La última Hija de la Luna. Gabriela Terrera

Читать онлайн.
Название La última Hija de la Luna
Автор произведения Gabriela Terrera
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789878713694



Скачать книгу

      La jornada siguiente comenzó antes de que asomaran las primeras luces matutinas, Serjancio, Nemecino y Kemmel pudieron concretar un beneficioso intercambio de valores por aquel excelso potrillo que habían visto la noche anterior, era el tercer año que lograban hacerse de un maravilloso pura sangre; Kanki y Taymah consiguieron sin grandes esfuerzos, costales de harina de maíz y buenas semillas para el próximo tiempo de siembra; Misadora y Beasilia renovaron las ropas de cama, sábanas, mantelería y diferentes bateas para los quehaceres; Regildo y sus primas se encargaron de reabastecer su arsenal con nuevas herramientas y armas: discos de arado, herraduras, hachas, dos ballestas y novedosas puntas de saetas metálicas; Chattel y Regildo aprovecharon un buen lote de postes, maderas, clavos y clavijas; Enufemia y Eleutonia fueron las encargadas de conseguir la mercadería para reabastecer sus almacenes: granos de café, azúcar de caña, tabaco y una larga lista de pequeños, pero imprescindibles comestibles del agrado de los integrantes de sus familias.

      “Sol Flamante” era el bimestre o la estación más productiva en la huerta de la familia conciliada por Serjancio y Xunnel, por ende, el mercadeo que se efectuaba en los inicios del siguiente bimestre, “Sol Ardiente”, resultaba para ellos, el más provechoso de los intercambios y usaban los beneficios para aprovisionarse para el resto del año. En cada integrante cabía la responsabilidad de advertir lo necesario para renovar o reabastecerse de alimentos primarios, insumos y elementos para las tareas de mantenimiento de la huerta y del ganado.

      Una vez finalizadas las obligaciones y obtenidos los elementos previamente pactados, la segunda jornada los invitaba a relajarse y las tareas estaban destinadas a la cotidianeidad y a actividades mucho más placenteras; cada cual contaba con plena libertad de adquirir productos o accesorios para uso y consumo personal. Beasilia amaba obtener platería o cristalería o cualquier tipo de objeto proveniente de ultramar, estos valiosísimos utensilios solo podían conseguirse en el viejo almacén que pertenecía a una antigua familia cuya propiedad acaparaba las mismas arenas donde, cientos de años atrás, habían arribado los primeros barcos; todo cuanto pudiera encontrarse en esas arenas, era de su propiedad y sus dueños, libres de intercambiar para beneficio propio. Beasilia sentía que estos objetos la mantenían conectada con sus orígenes.

      Cerca del viejo almacén, existía un precario aserradero abandonado, otrora único taller de las primeras comunidades de navegantes, ahí había sucedido una de las mayores masacres contra los viajeros del mar: niños, mujeres y hombres desprevenidos habían perecido ante un devastador ataque de quienes, a partir de ese terrible acontecimiento, comenzarían a llamar “sanguinarios”. La embestida había ocurrido durante la noche de celebración de bienvenida ofrecida a los recién llegados, de manera terrible y fortuita, la gran mayoría de los que lograron sobrevivir a la matanza, fueron aquellos que aún no habían descendido de los navíos. La masacre determinó un antes y un después, los supervivientes emplazaron todas las instalaciones hacia las playas de arena, levantaron puestos de vigilancia en los riscos y en los cerros circundantes y aprovecharon aquel oportuno y extenso río para usarlo como defensa natural. De esta manera, la nueva y creciente población se situó donde, a posteridad, se erigiría una tímida ciudad a la que comenzaron a llamar Refugio del Mar, centrada estratégicamente entre majestuosos riscos por su derecha y agrestes cerros por su izquierda. Los integrantes de la familia del almacén se negaron a abandonar su propiedad y, aunque la cercanía se los facilitaba, ni ellos ni ningún otro habitante, se atrevieron a reconstruir el aserradero. Para todo hijo del mar, allí habitaban las almas de los infelices que no tuvieron la oportunidad de recibir el digno funeral navegante. Sus únicos vecinos habían aprendido a convivir con los susurros y las sombras danzantes que en ocasiones daban vida al antiguo taller.

      Al finalizar la segunda jornada, todo el esplendor de mercado comenzaba a desvanecerse y aquéllas mismas tiendas que se desarmaban presurosas, resurgían llenas de vigor en las playas, abriéndose paso entre otras tantas que ya se habían instalado para ofrecer diferentes tipos de degustaciones de bebidas y comidas interregionales; las arenas se transformaban en una gran feria donde los entretenimientos abundaban y en consecuencia, toda la sociedad, cual cambio de marea, comenzaba a aglutinarse a orillas del mar. La noche de cierre de los intercambios era esperada con ansias y entusiasmo, la playa cobraba una luminosidad diferente y embriagadora.

      Misadora ya no contaba con más fuerzas para continuar, su salud se había debilitado después de sus dos últimos embarazos, Enufemia había insistido en regresar con ella y acompañarla para colaborar con lo que pudiera necesitar, pero su madre se había negado a que retornara a la casa y con amable actitud, le había pedido que atendiese a Elumira, su pequeña hermana. Enufemia aceptó sin protestas, acompañó a su abuela y a sus hermanas que no tardaron en unirse a las otras damas de su comunidad que se encaminaban hacia las bulliciosas arenas, había perdido de vista a su abuelo y a sus primos, pero sabía que era costumbre entre los hombres navegantes, concretar reuniones apartadas de los festejos.

      Kanki y Taymah regresaron presurosas a la vivienda, su preocupación estaba anclada en la salud de Satynka. Su madre se dirigió a la habitación donde ella dormía y notó que reposaba sin agitaciones, también pudo corroborar que ya no tenía fiebre, observó que había consumido el modesto desayuno y al fin se relajó; aliviada, regresó a la cocina y comenzó a preparar infusiones.

      —¿Está mejor? –preguntó Kanki.

      —Sí, ha comido, eso me tranquiliza, el sangrado está disminuyendo. –Taymah estalló en llanto–. Perdona, es que… es que he intentando permanecer…

      —Está bien, hija –consoló Kanki. Tomó las manos temblorosas de su nuera y expulsó un suspiro, respiró profundo y al fin dijo lo que hacía tiempo había intentado proponer–: Creo que ya debes permitir que yo me quede aquí en tu lugar, no me malinterpretes, yo puedo con la huerta y los quehaceres, pero mis nietos, siento que ya no, que se me escapan de las manos… las chicas no se hablan…

      —Yllawie, ¿qué pasó entre ellas? –indagó Taymah, quería terminar de armar las piezas que le faltaban a su historia–. Ya sé que fue Lawy quien los detuvo, pero…

      —¿Duerme? –preguntó Kanki señalando la habitación de Satynka, su nuera asintió–. Sabemos que Rufanio siempre ha estado detrás de Yllawie, erróneamente creímos que actuaba como un hermano sobreprotector, pero poco a poco… quiero decir, los chicos crecían y todos advertimos que él tenía otro tipo de sentimientos hacia ella, ustedes todavía vivían con nosotros, sabes de qué hablo, ¿no verdad?

      —Lo sé, yo estaba ahí cuando sucedió lo de Yllawie, por eso nos involucramos de otra manera para con esa niña y aunque sus abuelos lo nieguen, él la lastimó y todos sabemos que también fue Rufanio el que lesionó a mi pequeño Lonkkah.

      —Sí, era pequeño y esa desventaja nunca lo detuvo, sobre todo si se trataba de Yllawie.

      —Lo sé, sé que las cosas al fin encontraron el camino para acomodarse, pero… ¿qué tiene que ver con el vínculo entre mis niñas?

      —Todo comenzó a relacionarse con todo, Nemecino y Misadora, Kemmel y vos, ya habían partido a la ciudad y debo reconocer que siempre les hemos contado retazos de lo que pasaba allá, en la huerta, para no preocuparlos. Hija, con el tiempo las cosas no se acomodaron, las riñas y los berrinches entre él y Lonkkah empezaron a ser más intensas… y continuas. Creemos que, no lo sabemos con certeza, pero notamos que, a medida que todos ellos crecían, los chicos navegantes fueron ignorando a Yllawie, apartándola de sus vidas, excepto Rufanio que ya manifestaba una obsesión hacia ella. Yllawie nunca habló con nosotros… ya sabes, solo habla con sus abejas y, ¡quién sabe lo que esa niña tiene en el corazón!

      Envuelta en estas palabras, “niña” era el término de Kanki para expresar la dulzura de negarse a aceptar que el tiempo pasaba transformándolo todo de manera drástica e irreversible.

      —Ma-Kanki… sabes todo lo que ha sufrido…

      —Lo sé… lo sé –murmuró asintiendo con su cabeza, pero luego, como despertando de un sueño, alzó el tono de su voz y vociferó–: ¡Y de una manada de hermanos… pasó a otra que también tenía un alfa que protegía a los suyos…!