Название | A los 35 y no me encuentro |
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Автор произведения | Vanesa Vázquez Carballo |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418230363 |
—¡¿Me acabas de llamar antigua?! —No pude creer su descaro: me había llamado señora y ahora antigua.
—Sí, y no has respondido a mi pregunta: ¿por qué no puedo besarte?
—Ya te he dicho que estoy casada. —Le mostré el anillo.
—No te tengo por el concepto de la esposa perfecta. —Se dio la vuelta para darme la espalda—. Muy bonito el anillo, por cierto.
Se metió por una puerta que había en el fondo y desapareció de mi vista. ¿Qué habría querido decir con que no me tenía por una esposa perfecta? No estaría insinuando que…
—Oye, ¿no te estarás burlando de mí?
—Tómalo como quieras.
Colocando el maletín encima de la mesa junto con un montón de herramientas, saqué la fiambrera para comer. Con las prisas, y si encima añadimos el cabreo monumental que tenía por culpa de un energúmeno, pues me daba por comer. Escuché abrirse la puerta y casi se me cayó la fiambrera de las manos: Matías se dirigía hacia mí, pero ya no llevaba su mono azul, sino una camiseta con el logo de Nike, unos pitillos vaqueros y unas botas negras.
—¿Se puede saber qué haces comiendo ahora? —se rio.
—No me ha dado tiempo.
—Veo que tu jefa no te deja ni descansar.
—No me hables de ella ahora o me caerá mal la comida. —Él asintió apoyando la cadera en la mesa y se cruzó de brazos.
—Cuando termines nos vamos.
—¿Irnos?
—No sé tú, pero yo a mi casa, pero si me quieres acompañar…
—Eres un…
—Es broma, mujer. Tomarse las cosas tan en serio es malo para la digestión. —Señaló con el dedo la comida.
Decidí ignorarle y seguir comiendo. La verdad era que me sentía cómoda con Matías, ni una pizca de vergüenza; durante la primera cita que tuve con mi marido recordé que lo había pasado un poco mal cuando habíamos estado cenando. Al comer, hago un extraño ruido como si estuviera absorbiendo fideos, me pasaba desde pequeña y no lo podía remediar; con Matías me daba igual si me oía o si se reía. Era raro lo que me estaba pasando con él. Una vez terminé la comida, cerré la fiambrera y la volví a meter dentro del maletín. Se apartó de la mesa para coger una mochila negra que estaba colgada del pechero junto con una cazadora y colocándosela me miró.
—Ha sido todo un placer verte comer y escuchar como absorbes, pero si me disculpas tengo que cerrar.
Cogí el maletín y con las llaves en la mano me dirigí al coche de mi marido. Matías accionó un botón situado al lado de la salida y la puerta del garaje se abrió para que pudiera salir. Entré en el coche, encendí el motor y aceleré para salir del taller. Aparqué a un lado y vi cómo bajaba la puerta del garaje para, a continuación, cerrar el taller y dirigirse hacia el coche. Dio unos golpecitos en la ventanilla, pero hice como que no lo había oído. El muy cabezón insistió hasta que la bajé.
—¿Qué quieres? —gruñí.
—Como veo que no tienes intención de llevarme, ¿serías tan amable de pagarme?
«¡Joder, es verdad! No le he pagado»; extendí el brazo para coger el maletín y extraer la chequera del interior.
—¿Cuánto es?
—La mitad del arreglo y una cena conmigo.
—¡¿Qué?! ¡No pienso cenar contigo! —¿Es que no se daba por vencido? Apoyó los brazos en la ventanilla y volvió a mirarme con diversión.
—Entonces el doble de lo que cuesta.
—¿Me estás chantajeando? —Era yo la que estaba alucinando.
—Yo no lo llamaría así, solo consigo lo que quiero.
—Eres insoportable. —Agarré el volante para no soltarle una hostia.
—Por supuesto, la cena corre de mi cuenta.
—Ya te he dicho que no y no des por hecho que voy a cenar contigo.
—¿Un almuerzo?
—No.
—Entonces, a desayunar.
—No.
—Un café y es mi última oferta.
Lo miré y vi que estaba algo desesperado y eso me llenó de orgullo, pero a la vez de satisfacción por saber que tenía un cierto interés en mí.
—¿Si te digo que sí al café me dejarás en paz de una vez? —Él asintió feliz—. Un café mañana por la tarde y la mitad de la reparación.
—Hecho. —Se inclinó para darme un beso en la mejilla—. ¿Dónde te recojo?
—Aquí mismo.
—Está bien —me guiñó un ojo.
Se apartó de la ventanilla y arranqué para incorporarme al tráfico. Como me pillasen conduciendo me iba a caer un paquete bueno, así que me di prisa por regresar a casa. Por el retrovisor lo vi caminar por la acera tranquilamente hasta que dio la vuelta en la esquina y desapareció. Sonreí como una tonta solo de pensar que mañana lo volvería a ver: era como si tuviese una primera cita otra vez.
Al llegar a casa, metí el coche en el garaje y al salir vi a Josef esperando fuera.
—¿Cómo te ha ido, cielo?
—Bien, —Le di las llaves—, ya lo tienes.
—Menos mal, con la falta que me hace para trabajar.
—¿Has podido terminar todo el trabajo? —le pregunté entrando juntos a casa.
—Sí, gracias a la ayuda de un colega.
—Me alegro.
Al llegar al comedor, vi una deliciosa mesa preparada con una cena fantástica y al fijarme me di cuenta de que había hasta velas. A pesar de que me acababa de zampar la comida, por nada del mundo me hubiera perdido semejante festín de mi marido que hizo que me chupase hasta los dedos.
—Después te daré un masaje —me susurró al oído.
—Por favor.
Corrí al cuarto a coger mi pijama de seda y casi corriendo me metí en el baño para relajarme un par de minutos; media hora después, salí más relajada, con mi pijama puesto, y fui al salón donde me esperaba un riquísimo sushi, cuya receta aprendió mi marido en Japón cuando viajó a firmar un importante contrato para el banco. Nos sentamos y durante el tiempo que estuvimos comiendo nos contamos los acontecimientos del día en nuestros respectivos trabajos y para cuando terminamos con la cena nos tumbamos en el sofá a ver una película de terror: me acurruqué junto a él y me abrazó.
—Perdona por haberte hecho ir a recoger el coche, pero no aguantaba un día más ir al trabajo en taxi. Gracias. —Me dio un beso en la frente.
—Es un milagro que no me haya pillado la policía, porque te recuerdo que no tengo carné de conducir.
—Para no tenerlo, eres muy buena.
—Me lo tengo que sacar.
—El tal Matías es bastante majo, ¿no te parece?
Me revolví algo incómoda. ¿Tenía que escuchar su nombre hasta en mi propia casa?
—Eso parece —me limité a decir y me concentré en la película.
Una vez zanjado el tema y al ver que mi marido no saltaba con él de nuevo, vimos la película hasta que terminó y nos fuimos a la cama para una sesión de sexo hasta nos sumergimos