Название | El patriarcado no existe más |
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Автор произведения | Roxana Kreimer |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789505567867 |
(2) de la selección por parte de uno de los sexos, usualmente las hembras, de individuos del sexo opuesto que pueden protegerlas (selección intersexual) (Buss, 2015).
Posteriormente, investigadores como Fisher, Gotway o Campbell advirtieron que las hembras también compiten y los machos también eligen, aunque siguen siendo más selectivas las mujeres (Campbell, 2013).
Así que se suele aceptar que la mujer es un poco más selectiva por la inversión parental que realiza, y esta selectividad es más evidente en estrategias de apareamiento de corto plazo, es decir, en relaciones casuales. Aún con el impacto de los movimientos de liberación sexual, todavía es más frecuente que un varón esté predispuesto al sexo casual. En uno de los más citados experimentos de psicología evolucionista, un grupo de universitarios se acercó a otros estudiantes del sexo opuesto que pasaban por el campus y les formuló tres preguntas: (a) ¿Saldrías conmigo esta noche?, (b) ¿Vendrías conmigo a mi departamento esta noche? y (c) ¿Te acostarías conmigo esta noche? (Clark y Hatfield, 1989; 2003). Hombres y mujeres difirieron sustantivamente en sus respuestas. Mientras el 71 % de los varones aceptaron ir a la cama con una desconocida y el 67 % de los que se negaron respondieron que les encantaría acostarse con ella pero que estaban en pareja, ninguna mujer accedió a una oferta idéntica de sexo casual ni presentó análogas excusas. El estudio fue replicado en el 2003 con algunas variantes –no fue en una universidad sino en distintos lugares públicos–, y los resultados fueron similares, aunque aquí un 6,1 % de mujeres aceptó, resultado consistente también con otro estudio realizado en Canadá en el que un 13 % de mujeres dijo haber tenido sexo con un hombre que acababan de conocer (Voracek y otros, 2005).
El psicólogo Geoffrey Miller en dos artículos (1998,1999) y en su libro The Mating Mind (“La mente que se aparea”) argumenta que el conjunto de la cultura es un subproducto de la competencia sexual de los machos por las hembras para publicitar sus buenos genes en términos de genio, creatividad y gusto. A su modo de ver, buena parte de las creaciones humanas, desde el arte hasta el humor, evolucionaron como indicadores destinados a mostrar a nuestras potenciales parejas la calidad de nuestros genes. Las más impresionantes y enigmáticas habilidades de la mente humana serían instrumentos de cortejo que han aparecido en la evolución para atraer y entretener a nuestras parejas sexuales. Alejandro Dolina lo intuyó cuando dijo una frase que ya está grabada en el imaginario porteño: “Todo lo que un hombre puede hacer, sean proezas y hazañas o, simplemente, hechos destacables, lo hace para levantarse a una mina”, o en su versión más sencilla, “Todo lo que hace un hombre tiene el único fin de levantarse minas”. Es exagerado, pero leído con principio de caridad, es decir, con la mejor interpretación posible, no señala algo diferente a lo que postula la teoría de la selección sexual de Darwin.
Muchos de los rasgos que seleccionamos cuando elegimos pareja no son arbitrarios sino potentes indicadores de salud y fertilidad. Miller estudió la producción de discos de jazz en la segunda mitad del siglo XX y observó que la mayoría de ellos son de varones en el pico de su edad reproductiva. Este es un buen momento para recordar lo que ya hemos dicho: no es que la biología sea la única influencia. Evidentemente, para que un hombre se convierta en músico de jazz es necesario algo más que buenos genes: aprender música, estar en un medioambiente en el que se valore este ritmo, y también estar dispuesto a pasar muchas horas solo practicando un instrumento.
Satoshi Kanazawa analizó las biografías de 280 científicos y observó que la mayoría produce su descubrimiento fundamental en el pico de su edad reproductiva, lo que resulta consistente con la tesis de Miller de que la cultura –y, en este caso, la ciencia en particular– es un subproducto de la competencia sexual de los machos por las hembras para publicitar sus buenos genes (2000).
Las adaptaciones: no nacemos como páginas en blanco
Darwin propuso dos grandes teorías que están entrelazadas: la de la selección natural, desarrollada en su libro El origen de las especies y la de la selección sexual, desarrollada en su libro El origen del hombre.
La teoría de la selección natural señala que, a través de cambios evolutivos azarosos, algunos seres vivos se adaptaron mejor al medio ambiente y sobrevivieron más que otros. Por ejemplo, los animales de piel más gruesa se adaptaron mejor en las zonas en las que hacía mucho frío y, al poseer una tasa de supervivencia o reproducción más alta, se incrementó la población con ese rasgo.
En 1935, el científico austríaco Konrad Lorenz identificó en gansos recién nacidos un fenómeno que denominó “imprinting” y que consiste en que algunas especies de animales establecen una forma de apego con el primer ser vivo con el que se cruzan luego de nacer. Así es como los gansos siguieron al propio Lorenz como si se tratara de su madre. Este mecanismo es una adaptación y, por tanto, no resulta producto del aprendizaje. En condiciones normales, fue seleccionado para aprender a reconocer a los miembros de la propia especie. Entre las adaptaciones características de los seres humanos que no son aprendidas, es decir, entre los módulos o programas que resultaron adaptativos, cabe destacar el dolor, el miedo a las serpientes y a las arañas, el lenguaje, los dispositivos de orientación espacial, la preferencia por las grasas y por los dulces, que brindan energía, el sentido de los números, la detección de predadores y de tramposos, entre muchas otras (Balachandran, 2011). El cerebro evolucionó en un medio muy distinto al actual, y esto explica por qué no aprendemos a temer a las serpientes pero debemos aprender a desconfiar de los automóviles al cruzar la calle.
Steven Pinker sostiene en La tabla rasa. La negación moderna de la naturaleza humana, un libro muy recomendable y accesible para profundizar en este tema, que el cerebro está programado para aprender espontáneamente el lenguaje. Esta capacidad para aprender el lenguaje sería un ejemplo de adaptación. No ocurre lo mismo con la lectura, ya que si bien todas las comunidades humanas tienen lenguaje, muchas carecen de un sistema de lectura y escritura. La nariz como lugar donde apoyar los anteojos es evidentemente un subproducto, es decir, no se trata de una adaptación que evolucionó con la función de sostener un instrumento óptico para ver a distancia. Pinker consigna que Leibniz y Hobbes se adelantaron a su tiempo al reconocer que la inteligencia es una forma de procesar la información. En muchos sentidos –aunque no completamente– se parecería a un software, ya que el cerebro se vale de mecanismos complejos para dar sentido a la percepción. Los modeladores cognitivos estarían presentes en desafíos rutinarios como caminar entre los muebles, comprender una frase, recordar un hecho o adivinar las intenciones de alguien, todas operaciones complejas que nos parecen sencillas sólo porque las llevamos a cabo cotidianamente. Reglas como que “una frase debe contener un sujeto y un predicado” y “el sujeto de comer es el que come” podrían explicar la creatividad sin límites del ser humano. Las gramáticas de las aproximadamente seis mil lenguas diversas que existen difieren mucho menos que el habla. Chomsky propuso algunas gramáticas universales con reglas como que el verbo precede al objeto (“beber vino”) y la preposición al grupo nominal (“de la botella”). En lengua japonesa no es exactamente así, pero hay verbos, objetos y preposiciones. Esta circuitería neuronal podría explicar cómo es que los niños aprenden una lengua tan fácilmente y sin necesidad de instrucción. El sonido que emite la madre no es simplemente un ruido que hay que copiar, sino algo que se incorporaría a un sistema gramatical coherente.
Como dijimos en párrafos anteriores, es objeto de debate si ciertas conductas son adaptaciones o subproductos de la evolución. Por ejemplo, la música podría ser un subproducto del lenguaje o una adaptación, puesto que muchas especies de pájaros como el ruiseñor del norte cantan para atraer a las hembras y para establecer dominio sobre territorios en los que abunda la comida o donde es posible establecer un nido. Además de cantar, el pájaro carpintero construye un nido con adornos en la entrada; la hembra elige el que más le gusta, se aparea, y cría a la prole sola y lejos de allí.
El cortejo entre dos pájaros suele durar mucho más que la cópula, y a menudo las hembras eligen a los machos que desarrollan los cantos y los bailes más complejos. También los grillos llaman a la hembra mediante sonidos. Las aves de caza la seducen percutiendo un árbol hueco, una manera en la que también