La democracia en Chile. Joaquín Fermandois

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Название La democracia en Chile
Автор произведения Joaquín Fermandois
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789561427280



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antiguas deferencias a la aristocracia, o de muchedumbres movidas por los discursos, la prensa o la canción. El caudillo debe persuadir a las masas que ellas son “el pueblo soberano”, que él no es sino el ejecutor de sus voluntades y sentimientos. (Mario Góngora, 1981)66

      Chile vuelve a la democracia y vuelve sin violencia, sin sangre, sin odio. Vuelve por los caminos de la paz. (Patricio Aylwin, Discurso inaugural, 1990)67

      [E]l concepto de democracia “histórica” quedó viciado, en el sentido de que, para negociar el retorno a la democracia, algunos chilenos eran considerados como más democráticos (la dictadura, por ejemplo) que otros (el bajo pueblo, por ejemplo). Con lo cual, el concepto “político” de democracia quedó también viciado, en el sentido de que la dimensión gobernabilidad (desde arriba y desde el Estado) era y debía ser más central y determinante que la dimensión participación ciudadana (desde abajo y desde la sociedad civil). Lo cierto es que la teoría de la nueva democracia definió la transición como una suerte de asamblea constituyente castrada, elitista y deficitaria, duplicando por vía de la negociación el carácter unilateral y dictatorial del proceso constituyente que le dio al país la Constitución (militar) de 1980. En este sentido, la nueva democracia no superaba ni era más democrática que la que existía antes de 1973, sino, al revés, estaba resultando ser, en su mismo nacimiento, lo que no fue aquella: verticalista y discriminatoria. La nueva teoría, pues, estaba más comprometida con el pragmatismo de la negociación política que con la dirección real a la que apuntaba el proceso social, cultural e histórico de la sociedad civil chilena (sobre todo, de su hemisferio inferior). (Gabriel Salazar, 1990)68

      En un célebre banquete celebrado en Valparaíso en 1852, el escrito argentino Juan Bautista Alberdi propuso un brindis por la “excepción honrosa de América del Sur”. En un aspecto muy importante, la historia del siglo XIX chilena fue, realmente, una excepción notable respecto al modelo más común en Hispanoamérica. En los quince años siguientes a la independencia, los políticos chilenos forjaron un sistema de gobierno constitucional cuyo resultado fue admirable (según modelos europeos, así como los de América Latina) por su duración y por su adaptación. (Simon Collier,1991)69

      En sucesivos períodos de su evolución, Chile ha vivido momentos de auge y de depresión, de progreso y de estancamiento, de consenso, crisis y confrontación, por lo que ha conocido alternadamente la esperanza y la frustración. Algunas características predominan, sin embargo, en la síntesis de estos 165 años: cultura política democrática, legalismo, instituciones fuertes y perdurables, influencia cultural europea y en especial francesa, altos niveles de politización, rol político de los intelectuales, propensión al compromiso ideológico, intervención recurrente de las Fuerzas Armadas (en general, profesionales y jerarquizadas) como árbitros en momentos de crisis, ausencia de corrupción (valor hoy amenazado) y acendrado electoralismo son algunos de los rasgos que se perfilan con mayor nitidez y continuidad. Todos ellos son producto de nuestra historia; ninguno es imputable a algún atributo intrínseco del “ser nacional”. Chile combina una clara identidad nacional con una tradición de pluralismo y diversidad, la homogeneidad de su población a lo largo del territorio y un centralismo secular con profundas divisiones de clase. De tanto factor contrapuesto resulta la originalidad de nuestra historia. (Edgardo Boeninger, 1997)70

      Barniz y apariencia. Puede decirse con rigor que la estabilidad de la democracia chilena hasta la década del sesenta se debió más a sus imperfecciones que a sus perfecciones. La gran fuerza estabilizadora era la sofisticación del sistema de contrabalances, algunos de carácter espurio, como la poca representatividad y transparencia del sistema electoral. No se basaba esa estabilidad, como eran nuestras ilusiones, en la raigambre de la democracia en la cultura, en valores incorporados a ella con fuerza casi atávica. (Tomás Moulian, 1997)71

      Dentro de los mitos más arraigados y más distorsionados de nuestra historia creo que está el de nuestra democracia postindependencia y el de que en nuestro país siempre ha prevalecido la libertad, la igualdad, la tolerancia y la austeridad… Durante el siglo XIX funcionó en Chile una suerte de monarquía absoluta disfrazada de régimen republicano. (Felipe Portales, Chile: una democracia tutelada, 2000)72

      El mercado lo constituyen los consumidores, desiguales en su poder adquisitivo. La sociedad y la democracia la constituyen los ciudadanos, iguales en deberes y derechos. ¿Por qué señalamos, desde un comienzo, que la democracia debía alcanzar su plena forma constitucional? Porque estamos convencidos de que el progreso es la ampliación creciente de las libertades, de las posibilidades y de los derechos de las personas. No existen dictaduras progresistas. No hay progreso sin democracia. La democracia, en último término, es la forma en que los ciudadanos deciden respecto de cuáles deben ser los bienes públicos que se deben garantizar a toda la población y en qué magnitud se han de entregar. Ese es el verdadero debate en el mundo de hoy. (Ricardo Lagos, 2005)73

      Las respuestas que el pueblo chileno ha encontrado a los grandes desafíos de su historia constituyen valores que poseen un sentido ejemplar. El uso razonado de la fuerza, las formas de convivencia que permiten reconciliar la libertad de las personas y los grupos con los intereses superiores de la sociedad y un Estado que se comprende como institución de derecho y como ejecutor del bien común: estos valores constitutivos de la identidad chilena han conferido sentido a la historia de Chile e imponen a las generaciones del presente y del futuro la obligación de preservar y continuar esta identidad. La historia de Chile merece ser continuada. (Ricardo Krebs, 2008)74

      Este rápido recorrido histórico prueba que nunca se ha desarrollado en Chile un proceso constituyente democrático. Todos los textos constitucionales han sido elaborados y aprobados por pequeñas minorías, en contextos de ciudadanía restringida (como ocurrió con algunas variantes en el siglo XIX) o como resultado de imposiciones de la fuerza armada (como sucedió durante ese mismo siglo e invariablemente en el siglo XX). Las tres cartas principales (1833, 1925 y 1980) tuvieron como parteras a las Fuerzas Armadas que, actuando como “garantes” del Estado y del orden social, pusieron sus fusiles y cañones para inclinar la balanza a favor de determinadas soluciones constitucionales propiciadas por facciones social y políticamente minoritarias… las constituciones chilenas han surgido de la imposición militar y de maniobras, generalmente combinadas con el uso de la fuerza armada, de los grupos hegemónicos de las clases dominantes y de la clase política (civil y militar)… la ciudadanía ha sido casi siempre un espectador o un actor secundario que, a lo sumo, ha sido convocado a última hora por los grupos en el poder para respaldar o plebiscitar proyectos constitucionales preparados sigilosamente, pero nunca para participar activamente en su generación. (Sergio Grez, 2009)75

      Prólogo

      A quienes escribimos sobre historia contemporánea nos persigue un fantasma que se aparece de cuando en vez. Las experiencias que se viven día a día nos hacen creer que debemos modificar la visión que presentamos del pasado. También el pasado nos enseña acerca del presente, en permanente dialéctica. Con todo, el principal peligro que nos acecha en ella es el de ser abrumados por experiencias del momento y considerar al elusivo presente como metro y meta de todo lo que sucedió, como si fuera la percepción de nuestro momento actual lo único significativo en la comprensión de la historia. Sin embargo, casi siempre se trata de una experiencia engañosa, si es que se la toma de esta manera. No solo para el historiador, sino para cualquier hombre o mujer de nuestros días, viene a ser una tarea vital mirar su presente, para no ser aherrojado en sus celdas y paredes, eterno prisionero de cada momento histórico que se inviste como ineluctable despotismo de futuro. Ver, en el sentido de vivirlo con la intensidad del pensamiento, y distanciarse de lo visto y vivido pertenece a la experiencia de todo historiador y de toda escritura, algo en línea de una célebre afirmación de Hannah Arendt, en cuanto a que esta “‘distanciación’ de algunas cosas y este tender puentes hacia otras, forma parte del diálogo establecido por la comprensión con ellas”, de apartarse del presente y tender puentes hacia el mismo en su dimensión del pasado.76

      Digo esto porque, al finalizar la escritura del libro y habiéndolo ya presentado a la editorial, se produjo este acontecimiento magno y completamente inesperado, todavía creo que en gran medida espontáneo, al cual rápidamente se le bautizó como “la contingencia” y luego como “estallido social”. Las protestas