El rescate de un rey. Edith Anne Stewart

Читать онлайн.
Название El rescate de un rey
Автор произведения Edith Anne Stewart
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788417474461



Скачать книгу

el rescate de Ricardo.

      —En ese caso, qué Dios os guíe.

      Los tres sajones abandonaron la casa de Jacob y reemprendieron el camino de regreso a Torquilstone algo más esperanzados que cuando llegaron. Hereward confiaba en que su padre hablara con los nobles sajones que no habían sido despojados de sus pertenencias, y que pudieran contribuir a pagar el rescate de Ricardo. De lo contrario no sabía como reunirían semejante cantidad ya que los judíos no parecían estar muy dispuestos.

      CAPÍTULO 2

      El príncipe Juan observaba con semblante pensativo a Brian de Monfort y a Philip de Malvoisin. Estos intercambiaban su parecer al respecto de las distintas noticias que habían llegado a Inglaterra durante las dos últimas semanas. Mientras, en la mente de Juan retumbaba una y otra vez la misma idea y esta no era sino que temía que los sajones intentaran reunir el dinero para liberar a su hermano Ricardo. No podía confiar en su propio pueblo. ¡Malditos perros sajones! exclamó en su mente mientras cerraba sus manos en puños de rabia e impotencia.

      —Sir Brian, ¿cuándo llega vuestra prometida?

      Juan cambió de pensamiento tratando de no darle demasiadas vueltas al tema de su hermano y a la traición que se fraguaba a su espalda. Hablar de cosas banales como de la prometida de uno de sus más allegados caballeros le distraería por el momento.

      —Dentro de dos días, señor —El gesto de falta de emoción por este hecho llamó la atención del príncipe.

      —No parecéis muy feliz.

      —No es más que un matrimonio para aumentar mis posesiones en Normandía y aquí en Inglaterra.

      —Y que la dama en cuestión haga perdurar vuestro linaje con un heredero —apuntó Juan con una sonrisa cínica observando que podía sacar provecho del estado de ánimo de su noble—. Bueno, hasta que ese momento llegue, tendré que echar mano de vos para una nueva incursión entre la nobleza sajona.

      —Lo que ordenéis, majestad —asintió el normando con una leve inclinación de cabeza.

      —No podemos permitir que esos malditos sajones continúen reuniendo más plata para el rescate de mi hermano.

      —¿Estáis seguro de ello, señor? —Malvoisin miró al príncipe con el ceño fruncido sin terminar de creer en esta posibilidad—. Habéis sobornado al emperador alemán para que este hecho no se produzca. ¿Pensáis que los sajones acaso puedan reunir esa cantidad?

      El príncipe sonrió de manera cínica.

      —Si los sajones se presentan con ciento cincuenta mil marcos de plata ante él, nada ni nadie podrá evitar que mi hermano retorne a Inglaterra.

      —Y eso sería un serio contratiempo para todos nosotros, caballeros —La voz de Fitzurse, consejero del príncipe Juan heló la sangre de todos los allí presentes—. Si el rey regresa a Inglaterra, no le temblará la mano para castigar a aquellos que lo han abandonado —dijo entornando la mirada hacia Juan.

      —Debemos evitar que los sajones reúnan esa cantidad a toda costa —resumió el príncipe—. Por ese motivo iniciaremos una nueva recolección de impuestos, alegando que son para salvar a Ricardo —dijo sonriendo con malicia.

      —¿Pretendéis hacer creer al pueblo que su dinero será para salvar a vuestro hermano? —Fitzurse se alarmó ante tan maquinación—. Si logran descubrir que no es así… Los sajones podrían levantarse en armas.

      —¿Contra mis caballeros normandos? —preguntó Juan con gesto burlón señalando a estos confiado de que no sucedería nada malo—. Qué lo hagan si lo consideran como tal. Pero mientras se deciden a hacerlo, esos mismos caballeros recolectarán el dinero. Y tú mi buen Fitzurse te encargarás de redactar la proclama. Poneos en marcha de Monfort, de ese modo podréis llegar a tiempo para recibir a vuestra prometida. Aunque viendo vuestro interés en ella, pareciera que os esperara una maldita sajona. —Juan se reclinó contra el respaldo de su trono cruzando las manos satisfecho por lo que acababa de ocurrírsele.

      Brian de Monfort asintió con los dientes apretados ante aquel último comentario. Lo cierto era que aquel matrimonio con lady Aelis solo tenía dos finalidades que había dejado claro ante el príncipe Juan. No habría cariño, ni amor, por supuesto. Era algo con lo que la propia lady Aelis contaría. Pero tampoco era cuestión de humillarla al compararla con una mujer sajona, por mucho príncipe de Inglaterra que Juan se hiciera llamar, pensó el caballero normando.

      Lady Aelis y su ama de compañía desembarcaron en las costas inglesas bajo un cielo algo gris para gusto de la primera. Después de varios días de navegación desde las costas francesas, por fin llegaban a su destino. Y la primera impresión que se llevaba no era nada halagüeña.

      —No es un buen presagio.

      —Oh, no seáis tan negativa mi señora. Que el día esté nublado no significa nada. ¿Cuántos amaneceres como este hemos contemplando en Normandía, en los que después han terminado saliendo el sol? E incluso hemos disfrutado de un clima agradable.

      —Te repito que esto es un mal presagio por haber aceptado venir a Inglaterra a un matrimonio que no deseo bajo ningún concepto —le recordó con ironía y descaro lady Aelis.

      —Será mejor que dejemos esos presagios para después. Nos esperan, mi señora.

      Pero Lady Aelis solo pensaba en la manera de escapar de allí cuanto antes. Durante el viaje había estado concibiendo infinidad de situaciones que podían darse y que debería aprovechar sin dudar. Pero cuantas más vueltas le daba, más se desanimaba porque al final siempre se encontraba en un punto muerto. Lo sencillo podría ser despistar a los guardias que la esperaban, pero entonces ante ella se habría una gran dilema, ¿qué hacer en una tierra desconocida y llena de sajones? Antes de intentar si quiera escapar y pese a que las oportunidades se le presentarían, debería tener muy claro qué haría después. Debería madurar sus propuestas de fuga antes de que expirara el plazo para contraer matrimonio con Brian de Monfort.

      Un grupo de hombres armados la aguardaban junto. Al frente de estos un hombre de aspecto poco fiable, con una mirada heladora que le provocó un escalofrío a la propia Aelis. ¿Un normando al servicio de su futuro esposo? se preguntó mientras escrutaba su rostro.

      —Mi señora, mi señor Sir Brian de Monfort me envía a recogeros para conduciros a su castillo. Soy Maurice y desde este momento quedo a vuestro servicio.

      El hombre se inclinó ante ella con una reverencia formal.

      —¿Y él? ¿Dónde se encuentra para no venir a recibirme? —preguntó con curiosidad y cierta altivez lady Aelis paseando la mirada por los allí congregados.

      —En misión para su majestad. Me ha dicho que se reunirá con vos más tarde. Me ha pedido que os conduzca hasta vuestra futura residencia.

      Lady Aelis inspiró hondo.

      —Esperaba que hubiera venido a recibirme en persona, ya que ha sido él mismo quien ha solicitado mi mano —comentó de pasada al sirviente de su futuro esposo, si ella o el destino no lo evitaban. Luego sonrió con ironía mientras lanzaba una fugaz mirada a su dama de compañía.

      El gesto de esta le mostró a su señora, que no era de buen recibo decir esas cosas ante el hombre confianza de Brian de Monfort. Pero a la joven normanda no pareció molestarle. Ni tampoco al hombre que permanecía delante de ella a la espera de iniciar el viaje.

      —Si sois tan amables de subir a los caballos. Nos pondremos en marcha cuanto antes. El cielo amenaza con echarse a llover de un momento a otro y no me gustaría que tuviéramos que pernoctar en algún albergue o posada sajona.

      Lady Aelis inspiró cogiendo el vestido entre sus dedos y se dirigió hacia la yegua de color blanco que había sido destinada para ella. Sin duda que se reafirmaba en el comentario que le había hecho hacía un momento a su dama de compañía. No empezaba nada bien su vida en Inglaterra. Lanzó una mirada muy significativa a lady Loana por este hecho. Pero una vez más, esta le restó importancia sacudiendo la cabeza.