El patriarcado no existe más. Roxana Kreimer

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Название El patriarcado no existe más
Автор произведения Roxana Kreimer
Жанр Документальная литература
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Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789505567867



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no quiera concebir más, termine cediendo ante el deseo de maternidad de su joven mujer, asumiendo nuevas responsabilidades económicas y de cuidado que hubiera preferido evitar, e incluso poniendo su salud en riesgo cuando esas responsabilidades suponen más trabajo del que puede sostener. El mecanismo inconsciente que lo lleva a sentirse atraído por una mujer más joven para maximizar su éxito reproductivo puede entrar en conflicto con su voluntad consciente de seguir reproduciéndose y de realizar una inversión parental que quizás no esté en condiciones económicas o físicas de concretar.

      En síntesis: las diferencias biológicas en la vida sexual y amorosa de hombres y mujeres pueden ser entendidas como diferencias de inversión parental. La teoría de la inversión parental fue formulada por Ronald Fisher en su libro de 1930 The Genetical Theory of Natural Selection, y explícitamente formalizada en 1972 por Robert Trivers, quien entendió por inversión materna cualquier conducta por parte del progenitor que aumentase las posibilidades de supervivencia de la cría (y, por tanto, el éxito en la reproducción) en detrimento de la capacidad de los padres para con otra cría (Trivers, 1972).

      A mediados del siglo XX, un biólogo evolucionista, Angus John Bateman, investigó cómo se reproducen las moscas de la fruta, y el procedimiento décadas más tarde sería considerado propio de la mayor parte de los animales que habitan el planeta. El denominado principio de Bateman sostiene que la variabilidad en el éxito reproductivo de los machos (varianza reproductiva) es mayor en los machos que en las hembras (Bateman, 1948). Esto significa que, en promedio, al ser más selectivas –en este caso, las moscas–, las hembras se reproducen más que los machos. “¿Y con quién se reproducen si no es con los machos?”, me dirán. Un macho dominante se reproduce con varias hembras, dejando a gran cantidad de machos sin alcanzar el denominado éxito reproductivo, es decir, sin la posibilidad de reproducirse. Volveremos sobre este tema, denominado “varianza”. Bateman sugirió que, dado que los machos pueden producir millones de espermatozoides con muy poco esfuerzo, mientras las hembras invierten niveles de energía muy superiores para nutrir un número relativamente pequeño de huevos, la hembra juega un rol más significativo en el éxito reproductivo de la cría. De acuerdo a este paradigma, los machos compiten entre sí para poder copular.

      Además del experimento de Bateman con las moscas de la fruta, quien reunió evidencia en favor de la teoría de la selección sexual de Darwin fue Robert Trivers. En un célebre artículo de 1972 mostró evidencias de que la teoría de la selección sexual de Darwin se aplicaba a gran cantidad de animales. Al invertir más energía y tiempo en la reproducción, la hembra era más selectiva con los machos.

      Trivers también destacó que una de las mayores evidencias de la teoría de la inversión parental se refleja en el hecho de que en un menor número de especies, el que invierte más en la reproducción es el macho (Trivers, 1972). Entonces el esquema se invierte y quienes más luchan por aparearse son las hembras. Es el caso del pez pipa o el caballito de mar, cuyos machos son los encargados de incubar y transportar la descendencia hasta que nace. Trivers también señala como ejemplo de especie de sexo revertido a los dendrobátidos, que son diversas especies de ranas venenosas. Un mecanismo análogo existe en muchos peces y en la rata topo desnuda. La teoría de la inversión parental permite predecir una serie de rasgos de las especies a partir de la constatación de que en las especies de sexo revertido los machos invierten más en la reproducción. Trivers señala que en estas especies las hembras suelen ser más coloridas, grandes y agresivas, y cortejan y luchan por los machos.

      Las células sexuales masculinas son pequeñas comparadas con las células sexuales femeninas. Biológicamente, los individuos que producen gametos pequeños y relativamente móviles (células sexuales), como el esperma o el polen, se definen como machos, mientras que los que producen gametos más grandes y menos móviles, como los huevos o los óvulos, se definen como hembras. En gran cantidad de especies, el sexo que produce gametos más pequeños y móviles tiende a realizar una menor inversión de cuidado parental. Aunque el macho a menudo invierte en la cría monitoreando el territorio en el que se emplaza el nido de predadores, entre otras formas de cuidado, Trivers sostiene que, si tenemos en cuenta exclusivamente el acto de la cópula, al macho no le cuesta casi nada, mientras que, si pensamos en la hembra humana, puede desencadenar una inversión de nueve meses, seguida, si lo desea, de una inversión de cuidado de quince años. Sostiene también que un hombre puede maximizar sus chances de dejar más descendencia copulando y abandonando a varias mujeres, algunas de las cuales serán ayudadas por otras y pueden educarlos. En especies en las que se seleccionó el cuidado parental, hay estrategias mixtas para ayudar a la mujer a criar.

      Cuando les preguntan qué cantidad de compañeros sexuales desearían para el próximo mes, en promedio la respuesta de las mujeres da 0,8 por mes y 4 o 5 a lo largo de la vida. En los hombres da 2 en el próximo mes, 8 en los próximos años y 16 de por vida. Tres hombres dijeron 1000 en toda la vida. El esperma tiene muchísimos huevos. En cambio ellas ovulan unas 200 veces en la vida. Los huevos masculinos son “baratos” y los femeninos, “caros” (Buss, 1989).

      En lo que concierne a los humanos, posteriormente surgió evidencia en favor de la selectividad de ambos sexos (Stewart-Williams y Thomas, 2013), aunque de todos modos se admite que el sexo que invierte más en la reproducción es un poco más selectivo. Lo que Darwin no tenía era una teoría de la herencia: fue Mendel quien mostró que los genes pasan intactos de padres a hijos.

      En muchos sentidos, los hombres y las mujeres son más parecidos que diferentes. La mayoría prefiere relaciones basadas en el amor y el compromiso, valora la generosidad, el amor mutuo y la inteligencia. Pero en la historia evolutiva, hombres y mujeres han enfrentado diferentes estrategias de reproducción que se traducen en mecanismos psicológicos que, en promedio, son diversos para cada sexo y que afectan de una manera relevante sus elecciones.

      Como la inversión parental es diversa en machos y hembras, la selección sexual modeló el carácter con algunas diferencias de sexo de acuerdo a su contribución al éxito reproductivo. Básicamente, esto implica más selectividad en las hembras y más trabajo para ser elegidos en los machos. En muchas especies los rasgos físicos que prefieren tanto las hembras como los machos tienen que ver con la posibilidad de que la cría sea más saludable, más resistente a los parásitos y más vigorosa para la supervivencia.

      Otra disimilitud entre machos y hembras vinculada con el apareamiento y la selectividad sexual se vincula con el tamaño. En las especies en las que el macho en promedio es más grande que la hembra, el dominante en virtud de su tamaño suele ser preferido y también llegado el caso es quien accede a ellas en virtud de su fuerza física, dominando territorios y recursos y adquiriendo más poder que otros machos de su misma especie. Una de las diferencias más prominentes se observa en los gorilas macho, que prácticamente duplican en tamaño a las hembras.

      Al madurar es común que los pavos macho se agredan mutuamente, y el que gana protege a los demás. Los subordinados no se reproducen, porque no son preferidos por las hembras o porque no tienen oportunidad. Sin embargo, le llevan hembras al macho alfa (dominante). A veces hay una nueva batalla que consagra a un nuevo macho alfa. Si se remueve el macho dominante, hay un nuevo enfrentamiento y el ganador es el nuevo alfa.

      Los chimpancés macho desafían a los de alto rango para ascender en estatus. Las hembras también tienen jerarquías. En general, las aceptan y esperan hasta que muera la veterana antes de ascender. Cuando machos y hembras mejoran su estatus, incrementan su supervivencia y la de sus crías (Pusey, 1997).

      El gusto presente por los varones altos y a menudo musculosos probablemente derive de ese esquema ancestral (ya dijimos que nuestro cerebro en muchos sentidos pertenece a la Edad de Piedra), aunque no depare la protección de antaño, es decir, no implique una defensa cuerpo a cuerpo o un mayor acceso a recursos. El dimorfismo –la presencia de diferencias de forma, tamaño, color, etc., entre seres vivos de una misma especie– es menor entre humanos que entre otros animales. Con todo, la masa muscular es en promedio un 60 % mayor en hombres. Esto no implica que si el sexo que más compite es el masculino no haya competencia por parte de las hembras, que la suelen desarrollar cuando buscan afectar la reputación de las demás o cuestionar su atractivo físico, entre otras formas de rivalidad intrasexual (Buss, 1988).

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