Название | A los 35 y no me encuentro |
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Автор произведения | Vanesa Vázquez Carballo |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418230363 |
—¿Dónde está?
—En una reunión por los nuevos cosméticos.
—¿Qué estás escribiendo tan concentrado? —Me acerqué e inclinándome para ver lo que estaba haciendo descubrí que jugaba a un rompecabezas—. ¡Ros!
—¿Qué? Me aburro mucho aquí. —Se encogió de hombros.
—La madre que te parió —negué con la cabeza.
—He terminado con los pendientes de la jefa y ahora que no está aprovecho.
—¿No te ha mandado nada?
—Bueno, que no le pase ninguna llamada. —Me miró—. Oye, de esto ni una sola palabra: recuerda que te he estado tapando cada vez que llegas tarde.
—¡Serás idiota!
Soltó una carcajada que sonó en todo el lugar: su risa era contagiosa y me hizo reír. Saqué del maletín la fiambrera que me dejó y dándole las gracias me fui a mi oficina.
Pasaron las horas y no pude evitar ponerme nerviosa con el dichoso café de esa tarde y por volver a verle.
—Solo es un café, Sofía —me decía como un mantra.
—¿«Solo será un café»?
Me sobresalté de la silla al ver a Teresa ahí, de pie en la puerta, mirándome como si estuviera loca. Estaba tan absorta que ni siquiera me había dado cuenta de que alguien entraba. ¡Qué manía con no tocar la puerta al entrar! Aunque sea la jefa, debería respetar la intimidad de sus empleados.
—¿Se le ofrece algo, doña Teresa? —Fabriqué mi mejor sonrisa.
—Sí, pero, ya que has mencionado el café, me gustaría tomarme uno. Tráemelo.
—Para eso está Ros, es su asistente personal. —No pude evitar decirlo, ¿quién se habría creído que era?
—Lo he mandado a hacer unas diligencias, así que trae el café, que tenemos que hablar.
Sin rechistar, le llevé el café de mala gana y después de más de una hora aguantando la retahíla de mi jefa alardeando de los nuevos productos, decidió ponerme al frente para vendérselos de inmediato; la reunión había sido un éxito tras las últimas ventas realizadas. Se levantó y por su puesto dejándome la taza encima de mi escritorio se marchó con la cabeza bien alta y feliz de la vida. Me recosté en el sillón agotada mentalmente, moví el ratón y automáticamente la pantalla del portátil se encendió; de fondo, tenía la foto de mi marido y yo en nuestro viaje a África por la luna de miel. Miré la hora: «¡Mierda, Matías!».
Me incorporé de inmediato, apagué el ordenador y cogiendo mi maletín y la chaqueta salí deprisa de la oficina. Me despedí de Ros poniéndomela y paré un taxi en la entrada.
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