Название | El patriarcado no existe más |
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Автор произведения | Roxana Kreimer |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789505567867 |
(7) Quiebra principios constitucionales como la igualdad ante la ley, el principio de legalidad o la presunción de inocencia.
(8) Considera que todas las mujeres están subordinadas, son explotadas y padecen un sexismo estructural, con independencia de su ubicación social, cultural o económica.
(9) Es corporativo: si hombres y mujeres padecen el mismo problema en igual medida, destaca sólo las desventajas de las mujeres. Dos ejemplos: (1) Se lamentan de que despidan a trabajadoras de la agencia de noticias Télam, cuando también despiden trabajadores varones. Puede leerse en el diario Tiempo Argentino del 4 de julio de 2018: “Las trabajadoras de la agencia Télam advirtieron que de los 357 despidos producidos en la agencia nacional de noticias, unos 100 corresponden a trabajadoras, la mayoría de ellas jefas de hogar”. Nótese que hubo más despedidos varones, pero el feminismo hegemónico, representativo de la “corporación” femenina, sólo destaca el de las mujeres. (2) María Fernanda Rodríguez, secretaria de Justicia en la gestión de Germán Garavano en el Ministerio de Justicia desde 2015, informó que, del total de víctimas de trata, 56 % eran mujeres, y en el pequeño video creado para informarlo, agregó las consignas “Ni una menos” y “Vivas nos queremos” (Rodríguez, 2019).
Para cumplir con la caracterización de “feminismo hegemónico” no hace falta tener todos y cada uno de los rasgos enunciados, pero sí muchos de ellos.
Volviendo a su falta de perspectiva biológica y evolucionista, comprensiblemente, el temor de muchas personas es que la biología sea un pretexto para generar inequidades sociales. El nazismo se valió del darwinismo social, cuyas ideas centrales no pertenecen a Darwin, pero se inspiran en sus investigaciones. Fue propuesto por Herbert Spencer y en su variante más influyente alimentó al nazismo. De este modo se pretendió justificar una ideología política a partir de una lectura errónea de los fenómenos biológicos, cometiendo la falacia naturalista en el desplazamiento de lo que se cree que “es” hacia lo que “debería ser”. Los científicos contemporáneos no apoyan el darwinismo social, pero muchas feministas los acusan sin evidencia de perpetuar el sexismo meramente porque en los estudios que realizan encuentran diferencias de sexo y no las atribuyen a la socialización. Por ejemplo, Simon Baron-Cohen encontró evidencia de que en promedio las mujeres son más empáticas y que cuando los niveles de testosterona en el útero de la madre gestante son excesivos, esta facultad disminuiría (Baron-Cohen y Wheelwright, 2004; Baron-Cohen, 2005). Como el feminismo hegemónico cree que no nacemos con ninguna predisposición biológica y que todo se reduce a la influencia de la cultura, estima que los estereotipos relativos a la mujer suelen ser negativos y causan la conducta. Pero podrían reflejar predisposiciones biológicas –ser el efecto– y no la causa de esta facultad.
Es erróneo suponer que, al describir, los científicos están prescribiendo cómo deben comportarse hombres y mujeres. Si un estudio señala que en los países con mayor igualdad de género las mujeres optan por roles más tradicionales (Schmitt y otros, 2008), ese resultado no es reflejo del conservadurismo del investigador, sino un enigma que es necesario descifrar con evidencia en la mano. Acusar de sexista al científico es como matar al cartero por una encomienda indeseada, y también constituye una falacia naturalista. El constructivismo social extremo ignora casi por completo la mayoría de los estudios científicos que se han desarrollado en las últimas décadas, que nada tienen que ver con las ideas que llevaron al exterminio nazi ni con el sexismo.
Junto a las feministas y a los temerosos de que una perspectiva biológica conduzca a barbaries como el nazismo, también los grupos que trabajan en favor de los derechos civiles cuestionan las explicaciones basadas en la biología porque temen que la diferencia identitaria conduzca a la desigualdad de derechos, o porque creen que la primera conduce automáticamente a la segunda. Otra vez vemos aquí la falacia naturalista. Aunque es cierto que algunos de nuestros rasgos biológicos tal vez sean inmodificables, dudo que alguna vez las mujeres en promedio tengan más fuerza física que los varones o –siempre en promedio– lloren menos que ellos, pero eso no justifica que se entronice la violencia física –de hecho nuestra sociedad la condena cuando no es utilizada en legítima defensa– ni significa que podamos determinar que una mujer tomada al azar tiene propensión al llanto y no podría trabajar como pediatra puesto que, ante un niño enfermo, se largaría a llorar en lugar de atenderlo. Cuando se observan disimilitudes biológicas, siempre se hace referencia a un promedio, no a los rasgos individuales.
La inmensa mayoría de los científicos contemporáneos, de los filósofos y de los formadores de opinión que cuestionan al constructivismo no sostienen que la biología nos determine, sino que establece predisposiciones que interactúan con el medio ambiente. Para el determinismo biológico, en cambio, los factores genéticos, hormonales y, en general, que no son producto de la socialización nos determinarían por completo. Casi ningún científico serio y de referencia sostiene hoy esta posición, aunque unos pocos terminan sugiriendo que el cociente intelectual (CI), que es un estimador de la inteligencia, podría ser para la mayoría de las personas un predictor más poderoso del “éxito” que el medio social en el que alguien ha sido criado, afirmación que no cuenta con evidencia científica en su favor, puesto que en un medio ambiente sin carencias económicas significativas y con buenos estímulos provenientes de la educación, las predisposiciones relativas al CI que posee en promedio todo ser humano son más que suficientes para un buen desarrollo de sus capacidades.
Somos una especie altamente flexible, hemos cambiado ideas, conductas e interacciones más que otros animales mediante la transmisión de conocimiento que habilita el uso del lenguaje, aunque todavía no sabemos hasta qué punto podremos cambiar ciertos rasgos sin manipulación genética. ¿Habrá alguna vez más mujeres que hombres que trabajen como mecánicos o más hombres que mujeres empleados como enfermeros? No lo sabemos, aunque me atrevería a decir que lo dudo, si bien la influencia social podría incrementar la propensión de las mujeres a seguir ciertas carreras en determinados contextos sociales.
El tema se vincula también con la forma diversa en que hombres y mujeres encaran las relaciones sexuales y las relaciones de pareja a largo plazo, de modo que tener en cuenta factores biológicos y una perspectiva evolucionista también puede llevarnos a mejorar y cuestionar algunas de nuestras conductas cotidianas vinculadas al universo de los afectos.
De manera dualista, el constructivismo social está basado en un modelo de escisión entre cerebro y cuerpo, sostiene que nacemos como páginas en blanco y que todas nuestras conductas son modeladas por la sociedad, si bien nuestro cuerpo responde a mecanismos biológicos. Un voluminoso cuerpo de evidencia científica lo desmiente, tal como veremos en los tres primeros capítulos del libro. Esta actitud es tan perjudicial como el reduccionismo biológico, que consiste en explicar todo apelando a la biología, y difícilmente predisponga favorablemente para aprovechar la información que brindaremos sobre las diferencias sexuales.
Prácticamente durante toda la historia de la humanidad se creyó que había diferencias entre hombres y mujeres y que eran inmutables. Aunque tras la Revolución Francesa empezó a ganar adeptos la idea de que nacemos como páginas en blanco y es la socialización la que nos moldea, recién en el siglo XX obtuvo consenso la creencia de que la cultura nos determina mediante estereotipos. En la década de 1980, los científicos sociales sostuvieron que la sociedad articulaba la conducta de las mujeres, especialmente por modelos de rol y por los medios de difusión. Ya Simone de Beauvoir en El segundo sexo, publicado en 1949, sostenía “No se nace mujer: se llega a serlo”, aplicando el principio existencialista de que la existencia precede a la esencia o, dicho en otras palabras, que el ser humano es lo que hace de sí mismo.
¿De qué influencia biológica estamos hablando? En la década de los noventa del siglo XX se produjo una revolución copernicana en el conocimiento, cuando desde varias disciplinas y en innumerables estudios se evidenció que algunas de nuestras predisposiciones psicológicas tienen causas biológicas que interactúan con la cultura. Estas sustantivas novedades no contaron con la divulgación que debieran haber tenido. Quien desee aproximarse al tema por primera vez puede comenzar por el libro de Steven Pinker La tabla rasa. La negación moderna de la naturaleza humana.
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