Название | XII Simposio Bíblico Teológico Sudamericano |
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Автор произведения | Carlos Olivares |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789877650525 |
Citando las Escrituras, Jesús declaró: “A los pobres siempre los tendréis entre vosotros” (Mc 14,7). Muchas y variadas eran las causas de la pobreza durante el ministerio de Jesús: opresión, injusticia, hambre, enfermedades, sequías, pobreza, posesión demoníaca y muerte, entre otras. Sin embargo, Jesús tenía poder sobre todas ellas.9
Siguiendo el ejemplo de Cristo, Pablo exhorta a los creyentes romanos a compartir con aquellos que estaban en necesidad, ciertamente, los miembros pobres de la iglesia, e insta a los creyentes a practicar la hospitalidad (Rom 12,13). Por lo tanto, deberían ser capaces de satisfacer las carencias materiales de quienes estaban necesitados.10
Enseñanza, predicación y curación
A través de todo el ministerio de Jesús, ya sea enseñando, predicando o sanando, él demostró su misión de salvar y restaurar, sanar y perdonar. Sus acciones confirmaron sus enseñanzas.
Sus milagros atestiguaron la verdad de sus palabras, que él no vino a destruir, sino a salvar. Donde quiera que iba, las nuevas de su misericordia le precedieron. No había lugar por donde el Maestro no hubiera pasado en el cual la gente no celebrase su presencia sanadora y compasiva. Las multitudes se reunían alrededor de aquellos que habían sido transformados para escuchar de sus labios las historias de sus encuentros con el Señor. Su voz fue el primer sonido que muchos habían escuchado, su nombre la primera palabra que habían hablado, su rostro el primero que habían visto.
El Salvador hizo de cada obra de curación una ocasión para implantar principios divinos en la mente y en el alma. Este fue el propósito de su obra. Él impartió bendiciones terrenales, para inclinar los corazones de los hombres a recibir el evangelio de su gracia.
Cristo podría haber ocupado el lugar más alto entre los maestros de la nación judía, pero prefirió llevar el evangelio a los pobres. Él viajaba constantemente buscando a los que estaban por las carreteras y caminos para que tuvieran la oportunidad de oír las palabras de verdad... De ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, Jesús iba predicando el evangelio y sanando a los enfermos; el rey de la gloria en la humilde vestimenta de la humanidad…11
El ministerio de Jesús estaba dirigido a la salvación y la redención de los seres humanos en su totalidad. Les predicó el evangelio, sanó sus enfermedades, perdonó sus pecados y los restauró a una vida completa. En ese sentido, Cristo vino a reconciliar a todos con Dios a través de sí mismo. Elena G. White escribió: “El Salvador ministró tanto al alma como al cuerpo. El evangelio que él enseñó fue un mensaje de vida espiritual y de restauración física”.12 Además, Jesús fue “infundiendo su vida en la vida de los hombres de manera que restaurase la imagen de Dios en los hombres. Él los levantaría del polvo, los remodelaría de acuerdo al modelo de su propio carácter, y los embellecería con su propia gloria”.13
Esta es la definición del evangelio integral de Jesucristo: el evangelio en botas de trabajador rural o en uniforme de enfermera, un evangelio que despierta en las personas el amor de Cristo capaz de servir y salvar, de proteger y restaurar, de transformar a los seres humanos en herederos del reino de Dios, de restaurar en ellos la imagen de Dios. Esta es la obra que Jesús nos ha encomendado que continuemos en el poder y en la sabiduría divinos.
Jesús reprende a los líderes religiosos
Aunque las palabras de Jesús (Mt 23) suenen con severidad y expongan sin atenuantes la condición espiritual del pueblo de Israel, las tales tenían el propósito de despertar en la conciencia de los oyentes el deseo de recibir restauración divina. Jesús quería que ellos escucharan su ley de una manera nueva y fresca, que descubrieran en la Torá el principio de la vida, y no una carga abrumadora. Él anhelaba comunicarles que al “amar al Señor con todo el corazón, el alma y la mente” (Mr 12,30) el cielo y la tierra entrarían en un estado de armonía, de “shalom” (paz).
Esta es la primera y más grande promesa y mandamiento. El segundo es este: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,37-39). La equidad y la justicia, el amor apasionado que toma posesión de todo el corazón, la mente y el alma, no puede ser practicado solo por individuos, sino que también por la Iglesia, el cuerpo de Cristo.14 Solo cuando vivimos una vida en relación los unos con los otros es que este principio se convierte en energía regeneradora.
Estas características no tienen el propósito de despertar un llamado a la piedad individual, sino que debieran ser una descripción de la “cultura de la Iglesia” que opera como un cuerpo, en la que todos los miembros colaboran. ¡Imagínense el impacto social que tendríamos si nos conociesen como la gente que hace el bien por amor!
El amor profundo y la compasión de Jesús hacia Israel, su pueblo amado, están claramente expresados en Mateo 23,37, cuando dice: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!”.
Su amor y su identificación con su pueblo eran tan intensos que no pudo sino morir en su lugar, de manera que solo a través de la cruz se cumpliría lo que había anunciado cuando dijo: “Mas yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo” (Jn 12,32). En la cruz, Jesús fue capaz de demostrar su infinito amor y caridad hacia los líderes religiosos de un sistema que lo había rechazado.
El evangelio holístico en la Iglesia apostólica15
Después de la ascensión de Cristo, el Espíritu Santo llenó de poder a los seguidores de Jesús, de manera que el mensaje de la restauración divina pudiese alcanzar hasta los últimos confines de las naciones. En el día del Pentecostés, Pedro llamó al arrepentimiento a una gran multitud y la invitó, a través del bautismo, a formar parte del movimiento misionero que Jesús acababa de lanzar. En ese día, más de tres mil personas fueron añadidas a la Iglesia (Hch 1,1-40). Ese movimiento un día tendría un impacto global.
A medida que la Iglesia apostólica crecía, los desafíos y las necesidades también se agudizaban. Había tensiones entre las viudas de los griegos y las de los hebreos. Ananías y Safira habían intentado engañar a la iglesia. Además, existían problemas entre los “de la circuncisión” y los gentiles incircuncisos. ¿Cómo habrían de responder los apóstoles a estas nuevas realidades transculturales y religiosas? La respuesta común fue la misma que aprenderían de Jesús: buscar maneras apropiadas en el contexto local para manifestar el amor en la vida de la Iglesia.
El libro de los Hechos describe a los creyentes compartiendo sus bienes materiales, alimentando una nueva comunidad basada en la fe (y no etnicidad), en la que, entre los lazos de sangre o nacionalismos, Dios abriría una nueva identidad en Cristo. En esta nueva hermandad, esclavos y judíos, hombres libres o mujeres golpeadas, prostitutas y traidores encontrarían su verdadera razón de vivir unidos a Dios; y en ese amor encontrarían la unidad de los unos con los otros. El evangelio holístico requiere un encuentro con Cristo.16 Cuando los creyentes actúan bajo la influencia del Espíritu Santo, el modus operandi de la tierra empieza a reflejar la voluntad de Dios en el cielo. La sinfonía del cielo se hace eco en la tierra y los hombres experimentamos paz.
Misión como participación en la vida económica
La comunidad cristiana primitiva se nos presenta como devota a la oración y a la “hermandad de la mesa” (una expresión somalí). Al partir el pan juntos, ellos estaban derribando siglos de prohibiciones sociales y tabúes que regulaban quiénes eran dignos de asociarse y quiénes no. En una cultura en la que el regalo era una forma de intercambio social, Jesús establece una nueva manera de vivir en el mundo, en la que la mejor cosa es dar que recibir (Hch 20,35) y en la que al dar algo, no debiéramos esperar nada a cambio.17
Los intereses egoístas, las aspiraciones personales por estatus social o las divisiones étnicas se desvanecen en esta nueva comunidad de Cristo. Un principio superior los rige (Hch 2,42-44). “En Cristo”, los cristianos del primer siglo alcanzaron una unidad de corazón y mente (unidad y santidad), que atrajo la atención de los no creyentes.
Las palabras “no había entre ellos personas