Название | El peronismo y la consagración de la nueva Argentina |
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Автор произведения | Carlos Piñeiro Iñíguez |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789507547096 |
Para entonces, los revolucionarios habían iniciado su marcha hacia la Capital en dos columnas. La derecha, comandada por el coronel Ramírez, incluía tropas de las Escuelas de Suboficiales y de Caballería, y del Regimiento 1 de Artillería a Caballo. La columna izquierda, comandada por el coronel Miguel A. Mascaró, estaba formada por hombres de las Escuelas de Infantería, Artillería y Comunicaciones, y de los Regimientos 10 de Caballería. En la marcha se agregaron efectivos de otras unidades de Liniers (Regimiento 1 de Artillería), Ciudadela (Regimiento 8 de Caballería) y de Palermo (Patricios). El único enfrentamiento grave se produjo a las once de la mañana, ante la Escuela de Mecánica de la Armada, con un tiroteo que duró tres cuartos de hora. Aunque nunca se aclararon del todo los hechos, de los testimonios surge que el jefe de la vanguardia revolucionaria, el coronel Ávalos, habría exigido la rendición de la Escuela, a lo que su director, el capitán de fragata Fidel Lorenzo Anadón, se negó rotundamente. Un relato, recogido por Isidoro J. Ruiz Moreno, señala que “cuatro oficiales del Ejército”, encabezados por Ávalos, ingresaron a la Escuela y encararon a Anadón y su ayudante, el teniente Howard, preguntando si se sumaban o no al movimiento. La negativa del director de la Escuela y la amenaza del jefe de la columna de vanguardia de abrir fuego de artillería precipitó el enfrentamiento. Según Guillermo D. Plater, el hecho se debió a un “mal entendido” que “sólo se explican quienes conocían a ambos jefes”, dando a entender el carácter de ambos. El testimonio de Ornstein indica que el cese el fuego se logró gracias a la mediación del general Rodolfo Márquez. Según el relato de Isidoro J. Ruiz Moreno, a partir del testimonio de Fermín Eleta, entonces joven cadete naval y circunstancialmente en el lugar, el alto el fuego provino de la orden del almirante Sabá Sueyro, finalmente acatada por Anadón. Los disparos provocaron la muerte de tres civiles que tuvieron la mala suerte de ser pasajeros de un colectivo de la línea 29 que pasaba en ese momento, y de al menos dieciocho militares: dos tenientes, catorce efectivos de la Escuela de Suboficiales del Ejército y dos soldados conscriptos, además de unos veinticinco heridos de distinta gravedad. Al teniente coronel Juan Vicente Fernández debió amputársele una pierna. Curiosamente, fruto de la revolución, Anadón sería nombrado gobernador del Territorio de Tierra del Fuego, y ya con el grado de almirante sería ministro de Marina al comienzo de la primera presidencia de Perón. Según el relato de Isidoro J. Ruiz Moreno, “siendo Anadón ministro de Marina, el presidente Perón le comentó: ‘¡Qué lástima, Anadón, ese incidente que Ud. tuvo frente a la Escuela con las tropas del Ejército!’. La réplica del Ministro fue cortante: ‘¡Cómo no iba a tener incidente, cuando a la cabeza iban cuatro animales!’”, en referencia al coronel Ávalos y sus tres acompañantes, no identificados. La temida resistencia de otras unidades o de la Policía, dirigida por el general Domingo Martínez, no se produjo. El presidente y los miembros de su gabinete, que a bordo del rastreador ARA Drummond habían salido río afuera, con vistas a una esperada acción de fuerzas “leales” y restablecimiento del “orden”, finalmente pusieron rumbo a La Plata, donde arribaron al mediodía y luego, como había ocurrido doce años y ocho meses antes con Yrigoyen, Castillo firmó su renuncia ante el jefe del Regimiento 7 de Infantería63.
Las fuerzas revolucionarias, concentradas en el Tiro Federal, iniciaron su marcha hacia el centro al mediodía. Rawson hizo una parada en el Círculo Militar, donde recibió el apoyo de una “crecida cantidad de oficiales”, según informaron los diarios. Después se dirigió a la Casa de Gobierno, donde ya estaban el almirante Sabá Sueyro, los generales Ramírez y Farrell, y varios hombres del GOU, principalmente el teniente coronel González. Durante la tarde algunos manifestantes, entre ellos, forjistas y aliancistas, llegaron a la Plaza de Mayo y fueron incendiados varios vehículos de la Corporación de Transportes de Buenos Aires. Perón afirmará que fue a su pedido: “Todo había pasado tan rápido que la mayoría de la población no se había enterado del cambio de gobierno. Fue entonces que le pedí a Mercante que hiciera salir a la calle a un grupo de efectivos para que incendiaran algunos vehículos. Un poco de acción psicológica no viene nada mal para despabilar a los curiosos”. Después se fue concentrando mayor cantidad de gente y a eso de las 17.30 los jefes militares salieron a uno de los balcones de la Casa Rosada. Rawson, curiosamente presentado por el locutor oficial como “uno de los jefes de la revolución triunfante”, dio un improvisado discurso, de menos de cuatro minutos de duración, en el que además de mostrar pocas dotes de orador, sostuvo que el “Ejército se ha visto precisado a lanzarse a la calle, no precisamente haciendo una revolución, sino cumpliendo preceptos constitucionales”. Según la interpretación del general, la “Constitución le otorga el deber de guardar el orden y el respeto por sus instituciones”, y como las “instituciones no estaban respetadas” y el “orden era aparente”, en consecuencia, “era necesario que el Ejército interviniera y lo ha hecho”. Dejando de lado los furcios de quien evidentemente no estaba habituado a hablar en público, la sustancia de sus palabras era un llamado a confiar en “las instituciones armadas” que tendrían “la responsabilidad directa” del gobierno64.
Aunque esa misma noche, en el primero de los dos decretos que firmaría, Rawson había declarado “el imperio de la Ley Marcial” en todo el territorio, la calma reinaba en el país. Los empresarios teatrales porteños suspendieron las funciones de la tarde y noche del 4, “ante la falta de medios de transporte”, y llamativamente los matutinos del día 5 mantuvieron su rutina habitual. Como recordaba José Claudio Escribano, las tapas de los principales diarios argentinos “no traían en esos años de la Segunda Guerra ni una sola noticia de orden interno. La Nación del 4 de junio relata en su tapa qué ocurrió en China, qué ocurrió en los Balcanes, cómo está el frente tal, qué pasa con los alemanes, pero nada sobre lo que sucedía en el país; y, como todos los días, en la parte inferior de la primera página trajo ese día 4 tres o cuatro líneas destacadas bajo el título común de ‘Otras noticias’. En la edición del 5 de junio, entre los ‘hechos salientes de ayer’, dice que un movimiento militar depuso al Dr. Castillo. Vaya si era un hecho saliente, como que ya había insumido en ese mismo ejemplar el título a todo ancho de página con el que se había abierto el diario [...]. Pero en la parte inferior de aquel día 5 se repitió la rutina de siempre, como si ese no hubiera sido un día distinto”. Tampoco lo fue ese fin de semana para el fútbol: el domingo 6 se jugó con normalidad la fecha del campeonato de primera división, con triunfos de Atlanta, Boca, Lanús, River, Rosario Central y San Lorenzo. Racing y Chacarita empataron, 2 a 2. El teniente coronel Ducó, socio y fanático de Huracán, tuvo un mal día: el “Globito” perdió de visitante por 1 a 0 ante Platense65.
A pesar de las declaraciones del presidente provisional y de ese clima tranquilo, la mayoría de los participantes del movimiento creían estar haciendo “precisamente una revolución”, y pronto quedaría demostrado que la jefatura de Rawson había sido un hecho circunstancial, incluso para quienes conspiraron con él desde un comienzo. El acuerdo alcanzado entre Ejército y Armada quedó firme, y de ese modo, mientras Rawson, en carácter de “jefe del movimiento militar”, se hacía cargo del gobierno, el contraalmirante Sabá H. Sueyro era designado vicepresidente. El general Ramírez era ratificado como ministro de Guerra; Benito Sueyro reemplazaba en el de Marina al