Название | La Revolución creadora: Antonio Caso y José Vasconcelos en la Revolución mexicana |
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Автор произведения | Guillermo Hurtado Pérez |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786073038027 |
Se puede decir que es Madero quien inventa o, por lo menos, acaba de inventar la idea del pueblo mexicano como un pueblo democrático. Lo inventa al dirigirse a él en su discurso de la manera en la que lo hace: como un sujeto político pleno, listo para actuar. Una vez convocado, el pueblo democrático ya no volvería a dispersarse en nuestra historia. Para usar el término de Reinhart Koselleck, el insoslayable logro histórico, político, ideológico de Madero fue abrir un horizonte de expectativa de los mexicanos.63 Este horizonte no sólo se abrió para las clases medias, sino para toda la población, porque el maderismo se transformó en un movimiento de masas. La contrarrevolución de Victoriano Huerta no triunfó, no podía hacerlo, porque ese horizonte ya estaba abierto en las conciencias y no volvería a cerrarse, como se comprobó a todo lo largo del siglo XX mexicano. Ni la muerte de Madero, ni el fracaso de su movimiento ni todo lo que pasó después acabaron con las expectativas democráticas que él inspiró en los mexicanos.
El énfasis de Madero en la no-reelección no ha sido suficientemente valorado, quizá porque se asume que estaba dirigido ad-hominem contra Díaz. Sin embargo, Madero tenía razones generales para defender ese principio, que iban desde los precedentes históricos de Washington y de Bolívar, que habían renunciado a perpetuarse en el poder por considerar que ello iba en contra de los intereses de la República, hasta el argumento de que cuando un político no tiene la reelección en la mira, puede actuar de manera más libre para llevar a cabo su programa.64 La concepción de Claude Lefort de la democracia como el vacío simbólico del poder podría ayudarnos a entender la insistencia de Madero en la no-reeleción.65 Cuando un hombre se ubica en el centro del poder y desde ahí consigue reelecciones indefinidas, aunque sean legales, la democracia pierde una de sus características centrales: que el poder no tenga rostro ni figura. En una democracia genuina, el poder no debe tener nombre y apellido, mucho menos de manera indefinida. Es por ello que la no-reelección, uno de los bastiones del sistema político posrevolucionario, ha servido como muro de contención para los presidentes que han ocupado el poder de manera tan absoluta, o para decirlo a la manera de Lefort, sin dejar huecos. Y por razones semejantes, el tema de la alternancia electoral fue tan importante en el último tercio del siglo XX. Ya no se trataba entonces de que el poder tuviera siempre el mismo rostro, sino de que tuviera siempre las mismas siglas, el mismo escudo.
Para los propósitos de este libro, es fundamental subrayar que Madero entendió la lucha política dentro del marco de una concepción del ser humano que coincide en algunos aspectos con las filosofías de Antonio Caso y José Vasconcelos, las dos figuras de la filosofía mexicana de la primera mitad del siglo XX. Como veremos, los tres compartieron su rechazo al materialismo, al determinismo y al egoísmo. Quizá la mejor manera de comenzar a mostrar esta coincidencia es en el franco rechazo de Madero a la orientación positivista de la educación oficial. En la sección “Instrucción pública” de La sucesión presidencial en 1910, Madero hace una crítica de los magros resultados educativos del régimen de Díaz, de los que son culpables, dice, las “personas ineptas” de las que el dictador se ha valido. Si bien Madero no hace una referencia explícita a Justo Sierra y a Ezequiel A. Chávez, es evidente que a ellos se refiere y eso explica, entre otras razones, que entre las demandas puntuales de los revolucionarios en las negociaciones de Ciudad Juárez en 1911 se haya exigido un cambio en el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Madero afirma que no comentará “el género” de la enseñanza que se ofrece en los planteles oficiales, ya que esa crítica la había hecho antes Francisco Vázquez Gómez, pero que sí dirá algo acerca del tipo de persona que egresa de dichas escuelas.66 Según Madero, la juventud educada en esas escuelas tiene los conocimientos para labrarse su futuro personal, pero carece de principios e ideales, es egoísta y escéptica, y no está dispuesta a sacrificarse por la patria. Los jóvenes tienen de manera natural un entusiasmo por lo grande y lo bello, lo que sucede, dice Madero, es que
…. en las escuelas oficiales (…) van minando esos nobles y optimistas sentimientos, y sembrando en sus corazones el desconsolador escepticismo, la fría incredulidad, el amor a lo positivo, a lo que palpan, a lo que ven, y cuando llegan a la edad madura, es lo único que llegan a considerar como real, y clasifican las palabras de patria, libertad, abnegación, entre la metafísica que acostumbran a considerar con cierto desdén.67
¿En qué basaba Madero su crítica al positivismo? De la referencia que hace a Francisco Vázquez Gómez se desprende que él conocía la polémica iniciada por aquél en los primeros meses de 1908.68 También es posible que Madero conociera las críticas de José María Vigil al positivismo (Vigil, por cierto, también había sido espiritista).69 Sin embargo, el rechazo de Madero al positivismo tenía otro origen, más hondo y personal. Esto lo pudo percibir Roque Estrada, uno de sus más estrechos colaboradores durante la campaña electoral de 1910. Según él, no era la razón o el cálculo lo que predominaba en la personalidad de Madero, sino la emoción. Es por ello que Estrada, que era positivista y socialista, pensaba que si bien Madero podía ser el hombre que congregara a los elementos contrarios al régimen, no podía ser quien dirigiera la etapa reconstructiva de la revolución.70 La emotividad del carácter del líder estaba nutrida no sólo por una tendencia psicológica, sino por una inclinación moral y metafísica muy lejana de la filosofía positivista.
No es ningún secreto: Madero fue espiritista.71 Se sabe que su contacto con los espíritus transformó su vida: lo alejó de los vicios, de la ociosidad, del egoísmo, le indicó una disciplina, lo motivó para ocuparse del bienestar de los demás, y, por último, le dio la tarea de salvar a su patria de la tiranía a costa de grandes sacrificios personales. Las virtudes políticas que propugnaba Madero estaban inspiradas en las virtudes morales dictadas por sus creencias espíritas. Madero, el político, no se entiende sin Madero el espiritista.
Hacia finales del siglo XIX, el espiritismo fue un movimiento muy extendido entre las clases medias de Europa y América, que rechazaba el materialismo de la ciencia contemporánea y que tampoco aceptaba de manera dogmática la existencia de Dios, del alma y de las normas universales de la moral. El espiritismo ofrecía lo que parecía ser una prueba de la existencia del espíritu, de las leyes morales y de la divinidad. La lista de los intelectuales y políticos latinoamericanos que se acercaron o simpatizaron con el espiritismo es muy larga y seguramente sorprendería a quienes desconocen el impacto que tuvo esta corriente. Del extremo norte al extremo sur del continente americano se formaron grupos que buscaban entablar contacto con los espíritus y se crearon clubes y asociaciones cuya finalidad era propagar la doctrina de una manera seria y organizada.72
La corriente espírita que seguía Madero, la más extendida en América Latina, era la fundada por Allan Kardec.73 Esta doctrina afirma que Dios creó a los hombres en la forma de espíritus antes de que tuvieran un cuerpo material. Los espíritus deben reencarnar varias veces para progresar moralmente. Los humanos encarnados