La última Hija de la Luna. Gabriela Terrera

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Название La última Hija de la Luna
Автор произведения Gabriela Terrera
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789878713694



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se lo devolvía disuelto en aromas marinos, en silencio, podían escuchar los diferentes festejos de las casas aledañas de donde se escapaban otros aromas que delataban intensos y agradables sabores a comida recién asada. Las propiedades de los terrinos compartían calles y los vertederos de agua, el asentamiento de los navegantes se situaba del otro lado del mercado principal, irónicamente, más alejado de las playas sobre terrenos algo más elevados, desde donde se podía apreciar el mar en todo su esplendor. Esta ciudad los albergaba a todos por igual, juntos… no mezclados. A semejanza de la dolorosa realidad que se destacaba en las caravanas, la presencia y los juegos de niños, diferenciaban el ritmo bullicioso entre ambas comunidades.

      La mayor parte de quienes habían marchado a Refugio del Mar para dar origen y respaldar el Pacto de Conciliación, eran jóvenes de ambas estirpes, algunos ya unidos en matrimonio, en ellos se habían depositado las esperanzas del inicio de esta flamante ciudad y fue así que año tras año, vieron nacer y crecer niños navegantes al mismo tiempo que sintieron el dolor y la angustia por las pérdidas que sufría la comunidad de terrinos.

      —Pa-Xunnel no ha regresado aún –expresó pensativo Chattel.

      —No te preocupes por ese viejo necio. –Intentó tranquilizar su padre–. No sé… a veces deseo que encuentre al cobarde, pero de inmediato pienso que nunca debió seguirlo, no sé, dejarlos ser… ella lo eligió así, no la entiendo, involucrarse con uno de ellos, ¿qué espera de Rufanio?

      Los nuevos pactos de La Conciliación no prohibían la relación interracial, solo existían sanciones para todo aquél que forzase o intentara violentar cualquier tipo de vínculo, en especial para con los niños y las niñas, considerados sagrados e intocables; la única sanción acordada y aceptada para quien quebrantara este mandato, se basaba en la pena de muerte. Para hechos de violencia o sometimiento entre miembros de una misma comunidad o distinta, existía el inflexible acuerdo de aplicar castigos severos que incluía acciones de resarcimiento o reclusión en el Apartamiento. Sin embargo, para cualquier otro vínculo o amorío interracial de mutuo consentimiento, no existían restricciones ni impedimentos sociales; aún así, el hecho provocaba sentimientos opuestos entre las etnias, por una parte, los navegantes lo consideraban idilios sin importancia, medios de diversión y en su mayoría, motivo de regodeo; por la otra, este tipo de relaciones eran detestadas por los terrinos a quienes les resultaba en extremo humillante y deshonrosas, al tiempo que provocaba una condena implícita de rechazo o exclusión; en su comunidad, los involucrados eran tratados como traidores y por esta razón, las familias implicadas ocultaban los hechos o trataban de hacerlo, para evitar el rechazo de los propios, considerado el peor de los juicios.

      Pocas (escasas) veces, las relaciones se consolidaban aferradas a la creencia de la existencia de una mítica “sociedad de mezclados”, lugar a donde las parejas, constituidas siempre por hombres navegantes y mujeres terrinas, decidían marcharse para el inicio de una vida diferente; entre tantos susurros, los vientos decían que allí, ellas podían parir hijos vivos. La idea no era del todo descabellada, pues durante muchos años, la comunidad de desertores también había sido una especie de mito o absurda creencia esparcida por los vientos. Mal que les haya pesado a los navegantes, el mito se transformó en el nacimiento de una muy completa, organizada y respetable comunidad de terrinos a la que debieron acudir por ayuda, reconociéndolos como iguales luego de aceptar que sin esta floreciente cultura, no habrían podido sostener la propia.

      Mientras las mujeres atendían a Satynka en su habitación, los hombres intentaban esclarecer los acontecimientos ocurridos desde su último reencuentro.

      —Siempre creímos que Yllawie era quien amaba ese mundo, pero Satynka… no entiendo por qué… Con tu madre nos entusiasmamos al pensar que comenzaría su vida con Xukey, pero, ¿con ellos…? –cuestionó Kemmel en un intento por razonar en voz alta.

      —Ya no existe ellos o nosotros, todos juntos dictaremos la nueva sociedad –respondió Chattel mirando hacia las olas.

      —Eso no va a pasar… ellos esperan, solo esperan.

      —Lo mismo dice ma-Kanki –recordó el muchacho.

      —No tienen necesidad de conflictos ni de sufrir más pérdidas, hijo… ellos solo esperan y enseñan a su descendencia que esta tierra les pertenecerá tarde o temprano.

      —Papá… yo tampoco la entiendo, pero no puedo enojarme con ella…

      —Ya encontraremos el tiempo para hablar con tu hermana, ahora está débil, no me gustó verla así. –Miró hacia la habitación y reflexionó–: ¿No sé qué está pasando ahí, por qué se demoran las mujeres?

      —Todo va a estar bien, pa, ella… ella no se habla con Yllawie, cree que todo es su culpa –dijo Chattel con pesar, amaba a sus hermanas por igual y le dolía el distanciamiento que se había producido entre ambas.

      —Yllawie ha hecho bien, aunque quizá solo quería retener a su maldito navegante, no sé, pero ha hecho lo correcto, no dejo de pensar si… –Kemmel hizo silencio mientras expulsaba círculos de humo–. Hijo, quiero disfrutarte, por qué no me cuentas de los triniños, de Lonkkah.

      —Nuevamente desobedecieron a ma-Kanki.

      —¿Otra vez los collados? –acertó su padre.

      —Sí… no los vas a reconocer.

      —¿Han crecido mucho?

      —No es eso, es que… cuando hablan, las cosas que dicen, pa-Xunnel es sabio, pero ellos… ellos… a veces no puedes creer lo que hacen o lo que dicen –dijo Chattel moviendo sus manos tratando de imitar los movimientos de los pequeños–. Kkan manipula las hierbas y estoy seguro de que lo que no puede hablar con nosotros, lo puede hacer con los animales; Ney, esa niña es… ya sabes… creo que todos lo sabemos, pero ninguno lo quiere mencionar –dijo susurrando–. Chay y esa obsesión con la montaña-madre, la que está cerca del Lago de Fuego que siempre menciona Yllawie.

      —Ese viejo loco de tu abuelo una vez me dijo… me dijo lo extraordinario del ganado –balbuceó Kemmel sin poder arribar a una coherente conclusión–, dijo que nuestro ganado había crecido de una forma muy extraña, excelente lana y carne, los frutos del huerto siempre han sido los más apreciados en los intercambios… tu suegro no ha logrado ni la mitad de la producción y estamos hablando de los mismos pastos y del mismo arroyo, tu abuelo siempre pensó que había algo prodigioso detrás.

      —Todos lo sabemos… –interrumpió Kanki. Los hombres nunca habían advertido su presencia, Chattel se incorporó asustado, su porte era aun más imponente cuando se ponía de pie–. No te asustes gran niño –susurró la mujer que decidió permanecer en el umbral–, toda nuestra familia lo sabe, que hayan aprendido a ocultar sus ojos no significa que hayan ocultado su verdadera esencia, no es un secreto que se pueda olvidar. Tu hermana está descansando ahora, quisiera que esos prodigios estuvieran aquí con nosotros para que me ayuden con Satynka. –Estiró su mano pidiéndole a su hijo le invite un poco de ese tabaco.

      —¿Ocurre algo malo? Pocas veces te he visto así, vieja –expresó preocupado Kemmel.

      —Hijo, Satynka debe quedarse, no es prudente que vuelva a exponerse a un viaje tan largo, no debí dejarme convencer por Neyhtena. –Se reprochó la fatigada mujer mientras expulsaba el humo contenido, con la última bocanada dejó salir una reflexión–: No siempre acierta… no siempre debemos seguir sus intuiciones…

      —Ma-Kanki… –dijo Chattel, pero su abuela lo interrumpió.

      —Tu mujer no debe saberlo –sentenció mirando a su nieto–, lo que les voy a decir queda y muere entre nosotros.

      Los llevó al centro de la calle, el bullicio alrededor los aturdía, en algunas casas cantaban, en otras reían, en todas se festejaban los encuentros. Ella improvisó un pequeño círculo y les contó lo que acababa de suceder en la habitación, su hijo y su nieto transformaron sus semblantes, pero antes de que pudieran deslizar alguna reacción, ella les suplicó:

      —Ahora abracen y besen a esta vieja… finjamos disfrutar de este hermoso