Название | El rescate de un rey |
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Автор произведения | Edith Anne Stewart |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788417474461 |
—Espero que no pasemos demasiado tiempo encerradas entre estas cuatro paredes —comentó Aelis caminando hacia Loana con las manos cerradas en puños y apretadas contra sus costados.
—Seguramente, vuestro prometido vendrá a por vos en cuanto conozca la noticia. Imagino que al menos esta noche la pasaremos aquí —le dijo tratando de calmarla, ya que su señora aparecía furiosa con aquella mirada fría como la noche que se había quedado en el exterior de aquellos muros de Torquilstone.
Aelis frunció el ceño y sonrió con ironía ante ese comentario. ¿En verdad iría a por ella? No estaba segura después de todo, y más tras conocer el verdadero motivo por el que lo había hecho el sajón.
—Yo solo espero que nos den de comer y nos presten algo de ropa para cambiarnos. Estoy calada hasta los huesos, mi señora.
El sonido de varios golpes en la puerta alertó a ambas damas. Primero, se miraron entre ellas buscando alguna respuesta la una en la otra. Y luego, juntas dirigieron sus atenciones hacia la puerta que se abría dejando paso a la joven muchacha sajona que las había conducido hasta allí.
—Os traigo ropas para cambiaros, señoras —dijo penetrando en la habitación con varios vestidos, así como calzado para ambas—. Y algo de comer ya que supongo que estaréis hambrientas.
Aelis sintió el pálpito repentino al ver al propio sajón con una bandeja en la mano llena de comida, que se apresuró a dejar sobre la mesa.
Hereward había interceptado a su hermana junto a varias sirvientas en el pasillo y tras una breve charla, había decidido ser él quien acompañara a Rowena a ver a las damas normandas. Quería comprobar in situ que tenían todo lo que necesitaban.
—Espero que os sirvan. De todas maneras puedo traeros algunos más si no es así —aclaró Rowena dejando los vestidos sobre la amplia cama que había en la habitación.
Hereward se había acercado a la chimenea para atizar el fuego y colocar más troncos. En un momento, la estancia se caldeó de manera asombrosa.
Aelis se fijó en él. Se había cambiado de ropa y ahora lucía un jubón sencillo de color ocre sujeto con un cinturón y unas calzas grises. Se incorporó girando de repente hacia ella haciéndola retroceder como un animalillo asustadizo. Ella experimentó una ola de calor cuando sintió el golpe del fuego en pleno rostro. Agradecía que el sajón hubiera atizado la chimenea ya que la estancia se estaba quedando desangelada.
—Comed o se os enfriará la cena —le dijo él haciendo un gesto hacia esta.
—¿No pretenderéis que nos cambiemos de ropa delante de vos? —le espetó Aelis reuniendo fuerzas para enfrentarse a su presencia. Dio un paso al frente como si aquel hombre ejerciera influjo sobre ella. Apretó sus brazos contra los costados reprimiendo sus ansias por abofetearlo allí mismo por el rudo comportamiento que había demostrado con ellas.
Hereward balbuceó sin que ninguna de las mujeres comprendiera muy bien qué había querido expresar.
—Mi hermano y yo nos marchamos, señoras. De ese modo podréis cambiaros de ropa y cenar tranquilamente a solas —intervino Rowena tirando del brazo de Hereward para sacarlo de allí. Esta tenía la impresión de que él se había quedado eclipsado con la presencia tan cercana de la dama normanda.
—Os he puesto más leña para que no se os apague el fuego. Pero si precisáis…
—Descuidad, sabemos hacerlo nosotras mismas —le cortó Aelis entrecerrando sus ojos para dirigirle una nueva mirada cargada de frialdad—. No penséis que no sabemos hacerlo por el hecho de ser damas de la nobleza.
—Ni vos penséis que los sajones somos una bárbaros sin modales, mi señora —Hereward se inclinó de forma respetuosa antes ellas pero sin apartar la mirada de Aelis en ningún instante para ser testigo del rubor en las mejillas de esta—. Hacedle saber a mi hermana cualquier necesidad y me encargaré de satisfacerla al instante, mi señora.
Aelis se vio sorprendida ante aquel gesto de caballerosidad, aunque ella lo interpretó más bien como una burla. Y para demostrarle que no le temía se envaró delante de él mirándolo de manera fija con el mentón ligeramente elevado, como prueba de su orgullo.
—En ese caso, dejadnos marchar a lady Loana y a mí ahora mismo.
Estaba segura de que aquel sajón no era de los que se arredraba de manera fácil. Lo había visto esa noche cuando trató con su escolta. De manera que tampoco lo haría ante una mujer. Pero tenía que intentarlo de todas formas. Ahora, con la distancia entre ellos más corta y a la luz de la antorchas y las velas, ella pudo contemplar los rasgos del sajón. Su cabello negro como la fría noche, su mirada sombría y los rasgos bien esculpidos. Su fino bigote y la perilla le otorgaban un aspecto caballeroso, después de todo. Lo contempló esbozar una sonrisa burlona.
—¿Disponéis de ciento cincuenta mil marcos de plata? Si tal es el caso entregádmelos y os podréis marchar con una escolta hasta vuestro destino —le aclaró él apoyado en la pared con los brazos sobre el pecho y su ceja arqueada. La miró con una mezcla de ironía y deseo por besarla. Tal vez fuera el hecho de estar cansado, alterado o preocupado por el devenir de la situación tras la charla con su padre y pensaba que un beso de ella lo tranquilizaría
—De sobra sabéis que no los poseo conmigo —le respondió enrabietada porque quisiera burlarse de ella. Lo miró con el deseo de golpearlo mientras cerraba sus manos en puños y los retenía contra sus costados—. Pero si los tuviera, con gusto os los daría para que nos dejaseis libres y de paso podáis liberar a vuestro querido rey Ricardo. Pero no temáis, mi prometido no tardará en abonarlos en cuanto sepa dónde me encuentro.
Hereward mudó la sonrisa. Por un instante pensó en la posibilidad de que tal situación no se produjera. ¿Cómo actuaría lady Aelis sin llegaba ese caso? Por ahora él no le comentaría nada acerca de esto. Dejaría que todo siguiera su curso hasta ver la reacción del prometido de ella.
—Es mejor que las dejemos a solas —comentó Rowena sacando a Hereward poco menos que arrastras de la habitación. Este no apartó su mirada de la de Aelis, quien enfurecida se volvió como una fiera enjaulada hacia la ventana presa de una agitación extrema en su interior. Y cuando escuchó que la puerta se cerraba se volvió hacia esta con el odio reflejado en su rostro.
—¡Maldito sajón! —murmuró crispada sin igual mientras era lady Loana la que acudía a su lado para tranquilizarla.
—Mi señora, calmaos.
—¿Cómo quieres que me calme? —le preguntó levantando la mirada hacia ella y en la que su dama de compañía pudo leer la desesperación de la que era presa su señora. El arrojo demostrado ante el sajón no eran si no el fruto de la desesperación y la impotencia por no poder decidir su propio destino. Siempre en manos de los hombres, normandos o sajones.
—Estoy segura de que todo se habrá solucionado mañana. Ahora sería mejor cambiarnos de ropa, comer algo y tratar de dormir un poco. Todo será distinto al alba, mi señora.
Aelis contempló a Loana entre las lágrimas que hasta ese momento no había derramado por orgullo. No quería que el sajón la viera llorar. Pero ahora, libre de su presencia y de su mirada, Aelis no tuvo reparos en hacerlo. Trató de calmarse y de sonreír tomando un vestido sencillo de color verde para probárselo. Debía olvidarse de todo por unas horas. Tal vez con el nuevo día viera la situación de otra manera, como le aseguraba lady Loana.
Rowena y Hereward regresaron al salón principal donde el fuego crepitaba con furia en la chimenea. No había rastro de su padre, ni de ningún hombre. Hereward se apoyó contra la repisa de piedra caldeada fingiendo interés por remover los leños a medio consumir. En su mente, la imagen de Aelis enrabietada por su situación y el deseo de él por besarla.
—¿Puedes contarme