Название | El peronismo y la consagración de la nueva Argentina |
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Автор произведения | Carlos Piñeiro Iñíguez |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789507547096 |
Pero sería incorrecto suponer, como reiteradamente han señalado sus críticos y el mismo Pavón Pereyra parece poner en labios de Perón, que a su regreso viniese dispuesto a promover una versión criolla del fascismo. Hay referencias a sus contactos con hombres del nacionalismo autoritario, como Jordán Bruno Genta, tras su vuelta a Buenos Aires, e incluso algunos testimonios afirman que por esa vía se vinculó con el núcleo original de lo que devendría el GOU. Pero pronto, como parte de su progresivo desplazamiento de adversarios y competidores, Perón se encargaría de “purgar” a los principales admiradores de las potencias del Eje del elenco de cuadros, funcionarios y asesores del gobierno militar instaurado en 1943; Genta, entre ellos. El embajador británico, sir David Kelly, en nota al Foreign Office, afirmaba que Perón no era “hombre de guardarse sus pensamientos, pero no le hemos detectado algún rasgo de filosofía política nazi-fascista”. Además de señalar la contradicción que, a sus ojos, significaba halagar “de modo consecuente a la jerarquía eclesiástica” y vivir “abiertamente con una actriz”, Kelly remarcaba que lo que había impresionado a Perón “en la Italia fascista fueron la mecánica del gobierno dictatorial y el programa social y económico”. Y agregaba: “Ante mí criticó al fascismo por no lograr un auténtico apoyo popular y poner al partido en contra del ejército, e insistió que lo impresionaba el bienestar laboral”. Además, esa admiración por el “orden social” del fascismo italiano no le impidió considerar, a su regreso, que las potencias del Eje habrían de perder la guerra. Ese parece haber sido el centro del informe que, en reuniones reservadas a las que concurrieron el ministro de Guerra, general Tonazzi, y oficiales de distinto rango, presentó Perón como conclusión de sus observaciones en Europa al regresar en mayo de 1941. Si efectivamente era esa su opinión, no difería, como diagnóstico, del panorama sostenido por Justo y sus seguidores, Tonazzi entre ellos. Sin embargo, Perón afirmaría que sus opiniones fueron consideradas “comunistas” o “nihilistas” por los “generales cavernícolas que pretendían convertir el Ejército en una guardia pretoriana”. Y aunque su destino en el Centro de Instrucción de Montaña, en Mendoza, era lógico tras su especialización en Italia, en sus referencias posteriores dirá que era una forma de alejarlo de Buenos Aires y “sacarlo de circulación”45.
En la influencia de esas “conferencias” o reuniones Perón vería el origen del GOU, en las ocasiones en que se atribuiría su gestación. Según esas versiones, una decena de oficiales jóvenes que habían oído sus opiniones tomaron contacto con él en Buenos Aires tras su regreso de Mendoza en 1942. Le plantearon que no habían “perdido el tiempo” y habían “organizado en el Ejército una fuerza con la cual tomar el poder en 24 horas”. Perón les habría pedido “diez días” para pensarlo bien, y sobre esa base se habría organizado el GOU. Más allá de las exageraciones y las notas pintorescas con que Perón formuló ese relato en distintas ocasiones, todo indica que efectivamente el grupo estaba en formación cuando lo invitaron a integrarse. Una cuestión difícil de dilucidar, solo plausible de manera conjetural, es en qué medida incidió la muerte del general Justo para que aceptase sumarse al pequeño grupo de conspiradores. Pavón Pereyra le hace decir que “la muerte de Justo en aquel año de 1943 dejó abierto el camino en forma definitiva a quienes aspirábamos a lograr la verdadera liberación de nuestra Patria”46.
El anacronismo de esta última expresión, que no aparece en los documentos del GOU, da para pensar en una interpretación arreglada según los hechos posteriores. Ya en noviembre de 1942, con el nombramiento del general Ramírez como ministro de Guerra, había comenzado el desplazamiento de jefes justistas, y varios integrantes del núcleo fundador del GOU habían pasado a ocupar puestos desde los cuales incidir en pases y destinos, particularmente Urbano de la Vega en el Servicio de Informaciones del Ejército, y Enrique González, Bengoa y Filippi, en la secretaría del Ministerio de Guerra. Es posible que la muerte de Justo, más que a esos hombres ligados al general Ramírez, haya dejado las manos libres al propio Perón, cuyos compromisos con el justismo venían desde 1930. Un aspecto poco mencionado de esas vinculaciones es la relación de Perón con la masonería. Una “inscripción nominativa” señala al “Fr.” Juan Domingo Perón como iniciado en la Reverenda Logia “Democrazia, Giustizia e Libertà”, de la “Massoneria Universale”. Si bien está fechada en Roma el 10 de octubre de 1938, es decir, cuando Perón se encontraba en Buenos Aires, al mes siguiente de la muerte de su primera esposa, Aurelia Tizón, la fecha no invalida de por sí esa constancia, ya que se trata de una logia considerada “irregular”, es decir, que no sigue estrictamente el rito establecido, y puede haber aceptado su ingreso en ausencia. En todo caso, está claro que Perón, a pesar de algunas declaraciones que se le atribuyen, tuvo buenas relaciones con la masonería. Varios de sus funcionarios eran masones, y según consta en una medalla conmemorativa, la III Reunión de Grandes Comendadores de América, del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, se realizó en Buenos Aires del 3 al 8 de noviembre de 1953. Hacia el final de su vida, en 1973, tras asumir por tercera vez la Presidencia de la Nación, Perón recibió de la Masonería Argentina una medalla plateada, y de parte de la “Masonería Simbólica Americana” un reloj de oro. Ambos reconocimientos llevaban los símbolos tradicionales masónicos, del compás y la escuadra. La medalla estaba dedicada al “Señor Presidente de la Nación Argentina”; el reloj, en cambio, lo estaba “Al Hno. Juan Perón”. Por su parte, la esotérica “Gran Logia Anael”, el 17 de octubre de 1973 le entregó a Perón un curioso recordatorio, formado por una base sobre la que se apoya una forma esférica dorada, dedicado “a su fundador serenísimo, teniente general Juan D. Perón, Luz y Sabiduría del Oriente”47.
Es igualmente significativo el recuerdo del entonces capitán Benito Llambí, quien, tras retirarse como mayor en 1946, ingresaría al servicio diplomático y llegaría a ser, en 1973-1974, ministro del Interior del último gobierno de Perón. En sus memorias, señala que, al igual que “muchos de los que habíamos sido uriburistas, más que justistas”, estaba dispuesto “a escuchar a otros hombres, e intercambiar ideas propósitos y métodos que fueran más allá de las desgastadas propuestas de Molina y Menéndez”. En esas circunstancias estableció contacto con Perón, en la segunda mitad de 1942. “Perón se manejaba con una gran prudencia todavía, y sus planteos tenían como eje la unidad del Ejército, suerte de divisa inobjetable que permitía avanzar sin suscitar resistencias. Las cosas adoptaron un ritmo completamente distinto a partir de una circunstancia inesperada y que cambió la situación interna de la fuerza. El 11 de enero de 1943 moría sorpresivamente el general Justo. Eso dejó vacante un espacio de autoridad en el Ejército que Justo había sabido mantener por una década y media. [...] La desaparición de Justo aumentó la necesidad de una nueva referencia, humana, política y profesional, en el Ejército, y llevó a muchos oficiales a engrosar las filas de quienes seguían de cerca los pasos de Perón”48.
1.3 El derrocamiento de Castillo
Si la muerte de Justo les dejaba abierto el camino, no era cierto en cambio que a comienzos de 1943 los fundadores del GOU estuviesen en condiciones de “tomar el poder en 24 horas”. Si bien luego se atribuirían la Revolución de Junio, está claro que en el derrocamiento de Castillo el GOU fue uno de los varios actores, y no precisamente el más preparado para dirigirlo.
Ya en la “Noticia N.° 5”, de manera contradictoria se señalaba que “los acontecimientos producidos y que son de dominio público han tenido en el GOU su gestación y realización”. Pero en el párrafo siguiente debían admitir que “los hechos se precipitaron y encontraron al GOU en plena labor de enrolamiento”. En efecto, el grupo estaba aún en su etapa inicial y distaba mucho de poder definir la situación. Además de los siete incorporados al Grupo Directivo, es posible que antes de junio ya hubiesen sumado a Benito Llambí y a varios de los citados en las memorias del militante nacionalista Manuel de Lezica: Francisco Castro, Roberto Dalton, Héctor Raviolo Audisio, Mario C. Marambio, Carlos Gómez, Apolinario López, Francisco Imaz, Juan José Uranga, Manuel Mora, que tenían por entonces grados entre mayor y coronel, y algunos más jóvenes, como Juan Enrique Guglialmelli, José García Altabe, Enrique Perkins o Carlos