El rescate de un rey. Edith Anne Stewart

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Название El rescate de un rey
Автор произведения Edith Anne Stewart
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788417474461



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por someter a su yegua a semejante carrera sin que el animal estuviera acostumbrado a ello. Y cuando esta dio muestras de fatiga, Hereward se aproximó cuanto pudo para rodearla por la cintura y con un movimiento rápido sentarla delante él en su propio caballo ante las protestas de ella. Al verse sin la carga de su jinete, la yegua comenzó a aminorar su galope hasta trotar y por último detenerse.

      Hereward comenzó a refrenar a su caballo hasta conseguir ponerlo al paso mientras con un brazo sujetaba a lady Aelis contra su pecho. La mujer se retorcía contra él intentando escapar.

      —¡Soltadme! ¡Maldito sajón! —volvió el rostro para mirarlo y encontrarse con una sonrisa de satisfacción y diversión.

      —Calmaos u os haréis daño.

      —¡Prefiero hacérmelo antes que compartir el caballo con alguien tan rudo! —Lady Aelis entrecerró sus ojos lanzando una mirada fría a Hereward.

      —Yo no soy tan escogido a la hora de tener compañía. Además, os quiero intacta para que vuestro prometido pague por vos —le aseguró bajando su mirada hacia ella y encontrarse con sus ojos que le devolvían una mirada fría llena de odio. Ella tenía el cabello despeinado, el rostro enrojecido y los labios entreabiertos por los que parecía respirar con dificultad. Hereward aflojó su abrazo para que ella estuviera más cómoda—. Si os sirve de algo os diré que no tengo ningún interés oculto en vos, excepto el rescate que pueda pagar vuestro futuro esposo.

      Lady Aelis pareció calmarse por un momento cuando escuchó aquellas palabras por segunda ocasión.

      —¿Para contribuir al del rey Ricardo? —ella acompañó su pregunta con un tono sutil y su ceja arqueada con suspicacia.

      —Sí. Para el rescate del rey —asintió Hereward con suspicacia. ¿Estaba ella al tanto de lo que sucedía entre los sajones? ¿Conocía que estaban intentando reunir la cantidad fijada para liberarlo?

      Sin darse cuenta habían llegado junto a la comitiva de Brian de Monfort. Todos los presentes los vieron llegar y como al parecer la dama normanda no ponía mucha resistencia. Venía subida sobre le propio caballo de Hereward y rodeaba por la cintura por el brazo de este para evitar que se cayera. Hereward había recibido las suaves caricias del pelo de ella, pese a estar algo húmedo por la lluvia; su aroma a jabón perfumado, o la firmeza de su cuerpo. ¡Una dama normanda! Por todos lo demonios, pensó Hereward centrado en aquellos detalles, que no había pasado por alto.

      Lady Aelis trataba de contener la respiración en el trayecto de regreso a donde estaban ambas comitivas. El brazo del sajón la rodeaba para evitar que se cayera del caballo produciéndole la sensación de tener los nervios metidos en el estómago. Ella se limitó a achacarlo al cansancio y al hambre que sentía. Y cuando en alguna de las pocas ocasiones en la que las manos de él rozaron las suyas, ella se obligó a apartarla de las riendas para evitarlo. La proximidad del cuerpo de él la había obligado a mantenerse erguida sobre la silla en un intento por no rozarse, si quiera. Él controlaba al caballo con sus piernas sin que apenas tuviera que indicarle el camino. ¡Un sajón! ¡Montaba el caballo de un maldito sajón! ¡Alguien que iba a cambiarla por dinero como si ella fuera una simple mercancía o una baratija! No podía creer en que lo se estaba convirtiendo su viaje a Inglaterra. Primero, su padre la entregaba a un completo desconocido como si se tratara de una yegua para que este la desposara. ¡Para que engendrara un heredero! le había dicho. Y ahora un sajón, la secuestraba y pretendía cambiársela a su prometido por una cantidad de monedas. Pensarlo hizo que se enfureciera todavía más. Pero, ¿qué podía esperar de aquellos salvajes, que eran los sajones?

      —¿Qué pensáis hacer? —Maurice se dirigió a Hereward con desdén a pesar de estar en derrotado y en inferioridad.

      —Ya os lo he dicho. Llevarme a las dos mujeres hasta Torquilstone.

      —¡Maldito perro sajón! —exclamó incorporándose en su caballo dispuesto a golpearlo. Pero el filo de la espada de Athelstane lo retuvo.

      —Cuidad vuestro lenguaje. Hay damas delante —ironizó Hereward apretando un poco más su brazo en torno a la cintura de Aelis como si ella fuera de su propiedad.

      Esta acusó aquel gesto. El estómago se le encogió y su pecho se alzó generoso. Aelis se enfureció todavía más, aunque consciente de que no conseguiría nada.

      —No os saldréis con la vuestra. Mi señor…

      —Eso esperamos todos. Que vuestro señor eche de menos tanto a su prometida que esté gustoso de pagar su rescate. De ese modo todo volverá a la normalidad. Estoy seguro que la dama en cuestión lo estará deseando tanto o más que yo. Creedme —profirió Hereward con cierta burla mirando a Aelis a los ojos.

      —Lo hará. Os aseguro que lo hará antes de veros colgado de una soga.

      —Para tales menesteres, lo esperamos en Torquilstone. Decidle que acuda a negociar los términos del rescate. Ah, y recordadle también que no intente tomar la fortaleza por la fuerza. Saldría mal parado. Y por último no hace falta que os advierta del riesgo que corréis si se os pasa por la cabeza seguidnos.

      Hereward espoleó su caballo y tirando de sus riendas emprendió el camino hacia Torquilstone con lady Aelis sentada en su regazo. Le gustaba sentirla tan cerca de él. Ese ligero temblor que la sobrecogía en ocasiones, o esas miradas cargadas de reproche, de ira y frialdad con las que lo miraba. Una mujer valiente y decidida que no había vacilado ni un solo instante en tratar de ponerse a salvo.

      —Mi prometido pagará la cantidad que le pidáis por mí —le espetó entrecerrando los ojos y apretando los dientes con ira. Pero lo que consiguió de Hereward fue una sonrisa cínica que la encendió todavía más—. Sois un salvaje incivilizado.

      —Gracias por vuestros cumplidos mi señora. Los tendré en cuenta. Y yo de vos, no estaría tan seguro de que vuestro prometido satisfaga mis demandas.

      Lady Aelis alzó el mentó con orgullo mirando a Hereward con cierta superioridad.

      —Deliráis, sajón. Mi prometido lo hará y después os veré colgado de una soga como ha señalado Maurice.

      —No lo veréis. Porque o bien paga y vos os marcháis con él. O bien no lo hace y vos seguís conmigo. En cualquiera de los dos supuestos no me veréis colgado de una soga. Y ahora os aconsejo que os agarréis con fuerza a las riendas si no queréis acabar en el suelo —le dijo azuzando a su caballo para que galopara más deprisa y lady Aelis acusara el brusco cambio de velocidad.

      Ella se agitó bajo el brazo de él sintiendo como si el corazón se le subiera a la garganta. Le lanzó una última mirada de desdén y prefirió centrarse en el camino que restaba hasta llegar a su castillo.

      Por detrás, Godwin cabalgaba al lado de lady Loana. Había cogido las riendas de la montura de ella para que no intentara escapar. Pero además, iba rodeada de caballeros sajones lo cual hacía harto complicado si quiera intentarlo.

      —¿Por qué hace esto vuestro jefe? —se atrevió a preguntarle a Godwin, quien mantenía su vista la frente. Pero la volvió al escuchar la voz de la dama.

      —¿Os referís a llevaros a Torquilstone?

      —A secuestrarnos, me refería —Lady Loana se mostró indignada. Frunció el ceño y contempló al sajón enfurecida. Su tono dejó entrever que no estaba muy por la labor de mostrarse dócil, pensó Godwin—. Porque es lo que está haciendo. Cuando el prometido de mi señora lo sepa, no vacilará en acudir en nuestro rescate —le dijo frunciendo sus labios en un mohín de disgusto al tiempo que entrecerraba sus ojos mirando a Godwin con frialdad.

      —Eso esperamos, mi señora —asintió Godwin de manera gentil inclinando su cabeza hacia lady Loana con respeto—. Pero decidme, ¿pagará vuestro rescate también, o solo el de vuestra señora? ¿O tal vez tengáis un prometido que pueda hacerlo? —Godwin se quedó mirando a lady Loana con una mezcla de diversión y extrañeza por pensar en ella como en una mujer atractiva o con dote para tener un prometido. Algo extraño por otra parte si acompañaba a su señora desde Normandía.

      Lady