perdió las exequias y junto a ellos marchaba un centenar de supersticiosos que creían en la expiación de los pecados por peregrinar junto a la que consideraban una verdadera santa. Todos andaban hacia la final morada de la última fallecida del día. Contrario a lo que las malas lenguas decían, ella no murió por las cartas.

      —Hermano,