Lo femenino en debate. Patricio Álvarez Bayón

Читать онлайн.
Название Lo femenino en debate
Автор произведения Patricio Álvarez Bayón
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789878372464



Скачать книгу

doméstica de lo que se organiza colectivamente a partir de un Estado siempre vigilante que sabe mejor que nosotros lo que debemos comer, beber, fumar, ingerir, lo que podemos ver, leer, comprender, cómo debemos desplazarnos, gastar nuestro dinero, distraernos”. Entre los efectos del declive del Nombre-del-Padre en su dimensión social, pone como ejemplo el reclamo, por parte del gobierno, de la presencia del ejército en los conflictivos barrios periféricos franceses. En ese caso, afirma, el gobierno no introduce una figura viril de la ley en el dominio de la infancia, sino que se trata de la prolongación del poder absoluto de la madre: “Solo ella sabe castigar, controlar y mantener a los niños en un estado de crianza prolongada. Un Estado que se proyecta como madre todopoderosa es un Estado fascista”.

      Despentes intenta prevenir los peligros de tal dictadura sobre los ciudadanos, pero no desarrolla ninguna tesis sobre la causa de tal situación; a la mera descripción de semejante abusos le añade una advertencia: el riesgo de que la sociedad vuelva atrás, “hacia estados de organización colectiva que infantilizan al individuo”.

      En este punto se advierte su dificultad para situar correctamente las causas del desorden del siglo XXI que Jacques-Alain Miller desarrolló en su conferencia “Una fantasía” cuando caracterizó el momento actual de la civilización como determinado por el declive del Nombre-del-Padre y el “ascenso al cénit del objeto a”, bajo la forma de una producción ilimitada de objetos que capturan el goce pulsional asexuado.

      Amén del interés que reviste su defensa de la prostitución y del porno razonada a partir de sus experiencias personales, la ficción que da lugar a su teoría King Kong, es elaborada a partir de un remake de la famosa película. Pergeña una relación entre los sexos limpia de toda determinación de género, un vínculo “natural y tierno” que pudiera eliminar la diferencia sexual y el malestar derivado de la imposibilidad de encontrar la divina proporción entre los goces. En una particular banda de Moebius, el sentido sexual como la clave de su interpretación del mundo se vuelve ausencia de sexualidad en la utopía revolucionaria del feminismo de Despentes.

      Ella declara sin tapujos que todo lo que la ha salvado en la vida lo debe a su virilidad. Aunque el universal viril tiene una sola carencia según ella, las mujeres pueden apropiarse del mundo masculino, excepto de la violación. Por eso pregona la necesidad de estar preparadas como guerrilleras para afrontar esa eventualidad inevitable cuando se nace en un cuerpo femenino.

      A pesar de su expresa intención de respetar lo que podrían desear las demás mujeres, se detecta el radical rechazo de la femineidad; en la eliminación del enigma, del pudor exquisitamente femenino, de la vergüenza como barrera cultural, del pudor como un velo a la obscenidad del goce. Enarbolando la bandera de la transparencia, en un lenguaje impúdico que no se detiene ante nada en su afán de liberar a las mujeres del yugo del silencio, Virginie Despentes ha conseguido, quién lo dudaría, hacerse un nombre como escritora y cineasta. Cabe preguntarse sobre los riesgos que conllevaría aplicar su autotratamiento de los traumas a otras personas. En efecto, una experiencia singular, por más exitosa que haya resultado no puede sustituir la clínica, que exige la consideración ética de la singularidad.

       Jessa Crispin y su crítica al feminismo

      Cuando leí por primera vez una entrevista a Jessa Crispin me impactó, entre otras cosas, su ácido sentido del humor, su lengua afilada para cantar cuatro verdades sobre ciertos usos y abusos por parte de algunas voces formando parte del movimiento reconocido como “tercera ola del feminismo”. Viniendo de una reconocida activista, me resultaba esperanzador que Crispin se revolviera, por ejemplo, contra el término “empoderamiento” malsonante e inexacto: que las mujeres vayan conquistando el lugar que les corresponde en este mundo, merecería haber encontrado un verbo más justo y más pulido. No sólo eso, advierte que el empoderamiento comporta un factor ansiógeno que cultiva una mentalidad de comparación constante, un proceso de valoración destinado a proponer como meta de realización personal la corrección de los defectos y puntos débiles. No casualmente se refiere a la imagen corporal y a la calidad de la vida sexual como los ideales de conquista personal.

      En lugar de proclamar un feminismo de masas, el cual, como nebulosa informe se alimenta de fáciles consignas, Crispin toma posición por las mujeres una por una, destacando la singularidad de sus biografías, de sus luchas, de sus obras. Ello supone trabajar, leer, interesarse por aquellas que nos han precedido o alcanzan notoriedad actualmente. Significa plantarse y exigir una posición argumentada y analítica. En definitiva, renunciar a la pereza intelectual.

      Se manifiesta muy crítica con el feminismo “de márquetin” que lo convierte en “tendencia” motivando que cualquiera puede portar la etiqueta sin llevar a cabo “una verdadera adaptación política, personal o relacional”.

      En realidad, lo que Crispin rechaza es el feminismo capitalista, un producto más de consumo, elaborado con astucia por el poder para perpetuarse y extender el alcance de sus perversas estrategias; por eso no es de extrañar que muchas mujeres ofrezcan un “respaldo colectivo a ciertas políticas [...] que obedece casi por entero al hecho de compartir género con ellas”. El freno a toda crítica cuando de tales acciones se deriven injusticias, incluso guerras proviene del uso artero de la sensibilidad femenina hacia la paz, la justicia y la verdad, “cualidades de género innatas” que considera características de una “feminidad tóxica”.

      Su crítica al aclamado “empoderamiento” de las mujeres basado en la identificación con un grupo a partir de la oposición y el rechazo al otro, en este caso, los hombres, describe el carácter más simple y pasional de la identificación imaginaria, de lamentable efecto en las relaciones individuales pero que también afecta a vastas comunidades y que Freud describió como “narcisismo de las pequeñas diferencias”. Para ilustrarlo refiere – ¡nada menos! – el ejemplo de Estados Unidos “[...] para sentirse fuerte e importante, tiene que ver una Europa débil e insignificante”. A juzgar por la conducta de su actual presidente, no podemos menos que darle la razón.

      Crispin detecta claramente “algo oscuro en la reivindicación feminista.” En su pesquisa parte de la mera oposición fuerte-débil en la relación entre los sexos: “para oprimirnos (a las mujeres) tuvieron que deshumanizarnos”, lo que justificaría hacer lo propio con ellos. (Los hombres). Baluartes de la venganza, imponiendo castigos, el abuso de la condición de víctimas que entroniza a los hombres como monstruos, se convierte en la coartada, en el escudo, evitando así a las mujeres tener que preguntarse por su cuota de responsabilidad en el malestar que experimentan. Además del goce que les suministra la venganza, la ira desatada del feminismo justiciero como el que parece imponerse en el mundo editorial que, por cierto, Crispin conoce tan bien. El lenguaje del poder, tan común en el feminismo contemporáneo, es revelador, en su opinión, de una impotencia; proviene del intento de inclusión en el sistema y de aceptación de sus valores, de “lo que nos han enseñado a desear”; y menciona, como si se tratara de bienes comparables, el dinero, la familia nuclear y la pareja. Frente a lo cual aboga por un empoderamiento “real” que debería acompañarse de un cuestionamiento de los deseos y definiciones de felicidad de las mujeres.

      Ante el contagio de estas actitudes odiosas, iracundas, vengativas, Crispin propone examinar las trampas que nos eximen del autoexamen, impulsando a las mujeres a detectar el auténtico origen de la hostilidad. Esto permitiría socavar su poder (el de las actitudes citadas) por medio de la educación animando al consumo de “cultura producida por otros grupos, practicando la empatía”. Cautiva en la dichosa empatía, deriva contemporánea y edulcorada del principio cristiano “ama a tu prójimo como a ti mismo” frente al que Freud manifiesta su justificada rebelión, Crispin piensa que comprender las debilidades propias puede contribuir a desactivar el núcleo funesto de los estereotipos desencadenantes de la misoginia, el racismo y la homofobia.

      La crítica al amor romántico y la desestimación de la importancia que las mujeres le confieren, así como a los cánones de belleza que ellas asumen, supone una ignorancia decidida respecto al valor subjetivo que tiene para las mujeres el hecho de ser amadas, y la importancia que cobra la imagen como solución al modo en que la mujer experimenta la castración. Para cambiar esas dependencias, propone elaborar alternativas