Название | El rescate de un rey |
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Автор произведения | Edith Anne Stewart |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788417474461 |
Hereward estaba ofuscado por escuchar una vez más aquella respuesta. ¿Es que estaba rodeado de traidores a la corona? se preguntó enrabietado con todo lo que estaba sucediendo.
—Ricardo les extrajo hasta la última moneda para sufragar el viaje a Tierra Santa. No creo que tengan ganas de aportar algo después de eso, si les queda dinero. Tenlo presente. No obstante, te acompañaremos hasta York —asintió lanzando una mirada a Athelstane en busca de su confirmación.
—En ese caso preparad los caballos para partir de inmediato. La vida del rey es una cuestión de tiempo —le apremió con el semblante serio.
Los dos sajones asintieron dejando a Hereward solo. Era una locura lo que pretendía hacer pero no se perdía nada con intentarlo. Ciento cincuenta mil marcos de plata era una cantidad difícil de conseguir en Inglaterra en aquellos tiempos.
Los tres sajones partieron hacia York con el único fin de reunirse con el patriarca de la comunidad judía allí: Jacob. Los judíos habían sido los grandes prestamistas de la monarquía y a los que el propio Ricardo había acudido para sufragar los gastos de su Cruzada, como le había recordado su padre. El rey los protegía y al mismo tiempo los controlaba porque habían llegado a ser poderosos. Sin embargo, también sufrían los abusos y el desprecio por parte de los normandos. Por estos motivos, Hereward meditaba sobre qué reacción se encontraría entre estos.
Cuando entraron en York y preguntaron por el barrio judío muchos de los habitantes los miraron con curiosidad, otros con recelo y el resto con cierto desprecio. Sajones que buscaban a los judíos, pensaron muchos normandos que los vieron. Nada bueno podía salir de aquella relación.
—No parece que seamos bien recibidos —comentó Athelstane ante las muestras de hospitalidad de los habitantes de la ciudad.
—Por mucho que algunos digan que la paz ha llegado a la convivencia entre sajones y normandos, no lo percibo de esa manera —aclaró Godwin mirando a Hereward.
—Y más si es Juan el que se sienta en el trono —apuntó Athelstane.
—¿Por qué lo permitieron? Juan estaba en Irlanda, su propio padre Enrique así lo decidió cuando se dio cuenta de que no le legaba nada. Todo era para Ricardo. De manera que Juan tuvo que contentarse con ser lord de Irlanda —explicó Hereward.
—Sí, pero tú mismo puedes comprobar de qué ha servido. Juan es ambicioso. No vaciló en granjearse la amistad de los principales nobles normandos para ocupar el trono con el pretexto de que su hermano no estaba en Inglaterra, y era a él a quien correspondía ser regente hasta su regreso. Y ahora es capaz de vender a su propio hermano al emperador alemán con tal de que no regrese a Inglaterra.
—Según parece participa junto a otros monarcas rivales de Ricardo para no dejarlo libre. A Juan lo mueve la ambición y la codicia. Ansia lo que su propio padre no le concedió, esto es, el trono de Inglaterra —resumió Godwin.
—Hemos llegado —dijo Hereward deteniendo su montura delante de una suntuosa casa en cuya puerta aparecían reunidos varios hombres, que miraron a los recién llegados con curiosidad e incertidumbre. El grupo pareció dudar sobre si acercarse a los recién llegados, hasta que estos los saludaron.
—¿Qué buscáis aquí? —preguntó uno de ellos devolviendo el saludo.
—Buscamos a Jacob, patriarca de los judíos de York —respondió con firmeza Hereward
Hubo un momento de silencio durante el que todos se miraron entre sí. Luego el que se había dirigido a ellos se volvió hacia el grupo e intercambiaron algunas palabras en su lengua nativa.
Hereward esperó a que el judío les dijera dónde podían dar con él. De pronto, un judío algo mayor con el cabello y la barba largos de color blanco y vestido con una túnica oscura se abrió pasó entre el resto y fijó su atención en Hereward.
—Yo soy Jacob, ¿por qué me buscan tres sajones? —preguntó con la mirada entornada hacia estos con cierta desconfianza.
—Venimos a solicitar vuestra ayuda.
Jacob frunció los labios y pareció meditarlo.
—¿En qué puede ser útil un humilde judío a los sajones?
—Se trata del rey.
—¿Juan? —Jacob arqueó una ceja con suspicacia.
—No. Ricardo —aclaró Hereward con decisión esperando a que el tal Jacob reaccionara de manera favorable a sus intereses.
Hubo un momento de indecisión por parte de Jacob. Intercambió su mirada con el resto de hombres allí reunidos y se volvió hacia los sajones.
—Por favor, entrad en mi casa. Lo hablaremos con mayor calma.
Los tres hombres siguieron las indicaciones de Jacob y se adentraron en su casa. Bastante fastuosa y rica en adornos y que podía compararse con la de cualquier noble, ya fuese sajón o normando. Sin duda que la usura que practicaban les había enriquecido hasta límites insospechados. Y eso que los judíos habían aportado a Ricardo una gran parte de dinero para la cruzada.
Hereward pareció sentirse algo más tranquilo pensando en que todavía debían poseer cantidades de dinero suficientes para pagar su rescate.
—¿Qué puedo hacer por vosotros?
Hereward no vaciló ni un solo segundo en poner al tanto de la situación a Jacob.
—El rey Ricardo se halla preso en Alemania. Su hermano Juan se ha aliado con el emperador alemán y con otros monarcas europeos para retenerlo contra su voluntad. Exigen un pago de ciento cincuenta mil marcos de plata. Necesitamos saber si el pueblo judío estará de nuestra parte para libertarlo.
Jacob permaneció en silencio durante un momento, meditando aquellas palabras. Y de forma rápida llegó a la conclusión de que la manera en la que podían ayudarlos era con dinero.
—Ya dimos cuanto teníamos al rey para su Cruzada en Tierra Santa. Ahora nos pedís otra vez dinero para él —le dijo con un tono de sorpresa.
—Entiendo que en su día Ricardo os solicitara una cantidad para organizar su expedición a Jerusalén. Ahora es por su seguridad, Jacob. Su hermano Juan ha usurpado el trono. Y somete al pueblo a exhaustivos impuestos con el fin de que no pueda reunir el dinero del rescate.
—Ricardo y Juan son hermanos; y normandos ambos. Los dos nos han sangrado en impuestos. Y nos han humillado tanto en público como en privado. Somos un pueblo sin hogar y sin un rey. No hay pues diferencia alguna entre ellos para nosotros.
—Pero Ricardo os ayudará, Jacob.
—¿Ayudar? —El judío arqueó una ceja con escepticismo. Sin terminar de creer que lo que el sajón le decía fuera cierto—. ¿Cómo? ¿Devolviendo todo lo que nos pidió? ¿También lo que paguemos ahora? No, no lo hará. Se olvidará de nosotros como lo han hecho el resto de monarcas en Europa. Volverá a tratarnos como lo que somos para sajones y normandos. Usureros, nigromantes, pero es algo a lo que ya nos hemos acostumbrado —el gesto de preocupación en el rostro del sajón alertó a Jacob—. Sin duda que sois su más firme defensor.
—Estuve con Ricardo en Jerusalén. Hasta que Saladino y él firmaron la tregua. Yo regresé a Inglaterra. Soy un firme defensor de la justicia, Jacob y esta no se está cumpliendo con el rey.
Jacob se limitó a sonreír de mala gana.
—Ricardo nos dejó casi en la miseria —le dijo paseando su mirada por la casa, algo que llamó la atención de los tres sajones—. No te prometo nada pero hablaré con el resto de la comunidad judía y os haré saber la respuesta. No soy solo yo quien decide sobre estos asuntos, joven sajón.
—Os estoy agradecido, Jacob. En nombre de Ricardo os aseguró que vuestro pueblo no padecerá más represalias, ni se verá sometido a vejaciones.
—Eso