El patriarcado no existe más. Roxana Kreimer

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Название El patriarcado no existe más
Автор произведения Roxana Kreimer
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789505567867



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oyendo que eran violadores en potencia (el feminismo hegemónico habla de una “cultura de la violación”, una generalización indebida, puesto que la mayor parte de los varones repudian la violación), que los varones oprimen a las mujeres, ganan más que ellas por el mismo trabajo, se apropian de los puestos jerárquicos en empresas e instituciones y reciben ventajas de todo tipo. Muchos han empezado a darse cuenta de que el relato del feminismo hegemónico no está sustentado en la evidencia y que la información que maneja hace agua. En las redes sociales no deja de oírse la consigna “Dato mata relato”.

      Si al feminismo le importara la igualdad, estaría tan preocupado por la baja representación de los varones en las carreras humanísticas como por la baja representación de las mujeres en las ciencias duras. O se preocuparía porque cada vez más varones abandonan la educación formal o se suicidan. Lamentablemente, en la mayoría de los casos esto no ocurre, puesto que no resultaría consistente con la narrativa del varón opresor, en particular si es blanco y “heteropatriarcal”, lo que llevó a la cuenta española de YouTube “Un Tío Blanco Hetero” a presentarse con la frase “He perdido la cuenta de todos los privilegios que tengo”.

      El grupo que tal vez refleja en mayor medida y en forma extrema el impacto del “hembrismo” (el desprecio o discriminación hacia los varones) es el MGTOW (Men Going Their Own Way, “Hombres que siguen por su propio camino”), formado casi exclusivamente por varones que proclaman como objetivo el alejamiento de cualquier relación afectiva con las mujeres, ya que consideran que son abusivas y basadas en el interés.

      Los orígenes del feminismo se remontan al Renacimiento, y esa línea fue asumida por el feminismo de la primera ola, un movimiento racional e ilustrado que reclamó por el derecho de la mujer a recibir educación y acceso a los derechos civiles. La conquista de esos y otros derechos fue uno los grandes logros del siglo XX.

      Cuando escribo estas líneas, en el mundo occidental el feminismo ocupa uno de los lugares centrales de la agenda pública. No ocurría lo mismo décadas atrás, cuando era casi impensable que amigas o amigos se distanciaran o una pareja se separara por tener una perspectiva muy distinta sobre este tema. Por entonces, ser de izquierda o de derecha era un valor central. Hoy temas de una relevancia cardinal como la pobreza o la desigualdad se ubican muy por detrás de los reclamos feministas, reconfigurando las agendas políticas de manera reactiva. Mientras el feminismo hegemónico es identificado con la izquierda, los críticos del feminismo tienden a alinearse en la derecha del espectro político. No es del todo imposible que el rechazo a ideas y procedimientos del feminismo hegemónico hayan ganado más simpatías por la derecha que el rechazo de la izquierda al capitalismo como sistema. Como escribió en Twitter un adolescente crítico del feminismo hegemónico: “Yo era progre y de izquierda. El feminismo me hizo conservador y de derecha. Repulsión, eso es lo que generan”. El partido español de extrema derecha Vox captó muchos de sus seguidores entre los críticos del feminismo hegemónico y es el único que se opone en España a la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género. Agustín Laje y Nicolás Márquez representan en Argentina a ese conservadurismo que ganó adeptos entre los jóvenes críticos del feminismo. En el último capítulo, dedicado a las conclusiones, volveremos a analizar la relación del feminismo hegemónico con la izquierda, el conservadurismo y la derecha libertaria.

      La historiadora Inmaculada Alva, de la Universidad de Navarra, cree que la polarización es consecuencia del extremismo que caracteriza a muchas formadoras de opinión en el feminismo. Cuando un movimiento se radicaliza, ganan los opositores. En un artículo del portal Vozpópuli titulado “El auge de los ‘influencers’ que cuestionan el feminismo radical”, Alva también se vale del término hembrismo, al que diferencia del término feminismo. “Mientras que las feministas luchan por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, el hembrismo es equiparable al machismo”, dice, y distingue al feminismo que nace a finales del siglo XIX con la finalidad de que las mujeres puedan acceder al voto, del feminismo radical que aparece en los setenta alrededor del concepto de patriarcado y del desprecio por el varón.

      Esto no significa que no haya críticos del feminismo que se identifiquen con la izquierda. Pero los errores de la izquierda, mal que me pesen porque me identifico con un modelo de izquierda democrática y no autoritaria, han hecho que miles de jóvenes emigraran en masa a la derecha. El autoritarismo de los grupos supuestamente progresistas, su inclinación por lo políticamente correcto más allá de todo examen racional, su defensa de perspectivas pseudocientíficas tales como la denuncia de los transgénicos, que no han dado evidencia de ser nocivos, y su apoyo a un feminismo autoritario y también basado en presupuestos pseudocientíficos fueron algunas de las razones para que en todo el mundo occidental la derecha ganara adeptos que no necesariamente son seducidos por sus propuestas, sino que están motivados por el rechazo radical de sus errores. Son esos varones jóvenes que a menudo padecen la misandria que cultiva el feminismo radical quienes están mostrando su simpatía por grupos de derecha que proponen alternativas clásicas, como el achicamiento del Estado, la reducción de impuestos para los poderosos y la conservación de una estructura básica de Estado gendarme, un esquema que ha dado evidencias de no ser eficaz si analizamos cuáles son los países del mundo con mayores índices de desarrollo humano. Creo, no obstante, que la izquierda puede y debe recuperar la racionalidad que signó a sus creadores, pero que esto no ocurrirá si no revisa algunos de sus desarrollos teóricos y algunas de sus prácticas más habituales.

      En virtud de su marco posmoderno, que no reconoce la existencia de la verdad y se declara prescindente de todo juicio moral más allá de la propia cultura, el feminismo hegemónico no critica a los violadores si son inmigrantes, contribuyendo paradójicamente a ocultar situaciones de precariedad social que podrían llegar a contribuir al incremento de la violencia. La corrección política hace que no se denuncien abusos a mujeres y otros delitos cuando sus perpetradores son musulmanes y otros “excluidos”. Como el “heteropatriarcado occidental” no es el responsable, ni una sola portavoz del #MeToo abre la boca. El populismo es la respuesta a tanta insensatez. La mera mención de este tema eleva el termómetro de la corrección política y dispara una catarata de insultos. En el libro La política criminal contra la violencia sobre la mujer pareja (2004-2014), por ejemplo, José Luis Díez Ripollés consigna que en España las inmigrantes sufren hasta tres veces más agresiones de sus parejas que las españolas, y que los inmigrantes agreden hasta tres veces más a sus parejas que los españoles. Los extranjeros que más padecen la violencia y más agreden, y en una proporción muy elevada, son los latinoamericanos y los magrebíes. Esas agresiones tienen una relación directa con la pobreza y la marginalidad. Ocultarlo no hace más que postergar la solución del problema, que sería la de terminar con esa pobreza y esa marginalidad.

      El hecho de que la izquierda no se refiera al problema que puede llegar a representar la inmigración, que abordar este tema sea considerado sin más sinónimo de xenofobia y racismo, en lugar de pensar si la integración social y económica de los inmigrantes más vulnerables es posible sin que se conviertan en ciudadanos de segunda categoría, ha engrosado las filas de los simpatizantes de la derecha que, como señalamos párrafos atrás, no promueve soluciones políticas basadas en la evidencia ni para las cuestiones de género ni para el bienestar humano en general (Márquez y Laje, 2016).

      Mientras en la década del setenta lo que casi con exclusividad más identificaba a los jóvenes era la política, hoy ese sentido de pertenencia para muchas jóvenes está dado por el feminismo. Casi toda joven en Buenos Aires ha recibido un piropo callejero, ha sido molestada por alguien en una discoteca y accedió a los datos dudosos que suele manejar el feminismo corporativo en las redes sociales. Sin negar que pueda haber algunas causas válidas en sus reclamos, el tribalismo y las visiones extremas que recorren profusamente las redes sociales muestran hasta qué punto el tema ocupa un lugar central en los valores de quienes merodean los veinte años.

      A diario recibo mensajes de personas que me cuentan sus experiencias y sus críticas al feminismo hegemónico, pidiendo que por favor no las mencione en las redes porque no quieren padecer la sanción social de no adecuarse a lo políticamente correcto. Hay verdades que resultan incómodas, y pareciera que lo más seguro fuera pronunciarlas sólo por lo bajo. En cierto sentido, nos estamos pareciendo