Название | El peronismo y la consagración de la nueva Argentina |
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Автор произведения | Carlos Piñeiro Iñíguez |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789507547096 |
El testimonio de uno de los protagonistas de esos días, el teniente coronel Leopoldo Ornstein, hombre de un gran prestigio en las Fuerzas Armadas, que recién daría a conocer su hija en el año 2000, señala que fue el propio ministro Ramírez quien acudió a Rawson, su amigo y compañero del arma de Caballería, para evitar su desplazamiento del cargo. Ornstein era un intelectual militar, respetado autor de obras de historia de su especialidad; tenía entonces el grado de teniente coronel y era director de la Escuela de Caballería. Siempre según su relato, la principal motivación de Rawson era impedir el fraude electoral en marcha, y “creyó de buena fe que ya no quedaba otro recurso que derrocar al gobierno, para terminar con un régimen, que desde años antes privaba al pueblo de sus libertades cívicas”. Habría sido el general quien se puso en contacto con los hombres de Campo de Mayo, más precisamente con el coronel Elbio C. Anaya, a quien convenció de que era necesario derrocar a Castillo. En esta versión, el núcleo original del golpe lo integraron Rawson, Anaya y el propio Ornstein. Por indicación del general Ramírez, Rawson invitó a Perón, quien “se excusó alegando que, como dependía del general Edelmiro J. Farrell, no podía adoptar una resolución al respecto sin contar con la aprobación de su superior inmediato”. A su vez, Farrell habría respondido: “Yo no puedo entrar en esto porque estoy ocupado con el asunto de mi divorcio. Además, esta noche tengo un programa”57. En esta y en otras versiones que ya habían circulado anteriormente, sobre la ausencia de Perón que se volvió “inhallable” en las horas previas al movimiento de Campo de Mayo, generalmente se ha querido inferir un rasgo de cobardía. Pero, más bien, recuerdan la ausencia del general Justo en los días previos al 6 de setiembre de 1930. El propio Perón dirá que los “jefes de la revolución no eran hombres que debieran aparecer en primer plano, porque sabíamos [en el GOU] –y así convenía que fuera– que en las revoluciones los hombres se imponen desde la segunda fila y no desde la primera, donde, invariablemente, fracasan y son destituidos”58.
Entretanto, en la noche del día 3, el presidente Castillo estaba en la residencia de Olivos, donde había convocado a varios jefes militares y dirigentes políticos, según dirá uno de los concurrentes a esa reunión, Félix Hipólito Laíño, “para asistir a un acontecimiento importante”. A Laíño, jefe de redacción de La Razón, lo había invitado el senador oficialista Gilberto Suárez Lago. Al llegar, el ministro del Interior, Culaciati, les informó que “se había levantado” Campo de Mayo, y se creía que el general Ramírez encabezaba el movimiento. La apreciación obedecía a que el ministro de Guerra había sido enviado a evitar que se produjese el alzamiento, y no había regresado. Ya a las cinco de la madrugada del día 4, Castillo decidió trasladarse a la Casa de Gobierno. Allí, refrendado por el almirante Fincati, “por hallarse ausente el señor Ministro de Guerra”, según se dice en el decreto correspondiente, Castillo nombró al general de división Rodolfo Márquez, cuartelmaestre del Interior, comandante de las fuerzas de represión. En el relato de Laíño, un “manto de niebla cubría la Plaza de Mayo a la llegada del Presidente, quien instalado en su despacho llamó a su edecán naval, el entonces capitán de navío Alberto Teisaire, para que en su nombre hiciera saber al general Ramírez que debía presentarse de inmediato. No se hizo esperar el ministro de Guerra, quien tras breve diálogo le presentó su renuncia”. Según Laíño, Castillo ordenó al general Márquez que arrestara a Ramírez y poner en ejecución el plan para reprimir “el movimiento que estaba por estallar”. Márquez estableció posiciones para demorar el avance de los rebeldes sobre la avenida General Paz. La Armada debía cubrir el sector Este de ese dispositivo. “Pero el movimiento ya había estallado; el general Rawson [...] avanzaba entre la niebla hacia la Plaza de Mayo”. Las noticias que recibía el general Márquez eran cada vez más alarmantes. Habían considerado que la base aérea del Palomar era leal al gobierno, pero se enteraron de que estaban con los revolucionarios. El almirante Fincati, a pesar de la niebla, ofreció atacarlos con la Aviación Naval, pero Márquez prefirió evitar esa acción, hasta tanto regresase el general Zuloaga, enviado a comunicarse con Rawson, sin resultado positivo. Ante la noticia del avance y el hecho de que Márquez no estaba en condiciones de organizar una resistencia efectiva, “a las 9 de la mañana Castillo se embarcó con sus ministros” en el rastreador ARA Drummond, como último intento de preservar su gobierno59. Como había hecho en 1930 Yrigoyen, Castillo abordaba un buque de la Armada, a la que creía “leal”, con la perspectiva de evitar su detención y aguardar el curso de los acontecimientos. Ignoraba que, en el transcurso de esa noche agitada, Rawson había recibido una llamada telefónica desde Puerto Belgrano, en la que el almirante Benito Sueyro le confirmaba que la Flota de Mar se había plegado, y que ya se había avisado a su hermano Sabá Sueyro, director de Material de la Armada, para que tomase el Ministerio60.
La decisión final del golpe se tomó en la Escuela de Caballería de Campo de Mayo, en una reunión de la que participaron, según la mayoría de los testimonios, catorce jefes: el general Rawson, los coroneles Elbio C. Anaya, Emilio Ramírez y Eduardo J. Ávalos, los tenientes coroneles Enrique P. González, Carlos Vélez, Fernando Terrera, Leopoldo Ornstein, Rodolfo Rosas y Belgrano, Aníbal Imbert, Antonio G. Carosella, Héctor V. Nogués, Romualdo Aráoz e Indalecio Sosa, este último de la guarnición de Liniers. A ellos, en las horas siguientes, se sumaron el coronel Fortunato Giovannoni y los tenientes coroneles Honorio S. Eizaguirre, Tomás A. Ducó y Aristóbulo Mittelbach. De estos dieciocho, apenas la mitad estaba ya en las filas del GOU. Ávalos agregará los nombres de Ramón F. Narvaja y Francisco N. Rocco entre los jefes de esa jornada. Las versiones, tanto de Anaya y Ornstein como de Ávalos, insistirán en la ausencia de Farrell y, sobre todo, de Perón en los hechos ocurridos entre el 3 y las primeras horas del 4 de junio. Ornstein insiste en que fue “materialmente imposible dar con el coronel Perón”, pese a intentar comunicarse con él “en todos los lugares donde podía hallarse” y enviar comisiones en su busca: “Fue como si se lo hubiera tragado la tierra. Esa noche no apareció en ninguna parte”. Llambí, en cambio, señala que fueron juntos al comando de la Primera División, ya que tenían la misión, junto con Eizaguirre, que no se presentó a la cita, para convencer al general Juan Carlos Bassi para que no actuase en defensa de Castillo. En la madrugada del 4, Bassi había llamado por encargo del presidente a Campo de Mayo, pidiendo hablar con el oficial de mayor graduación de los reunidos. Lo atendió el general Rawson, ya decidido a ponerse al frente, y ante el pedido de que depusiera la actitud, le respondió que la decisión era irrevocable: “Sabemos que la sangre puede ser el precio que hemos de pagar”. En ese contexto, muy temprano el día 4, Perón y Llambí se presentaron ante Bassi, que había anunciado su oposición al golpe. Según Llambí, “Perón hizo entonces un breve bosquejo de la situación” y de la “inevitabilidad de los hechos”. Bassi se convenció de que la mayoría de los cuadros del Ejército “estaban sin lugar a dudas a favor de la revolución” y “que esa circunstancia” lo decidía a no ofrecer resistencia. Por otra parte, incluso las versiones más contrarias a Perón aceptan su coautoría de la proclama revolucionaria, junto con Miguel Ángel Montes. Los matutinos del 4 de junio que, como era habitual, privilegiaban en su tapa las noticias internacionales, en páginas interiores señalaban que para esa jornada se aguardaba la renuncia del general Ramírez y se mencionaba como sus posibles reemplazantes