Название | El rescate de un rey |
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Автор произведения | Edith Anne Stewart |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788417474461 |
—Os pido disculpas, mi señora. Pasaba por delante de vuestra habitación camino de la mía cuando tropecé y hube de sujetarme contra la puerta. Siento haberos asustado —le explicó empleando una mentira tal vez poco convincente.
Aelis le lanzó una mirada de pies a cabeza en la que no escatimó ni un ápice de desdén. Entrecerró los ojos y escrutó su semblante. Aquel maldito sajón le seguía pareciendo atractivo. Tal vez fuera su lado indómito o primitivo lo que le provocaba a ella ese pensamiento. Se decía que no podía andar pensando eso de otros hombres. Y menos de un sajón como el que tenía delante. ¡Su captor!
—En ese caso tened cuidado en no volver a tropezar. Podríais abriros la cabeza de un golpe —le advirtió con una mueca cargada de ironía, adornada de una sonrisa. Sintió una ola de calor en sus mejillas cuando sintió la mirada de él en su cuerpo. Aelis había olvidado que tan solo iba cubierta con un fino camisón y que la luz de la vela dejaba entrever sus formas bajo este. Por ese motivo dio un paso atrás rápido cerrando la puerta con virulencia. Se volvió apoyada contra la espalda y cerró los ojos por unos segundos en los que trató de recomponerse de aquel mal trago pasado. El sajón la había visto poco menos que desnuda ante la puerta de su habitación. Pareciera que lo estuviera invitando a pasar como si fuera una meretriz.
—¿Qué sucede Aelis? —La voz de Loana la sacó de su ensimismamiento. Había perdido la noción del tiempo por un momento. Y tal vez el sentido común al pensar en el sajón como un hombre atractivo. Abrió los ojos y miró hacia su dama de compañía mientras caminaba con la vela en la mano, que depositó en la repisa de la chimenea.
—Pensé que habían llamado a la puerta y salí a ver quién era —le comentó sin darle importancia. Llevaba despierta un rato siendo incapaz de conciliar el sueño y justo cuando parecía irse quedando dormida, aquel golpe en la puerta, ¿o tal vez había sido en la pared? ¿Por qué se aventuró a salir de su alcoba en mitad de la noche?
—Pero… ¿cómo has podido hacerlo? ¿Y si fueran una banda de sajones dispuestos a entrar en la habitación para violarnos? —Loana se había incorporado en la cama sujetando la sábana para cubrirse ante la atenta mirada de su señora.
—No lo eran. De manera que quédate tranquila.
—Entonces, ¿con quién hablabas? —Loana entornó la mirada cargada de curiosidad por averiguar qué había sucedido en el pasillo.
Aelis inspiró. Pensó no contarle nada a Loana para que no sacara conclusiones erróneas. Pero finalmente optó por hacerlo.
—Era ese sajón que nos ha traído aquí —le refirió con cierto desprecio, mirando hacia el otro lado.
—¿Hereward? —Loana se quedó con la boca abierta debido a la impresión que le causó saberlo.
—El mismo.
—¿Y… qué quería? —Loana entornaba la mirada con preocupación aferrándose con fuerza al borde de la sábana.
—Nada. Se había tropezado y en su caída había golpeado la puerta.
Loana se quedó callada meditando aquella explicación que no le parecía muy creíble. Pero ante la cual no dijo nada más para no importunar a su señora. Era mejor dejarlo estar. Ya había observado las miradas que Hereward lanzaba a su señora. A ella no le engañaría. Sabía cuál podía ser su interés en su dama. Pero por fortuna, Brian de Monfort aparecería de un momento a otro y sus inquietudes cesarían.
Aelis recordó la manera en la que el sajón la había contemplado cuando le entregó la vela. Había sorpresa, inquietud, admiración y un toque de calidez en su mirada, que sacudieron el interior de ella. ¿Podría un hombre como él sentir y expresar al mismo tiempo todas esas cualidades? ¡Era un sajón! ¡Un bárbaro incivilizado! O esa era la idea que ella tenía de estos cuando viajó a Inglaterra. Esa era la idea que había preconcebido escuchando a los nobles hablar de los sajones. Pero, ¿y si no era cierto? Por lo poco que había visto, vivían igual que ella en Francia. Sus modales eran parecidos. Atentos y caballerosos por parte de todas las personas con las que había tratado. Y él, pese a haberla secuestrado y llevado a su fortaleza, no la había tratado mal. La habitación era amplia y acogedora. Le habían proporcionado ropas y comida para que se recuperaran del viaje. Tal vez después de todo, el sajón no fuera el salvaje que ella esperaba que fuera desde la primera vez que lo vio esa noche.
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