La democracia en Chile. Joaquín Fermandois

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Название La democracia en Chile
Автор произведения Joaquín Fermandois
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789561427280



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conocimiento, según se decía un poco antes. No podía despachar el libro, sin embargo, sin una referencia inicial, ya que en la medida en que se puede divisar una voluntad y un propósito político en el estallido, se dirige contra una viga maestra de lo que en el libro se llama “modelo occidental” o democracia: el carácter de representativa que necesariamente debe poseer.

      La democracia directa, aquella de colectivos, o de soviets, indefectiblemente culmina en el surgimiento del cacique, o del caudillo hispanoamericano, de un César, o del Comité Central, para con el correr del tiempo transformase en oligarquía. No solo fue la experiencia del siglo XX, sino que la de dos siglos del período republicano, y una posibilidad de la política moderna. Ello no hace a esta “experiencia chilena” —se añade a otras— menos extraña a la democracia. Suceden en todas las democracias, aunque nunca en las tan intensas y generalizadas democracias que en el libro se llaman consolidadas, y a período prerrevolucionarios, ambientes recurrentes en muchas democracias, aunque no culminen en una revolución efectiva de la que hay pocos ejemplos en la modernidad, por espectaculares y bastante decisivos que hayan sido algunos de ellos. Son probabilidades del proceso democrático.

      En las semanas en que este libro debía ingresar a la imprenta, la pandemia del coronavirus (Covid-19) cobró toda su presencia en el país, el que entonces vio nuevamente trastornadas sus prioridades. Ahora lo hace encumbrada en una oleada universal que no ha dejado a nadie intocado y que, al momento de escribir estas líneas, en general ha afectado con más fuerza a los países desarrollados del globo, en los cuales además se da un debate más abierto y apasionado acerca de la eficacia de las políticas públicas para enfrentarla. En Chile, desde el 15 de noviembre del 2019 había existido una tendencia hacia la descompresión de las tensiones, que por momentos habían sido gravísimas. Ello en parte por el acuerdo en las primeras horas de la madrugada de ese día para convocar un plebiscito que abriera el camino a una nueva Constitución, como también por el natural desgaste pero no término de las manifestaciones y de la violencia extrema, en el sentido antes explicado, por todo lo cual parecía que se arribaba a una normalidad diferente a la anterior y el país se alejaba un tanto del abismo. Y en febrero, cuando se desataba —hay que insistir en que era un país cuyo rostro estaba cuajado de cicatrices— una campaña electoral en torno al plebiscito por entonces programado para fines de abril, se dejó caer el fenómeno planetario de la pandemia. Postergó todo y permitó al Gobierno retomar alguna dirección de los asuntos, especialmente en un campo en donde el Presidente ha demostrado capacidad, el manejo de emergencias, una de las razones de ser del Estado. Ha habido un grado de asentimiento ligero por parte de la oposición política a la situación de crisis sanitaria.

      Sin embargo, por notorio que haya sido el cambio de panorama, en estos meses no parece haberse evaporado del todo el ambiente y la capacidad de disrrupción que revelaba el estado de ánimo de las protestas y de la violencia insurreccional que las acompañó. La oposición parlamentaria gira entre la cooperación por conservar el orden institucional y, a la vez, hallar la rendija para introducir una cuña que haga rendirse al Gobierno y erosionar las bases del manejo político y económico. Y la violencia aguda conserva brasas encendidas con la simpatía o indiferencia de una parte variable de la población. La vigencia del estado de emergencia y de la cuarentena, incluyendo toque de queda nocturno, ha tenido también que soportar la caída de la economía a grados que pueden llegar a ser comparables con 1982, 1975, o quizás más atrás, con la Gran Depresión. Ello, en manos de un gobierno caudillista o antisistema, podría ser la antesala de asolar las bases de la democracia representativa; lo mismo sucedería en época de legitimidad (relativa) de intervenciones militares, como ha estado jalonada la historia republicana de la región y también la de Chile, si bien en un grado distinto. El hecho de que exista un gobierno cuya legitimidad precaria pero real sea la de la democracia representativa, permite que este pudiese afrontar con posibilidades de éxito los embates de estas tormentas. Mucho depende también de la eficacia del aparato estatal. Es la ordalía del momento.

      * * *

      Las páginas del Preámbulo ilustran con bastante claridad una idea que cruza este libro. La historia de la democracia ha estado siempre impregnada de un debate sobre su carácter, su fuerza relativa y profundidad, su eficacia y alcance, su precariedad y quizás embuste; lo mismo, sobre el grado de verosimilitud, de la verdad, o no, en lo que tiene de apología de sí misma. Una pregunta crucial es si la democracia ha sido, por una parte, una forma de exponer la relación entre los intereses y los propósitos materiales e ideales de una manera visible al público; o si no es más que una forma de ocultar ese dilema o contradicción, por lo demás, inherente a la relación de los seres humanos entre sí. La historia de la democracia es y será la historia de la discusión —duda y afirmación— sobre ella misma. Es un debate que recorre la historia de Chile republicano y de su política, aunque no es, sin embargo, historia política pura ni, sin más, es una historia de Chile. Y, como se ve, desde siempre se ha planteado y planteará la pregunta de si Chile es o no un país que puede ser calificado de democrático. Desde 1970 y, sobre todo, desde 1973 esta pregunta no ha hecho sino redoblarse.

      Un país es más vasto que su política o su vida republicana, más allá de su democracia. En estas páginas apenas son rozados algunos rasgos de la vida de los chilenos, amén que hay una referencia breve al período indiano, nada menos que la formación inicial de la sociedad chilena y de sus valores. Tampoco me refiero a vastas zonas de la realidad no tocadas como, por ejemplo, a lo que alude Gastón Soublette para mostrar la riqueza cultural del siglo XIX en los años de la independencia, plenitud que proviene de una esfera que no se puede explicar por completo desde el tipo de razonamiento que se ofrece en el libro:

      Vivimos sobre nuestras raíces y no sobre nuestras ramas.

      El árbol de la vida es la sabiduría.

      Quien a sí mismo no conoce, a sí mismo se asesina.

      Más vale saber que haber.

      Si la experiencia es amarga, los frutos serán dulces.

      El corazón no miente a ninguno.

      Alaba lo grande y monta lo chico.

      Cuida de lo poquito, que lo grande vendrá solito.

      Para saber quién es, canta el canario.

      La humildad es el hilo con que se encadena la gloria.

      Más vale vivir sin alas que morir de un pechuzazo.

      La flor más pobre y sencilla contiene una maravilla.

      La soberbia de a caballo fue y volvió a pie.

      Quien es lo que parece, cumplirá lo que promete.

      Quien conoce su corazón, desafía a sus ojos.

      El ojo verá bien siempre que la mente no mire por él.

      El que sube como palma, cae como coco.

      Donde reina el amor, sobran las leyes.

      Lo ganado con el progreso a lo perdido no le hace peso.78

      Nadie podría negar que aquí se encuentra hondura de civilización. Mas, una vez puesto en marcha el proceso civilizatorio —que tiene bastantes dimensiones—, este espesor solo puede adquirir el rango de meta de nuestros afectos, de cierta brújula de lo cotidiano, dentro de un sistema más amplio en el que se encuentra el orden político. Al final, la riqueza contenida en esos dichos alcanza su plena dignidad dentro de un sistema social, que incluye ese orden político, más complejo y fecundo, más caritativo y liberador; o más rudo y barbárico, o de aquel metal poscivilizatorio, que a veces es lo único que desata la nostalgia por la sabiduría contenida de la cultura popular, concretada en esas frases cargadas de sentido invocadas por Soublette. Finalmente, los seres humanos no se escaparán de la necesidad imperiosa de búsqueda de una civilización política que, con todas sus limitaciones y desengaños, es en lo que consiste la democracia moderna.

      Por ello, nuestra mirada se vuelca para entender la evolución de la democracia chilena, sin afirmar ni mucho menos que el orden predemocrático, indiano, haya sido uno simplemente “autoritario”, un remedo de civilización. Todo lo contrario, es lo que nutrió el germen de ese orden nuevo, por lo demás de patente fragilidad y