A los 35 y no me encuentro. Vanesa Vázquez Carballo

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Название A los 35 y no me encuentro
Автор произведения Vanesa Vázquez Carballo
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418230363



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y su maletín rumbo al banco.

      Entonces me detuve a pensar: que mi marido fuese gerente del Bank of America me ponía muchísimo. Abstraída, miré mi reloj de pulsera y me di cuenta de que era tardísimo y la jefa me iba a matar. «¡Mierda!». Me apresuré con los pendientes, corrí hacia la puerta y, tras echar un vistazo para ver que todo estaba bien, cerré con llave —otro defecto: soy una maniática del orden—. Maldije al recordar que Josef se había llevado el coche y me tocaba coger un taxi; tenía que sacarme el puto carné de conducir urgentemente, así Teresa me daría un vehículo propio de la empresa. Paré un taxi que pasó en esos momentos y le dije la dirección.

      Al llegar al trabajo, las piernas me temblaban por lo que suponía enfrentarse a mi jefa. Tenía que estar furiosa conmigo, así que me recoloqué bien la camisa junto con la falda de tubo y agarrando con fuerza el asa del maletín alcé la vista hacia el logotipo de la empresa: «Agencia Comercial Everything at your convenience». Respiré hondo y con pasos decididos me interné dentro de la agencia.

      Ros, el secretario de Teresa, al verme me anunció que me estaba esperando en su despacho. Un día de tantos… Toqué suavemente la puerta con los nudillos.

      —Adelante. —La oí desde el otro lado y parecía muy calmada; pintaba mal.

      —¿Me buscaba, doña Teresa?

      —Cierra la puerta, Sofía. —¡Mierda! Ya empezaba con tono autoritario otra vez. Cerré y me quedé de pie esperando que me cayese el chaparrón—. Siéntate.

      —Sí. —Me senté sin rechistar y coloqué en mi regazo el maletín.

      —He perdido la cuenta de las veces que has llegado tarde, Sofía —me dijo muy concentrada escribiendo balances en su portátil de último modelo.

      —Lo siento mucho.

      —¡Las mismas excusas de siempre! —Alzó las manos.

      Le mantuve la mirada, aunque confieso que estaba cagada; de mi jefa dependía mi futuro laboral y si seguía cabreándola no duraría mucho allí. La verdad era que nunca me ha caído bien, pero mi trabajo me encantaba: desde que me contrató siempre me pareció una señora estirada, fría, calculadora con los negocios y presumiendo de tener menos años de los que seguro llevaría encima. El mes pasado le organizamos una fiesta de cumpleaños para celebrar sus cuarenta y cinco castañas; por supuesto, solo colaboré con los preparativos junto con mis camaradas, pero ninguno fue invitado a la fiesta, solo los amigos más íntimos de ella. ¡Me alegré de no haber asistido! Ese día me quedé tan ricamente con Josef, haciendo el amor como dos salvajes, y mandé mentalmente a mi jefa a la mierda. Al día siguiente, le compré un detalle para ver si así ganaba algún puesto, pero para mi desconcierto la muy estúpida me dio las gracias y guardó mi regalo en el cajón de su escritorio; me apuesto el sueldo de un mes a que aún lo guarda ahí sin ni siquiera haberlo abierto.

      Teresa se levantó de su sillón forrado de cuero negro y rodeando el escritorio se paró frente mí.

      —Nunca pensé en decirte esto, pero la verdad es que te aprecio, Sofía.

      Que alguien me pellizcase porque estaba flipando. ¿Acababa de escuchar bien? Ni en sueños había pensado que le cayera bien.

      —Ah, ¿sí? —pregunté extrañada.

      —¿Te sorprendes? —Alzó una de sus perfectas cejas.

      —Lo que me sorprende es que me llame Sofía. —Mentí sin piedad, aunque, ahora que lo pienso, nunca me había llamado así hasta entonces.

      —Olvida lo que te he dicho antes. —Quitó importancia con un movimiento de mano; esta mujer cada vez iba a peor y me desconcertaba a la par—. Voy a ir directamente al grano: si vuelves a llegar tarde, te despediré. ¿Me has entendido?

      —Pero…

      —Ahí fuera hay muchas personas matándose entre ellos por un puesto como el tuyo, así que si eres lista no la joderás. —Tecleó con fuerza—. Ahora, sal a trabajar. ¡Ahora!

      Salté como un resorte de la silla y salí del despacho como si me hubieran metido un petardo por el culo: el corazón se me salía por la boca y las manos me sudaban de la tensión vivida en ese despacho con esa mujer; rogué para que no me despidiera, ya que pendía de un hilo. «¡Eres estúpida, Sofía!», me dije a mí misma dándome un golpe en la frente. Ros, que en ese momento estaba ordenando una montaña de papeles, me miró y con la mano me indicó que me acercara; él y sus cotilleos.

      —¿Qué ha pasado?

      —Lo de siempre, Ros, pero esta vez con advertencia — suspiré de cansancio.

      —Pues yo que tú me ponía las pilas, nena —sonrió con su dentadura de anuncio.

      La verdad, Ros no estaba nada mal y era un tipo bastante atractivo a simple vista: alto, cabello castaño oscuro y unos rasgos perfilados por unos ojos negro azabaches; para rematar, los trajes le sentaban sensacionales, pero no como a mi marido. Lo miré intrigada.

      —¿Cómo haces para tenerla siempre contenta? ¿No será que te la estás…?

      —Mis gustos van más allá de irme con señoras mayores. —Hizo un gesto con la mano, pero enseguida volvió a sonreír.

      —No sé, no sé…

      —Solo hago lo que ella me pide y cumplo con mi trabajo.

      —¿Y si tu trabajo incluyera que Teresa te pidiese que te acostaras con ella? ¿Lo harías?

      —¡Déjalo ya, Sofía! —Me cogió de la cintura y me acompañó a la salida—. Ahora a trabajar o tendrás graves problemas.

      —Está bien. Haré la mayor venta posible.

      —¡Así se habla! —Se dio la vuelta y se incorporó de nuevo a su puesto de trabajo.

      Deambulé por las calles probando primero con los transeúntes enseñándoles los productos y explicándoles para qué eran. En las tres horas que me llevé recorriendo las calles, solo vendí la mitad de la mercancía: necesitaba vender la otra mitad y así llegaría al trabajo sumando más puntos con la jefa. Cansada de vender por la calle, me dirigí a Broadway a probar suerte por las casas: toqué puerta por puerta, pero no siempre te recibían con los brazos abiertos y te la cerraban en las narices. «¡Groseros!». El trabajo a veces me traía dolores de cabeza y mi jefa no ayudaba que digamos; Josef en innumerables ocasiones me pidió que lo dejase para poder poner mi propio negocio, pero no me bajaba del burro: esa amargada que tenía de jefa no iba a poder conmigo tan fácilmente. Miré de nuevo el reloj de pulsera y vi que mi jornada laboral estaba finalizando y todavía no había vendido todo. En un acto desesperado, toqué a la puerta del siguiente cliente con la esperanza de que este sí fuese el definitivo; toqué por segunda vez con el anillo de boda y esperé pacientemente. «¡Por favor!»; al ver que nadie contestaba, volví a tocar —otro defecto: soy persistente—. Iba a repetirlo por cuarta vez cuando esta se abrió y apareció ante mí el tío más guapo que había visto en mi vida; siempre creí que mi marido era lo más, pero ese se llevaba el Goya.

      Le hice un escrutinio de arriba a abajo y simplemente era perfecto. Me fijé en que llevaba un mono azul de trabajo y en que debajo se escondía un cuerpo hecho para pecar y cometer miles de locuras. Alcé la vista, ya que era bastante alto, y a su lado parecía un tapón: su cabello negro corto mojado brillaba bajo la tenue luz del descansillo; sus rasgos eran muy masculinos, con una mandíbula cuadrada, labios carnosos y unos ojos celestes como el cielo. Su piel desprendía un ligero olor a champú almizclado con su fragancia natural. En definitiva, ese tipo era impresionante.

      —¿Qué desea? —Me miró de arriba a abajo. Su voz grave y profunda retumbó en mi cerebro como una música celestial: era pura masculinidad y su mirada, capaz de hacer perder la razón a cualquiera.

      —Soy… —Apenas me salió la voz—, soy Sofía Lagos, de la Agencia Comercial Everything at your convenience. Significa…

      —Sé lo que significa y por su atuendo y