A los 35 y no me encuentro. Vanesa Vázquez Carballo

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Название A los 35 y no me encuentro
Автор произведения Vanesa Vázquez Carballo
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418230363



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cerrando. —Mis horarios se respetaban.

      —Venga, hombre, tengo el coche a la vuelta de la esquina.

      —¿Qué le ha ocurrido?

      —Se ha parado de repente y no puedo dejarlo ahí obstruyendo el paso a los otros vehículos.

      El hombre estaba bastante desesperado, así que con todo el cansancio del mundo accedí a ayudarlo; total, en casa solo me esperaba una televisión con un montón de canales basura y una montaña de piezas por arreglar.

      —De acuerdo, le ayudaré.

      —¡Oh! ¡Gracias, joven!

      Le seguí los pasos hasta que dimos con el coche aparcado de malos modos interfiriendo en el paso de los otros conductores: era un Citroen negro bastante normalito, a pesar de que el conductor parecía manejar dinero. Con un gesto, le indiqué que se situase detrás del coche para que juntos pudiésemos empujarlo hasta llevarlo al taller. Una vez dentro del garaje, donde arreglo todo tipo de vehículos, lo inspeccioné rápidamente.

      —Muchas gracias, joven —dijo todavía algo cansado por el esfuerzo de haber empujado el coche.

      —De nada, para eso estoy. —Levanté el capó—. ¿Y dice que de repente se le ha parado?

      —Sí, así sin más.

      —¿Cuánto tiempo tiene el vehículo? —De seguro sería una chatarra.

      —Unos cinco años.

      —Tiene que ver con la batería o el motor, pero si usted me lo dejara para poder mirárselos… —Me rasqué la barbilla pensando en que tenía para largo.

      —¿Para cuándo estaría listo? Trabajo y no puedo estar mucho tiempo sin coche.

      —Caballero, esto es como el médico: hay que encontrar primero lo que tiene y luego arreglarlo.

      —Está bien. —Se sacó de la chaqueta dos tarjetas de contactos—. Aquí tiene mi número y el de mi mujer para que con cualquier cosa pueda llamar.

      —Muy bien. —Miré su tarjeta en particular: «Agente Ejecutivo Josef West. Sucursal Bank of America».

      —Cuando lo tenga listo le llamaré, señor West. —Le tendí la mano a modo de despedida.

      —Perfecto, y usted es…

      —Matías Esquivel.

      —¡Anda! Precisamente mi mujer me dio una tarjeta suya ayer diciéndome que le había vendido.

      ¡No podía ser! Mira que Nueva York es inmensa, pues tuve que toparme con el esposo de la mujer en la que no podía dejar de pensar desde el día en que la vi. ¡Joder! Estaba casada y para colmo tenía al marido frente a mí. Necesitaba salir de allí y meterme en casa a tomarme una birra bien fresca para poder procesar todo aquello. Miré el coche y solté un bufido; ya lo arreglaría mañana por la mañana.

      —Sí, vino ayer y le compré un gel de afeitar.

      —Mi mujer es sensacional.

      Con una inclinación de cabeza, se retiró hacia la puerta hasta que le perdí de vista. ¿Sensacional? No sabe hasta qué punto es sensacional su mujer. Negué con la cabeza y de inmediato cerré el taller y me encaminé hacia la casa.

      Efectivamente, el día no pudo empezar peor: el coche de West tenía varios problemas que había que solucionar cuanto antes, pero tenía un coche de otra clienta esperando; me levanté más temprano de lo habitual para abrir el taller y así poder adelantar trabajo para que no se me acumulase todo. Comprobé el chasis, el carburador, los amortiguadores y un sin fin de piezas más y todo indicaba que era el motor, que estaba ya bastante viejo. Sabía que el coche de West tenía para rato: había que cambiar el motor, pero daba la casualidad de que al ser un modelo antiguo no disponía de ese tipo, así que tenía que llamar para que me trajesen el adecuado. Retiré el motor con cuidado para, cuando llegase la nueva pieza, ponerla de una vez; al mirar el interior del coche noté que no le habían hecho una revisión en bastante tiempo.

      —Hola, ¿Matías?

      Saqué la cabeza del interior del capó y vi a Sergio, el dueño de la Ducatty, parado con una de sus sonrisas de bobo. Le indiqué con un dedo que me siguiera, hasta que llegamos al garaje donde estaba la moto aún con el plástico puesto, lo retiré y Sergio se quedó alucinado con mi trabajo.

      —¡Chaval! —Pasó la mano por el sillín—. La has dejado como nueva.

      Haciendo caso omiso a sus abalanzas, le di las llaves y sin pensárselo las metió en la ranura de contacto para prender el motor: apretó el puño y este cobró vida con un rugido ensordecedor. Dándome las gracias, pagó por mis servicios y nos despedimos para así yo poder seguir con el trabajo, no antes de guardar el dinero en la caja fuerte empotrada en la pared. Hacía un calor infernal dentro y pensé en instalar un aire acondicionado. Continuaba con el coche de una clienta dejando el otro del señor West, ya que hasta que no llegase la pieza no podría hacer nada. Tenía que comunicárselo a West, por lo que apoyándome en el coche, no antes de limpiarme las manos llenas de grasa en el trapo, cogí el móvil; saltó su contestador, así que le dejé un mensaje. Volví manos a la obra con el coche de la clienta, ya que solo faltaba ponerle un carburador nuevo y cambiarle el volante por uno más nuevo; pero no uno cualquiera, tenía que ser de un color chillón para la clienta más pija que hasta ahora tenía. La verdad, no estaba nada mal y a lo mejor la invitaba a cenar.

      Ya por la tarde seguía trabajando sin ni siquiera haber probado bocado desde que había salido de casa; como siguiese así, me iba a quedar famélico con tanto esfuerzo. Me froté la frente para quitarme el sudor y suspiré satisfecho porque el coche de la pija ya estaba listo para que lo recogiera. Luego, salí del taller un rato para que me diera algo de aire fresco, porque ahí adentro me sentía como un pollo en el horno.

      Llevaba un par de años viviendo en Nueva York y sentía que pertenecía al lugar, su gente y sus costumbres: llegué a adaptarlas a mi estilo de vida. Por la acera, vi caminar a Judith con una enorme sonrisa en su cara y cargando con una bolsa de Five Napkin Burguer. Me apresuré a ayudarla con la bolsa y ella me dio un beso en la mejilla a modo de agradecimiento.

      —Seguro que te has matado trabajando toda la mañana y ni siquiera has comido nada. —Entró en el taller y dejó su mochila encima de la mesa junto a las herramientas.

      —¿Cómo lo sabes? —sonreí satisfecho.

      —Te conozco como la palma de mi mano. —Me quitó la bolsa de las manos y empezó a sacar unas fiambreras junto con dos refrescos con el logotipo del burguer extragrandes. Me tendió uno—. Espero que te gusten los hot dogs.

      —¿Bromeas? —La boca se me hizo agua con solo pensarlo.

      Al cabo de un rato, nos terminamos todo y, ya que ella había traído la comida, lo menos que pude hacer era recogerlo todo. Cuando regresé junto a Judith, ella me observaba a la espera de que le dijese algo.

      —Gracias por la cena. Te recompensaré con otra. —Le di un beso en la mejilla.

      —De nada, aunque, ya que insistes, te tomo la palabra. —Me dio un pequeño codazo—. Pero, en realidad, no estoy aquí para que me des las gracias, sino para que me cuentes cosas.

      La miré confundido sin saber de lo que me estaba hablando, aunque por su cara me imaginé que sería para sacarme información. Judith cogió unas cajas del rincón y se sentó frente a mí; con la mano le dio pequeños golpes a la caja de al lado para que me sentase.

      —Si te refieres a lo de ayer, estaba hasta arriba de trabajo. —Me senté con pesar.

      —Que sepas que no me tragué el cuento de «tengo que terminar el trabajo». Estabas intentando evadirme.

      Me levanté apoyándome en la mesa y me crucé de brazos. Conociéndola como la conozco, querría saber qué pasó ayer y por dónde irían los tiros: cuando se le metía algo en su pequeña cabecita pelirroja, no había poder humano que se lo sacase.

      —Hasta