Название | El rescate de un rey |
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Автор произведения | Edith Anne Stewart |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788417474461 |
—Bienvenida a vuestro nuevo hogar, que espero que lo sea por un breve espacio de tiempo, mi señora —susurró Hereward en el oído de lady Aelis cuando esta menos lo esperaba.
Ella se agitó de nuevo entre los brazos de él cuando sintió la tibia caricia de su aliento sobre su rostro. No comprendía el motivo por el que reaccionaba así. ¿Tal vez se debiera a que estaba algo nerviosa y ofuscada con él?
—Yo también lo espero. ¿Qué haréis ahora? ¿Encerradme en una sucia, oscura y lóbrega mazmorra? —le preguntó con un aire de desdén. Era en un modo de defenderse de su estado de inferioridad ante él.
Hereward sonrió burlón sin decir nada más. Dirigió su caballo hacia la puerta del castillo, que se abría al mismo tiempo que se alzaba el rastrillo.
Aelis levantó la mirada hacia la fortaleza que se alzaba ante ella, con sus torres de vigilancia en una de las cuales ondeaba una bandera con un dragón rojo sobre fondo negro. Varios hombres acudieron a ellos cuando se detuvieron en el patio de armas.
—Llamad a Rowena para que las atienda —indicó Hereward dando órdenes antes de descender del caballo y tender los brazos hacia lady Aelis para que lo hiciera.
Ella se mostró reticente en un principio. No quería que las manos de él se posaran una vez más en su cuerpo, pero cuando quiso rechazarlo fue demasiado tarde. Él se había adelantado y en ese preciso instante volvía a rodearla por la cintura para bajarla del caballo como si de una pluma se tratara. Sin ningún esfuerzo, despacio, con parsimonia dejando que sus miradas no se apartaban la una de la otra en ese breve espacio de tiempo que duró ese gesto por parte de Hereward. Ambos permanecieron frente a frente, escrutando el rostro del otro como si buscaran algo. El corazón de lady Aelis brincó en su pecho acelerando sus latidos más y más deprisa hasta creer que le estallaría bajo la fija mirada del sajón. Pero lo que más le desconcertó fue su cínica sonrisa, que conseguía enervarle la sangre una vez más.
—Rowena —dijo Hereward cuando la joven muchacha de cabellos rubios y tez blanca se acercó hasta ellos—. Esta es mi hermana. Os ayudará a instalaros junto con vuestra dama de compañía.
Lady Aelis observó con detenimiento a la joven muchacha, quien le obsequió con una dulce sonrisa.
—Por cierto, creo que todavía no sé vuestro nombre.
—¿Qué importancia tiene para vos? A vos solo os interesa el dinero que podáis sacar de mi rescate —le dijo encarándose con él de una manera peligrosa. Lady Aelis sintió como su pulso se le aceleraba así como ese extraño ahogo en el pecho cada vez que se acercaba en demasía a él. Debía procurar no dejarse llevar por su rabia e ímpetu cuando él estaba cerca.
—Cierto, pero al menos sabré a quién dirigirme —Hereward se inclinó un poco sobre el rostro de ella, acrecentando el nerviosismo en lady Aelis.
Esta deslizó el nudo que acababa de formarse en su garganta y decidió que sería mejor responderle. De ese modo se apartaría y la dejaría en paz.
—Lady Aelis.
Hereward no se apartó un solo centímetro del rostro de ella.
—Lady Aelis, dejad que Rowena os conduzca a vuestros aposentos.
Iba a alejarse de él y a seguir a la muchacha sajona cuando una voz semejante a un trueno la retuvo. Se volvió sobre sus pasos para contemplar avanzar hacia ellos a un hombre de elevada estatura y gran envergadura.
—¡¿Qué significa todo esto?! —Eadric caminaba a grandes zancadas seguido por varios hombres hasta el lugar donde se encontraban.
Lady Aelis sintió miedo por primera vez desde que llegara allí. Lady Loana se acercó hasta ella cuando Godwin la dejó ir.
—¿Quiénes son? —preguntó mirando a las dos damas con gesto autoritario.
—Te lo explicaré después, padre —El pronunciar aquella palabra hizo que lady Aelis se sobresaltara y paseara su mirada por los rostros de ambos hombres buscando cierto parecido—. Tienen hambre, están cansadas y ha de cambiarse de ropas. Deja que Rowena las atienda. Que les proporcione alojamiento y aquello que precisen. Yo estaré encantado de contarte lo sucedido. Lady Aelis —dijo inclinándose ante ella con respeto.
¿Quién era aquella mujer? pensó Rowena al contemplar a su hermano mirarla con algo más que admiración. Su manera de inclinar la cabeza ante ella y esbozar una sonrisa. Y la mirada última que ella le dirigió a este, era una mezcla de rabia contenida pero también de sorpresa. ¿Qué estaba sucediendo? Lo único que Rowena podía vislumbrar por sus ropajes era que las dos mujeres no eran sajonas, sino normandas.
Lady Aelis no se movió del sitio mientras contemplaba como Hereward se alejaba en compañía de su padre. De igual manera, Lady Loana se había alejado y se dio cuenta de que caminaba sola en compañía de la muchacha sajona, Rowena, había creído escuchar que así se llamaba. De manera que Lady Loana se volvió hacia su señora con el ceño fruncido y la mirada reflejando su contrariedad porque se hubiera quedado allí.
—Señora, la muchacha os está esperando —le advirtió situándose al su lado.
Lady Aelis pareció estar perdida en sus pensamientos porque después de un momento, reaccionó y volvió su mirada hacia su dama de compañía.
—Sí, es mejor que marchemos. Quiero descansar, comer algo y… —Aelis cogió aire relajando sus hombros y sintiéndose abatida por un momento—. Olvidarme de todo lo que ha sucedido por esta noche. Aunque dudo que lo consiga.
—Veréis que todo esto queda en algo pasajero. En cuanto vuestro prometido descubra lo sucedido, vendrá a por vos sin ningún reparo.
Lady Aelis sonrió de manera tímida. Algo en su interior le decía que no sería tan rápido, ni tan sencillo que ella quedara en libertad. Tal vez recordar las palabras del sajón sobre que tal vez ello no sucediera. No, cuando había reyes de por medio. En estos casos el resto de vasallos, incluidos los miembros de la nobleza, pasaban a un segundo plano. Aelis decidió que sería mejor aceptar el alojamiento y la comida de aquel majestuoso castillo donde por lo poco que había visto no se privaban de nada, pese a ser sajones. Ella pensaba que estos eran más rudimentarios y más salvajes, pero a cada paso que daba en aquel lugar su concepción de estos parecía ir cambiando. Incluso la del tal Hereward, se dijo entrecerrando los ojos y pensando en este.
CAPÍTULO 3
Eadric permaneció de pie esperando que su hijo le explicara qué demonios había sucedido para que dos damas, de aspecto normando, hubieran llegado a Torquilstone.
—¿Vas a decirme de una vez qué está sucediendo? ¿Quiénes eran las dos mujeres? Porque sajonas no son. De eso estoy más que seguro cuando he visto sus caros y finos vestidos —declaró con extrema autoridad sirviéndose una copa de hidromiel y vaciando su contenido de un solo trago.
—No, no son sajonas, sino normandas como bien señalas —confirmó Hereward—. ¿Importa mucho su origen?
—Sí, si ponen Torquilstone en peligro.
Hereward cruzó los brazos sobre su pecho e inclinó la cabeza con gesto reflexivo.
—Confío en que esta situación se resuelva con la mayor rapidez posible para todos. Y sin que haya que recurrir a las armas —Hereward arqueó las cejas en señal de expectativa por lo que su padre pudiera decir.
—¿Qué has querido decir? ¿Quiénes son?
El viejo sajón apoyó las manos abiertas sobre la mesa contemplando a su hijo sin miramientos. Él era la máxima autoridad en aquella fortaleza y deseaba seguirlo siendo hasta el último día de su existencia. No quería ver Torquilstone bajo el mando de un normando.
—Esas mujeres