Hoy camino con Dios. Carolina Ramos

Читать онлайн.
Название Hoy camino con Dios
Автор произведения Carolina Ramos
Жанр Документальная литература
Серия Lecturas devocionales
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789877982909



Скачать книгу

      Bartimeo mendigaba junto al camino. A diferencia de muchas de las personas que ya habían visto a Jesús manifestarse de forma milagrosa como enviado del Cielo, Bartimeo no lo había visto, pero sí creía... incluso más que muchos de ellos.

      Bartimeo era consciente de su condición y su necesidad; y al saber que Jesús pasaba por allí, comenzó a gritar con fe.

      No sabemos si los discípulos se sintieron molestos por estos gritos persistentes, pero Jesús lo mandó llamar, y él dejó su única posesión, se levantó y fue hacia donde estaba Jesús.

      Su pedido fue específico y Jesús respondió de forma específica. También le dijo que se fuera, pero este hombre lo siguió. Ya había dejado su capa. Ya había dejado su vida de incapacidad pasada. No tenía nada que perder. Acababa de ganarlo todo.

      Antes, mendigaba junto al camino, ahora Jesús lo había puesto en el camino. A Bartimeo lo había salvado mucho más que un grito y Jesús le había devuelto mucho más que la vista.

      En el Comentario bíblico de William MacDonald, leemos: “Su gratitud se expresó con un agradecido discipulado, siguiendo a Jesús en su último viaje a Jerusalén. Tuvo que haber alentado el corazón del Señor encontrar una fe así en Jericó, mientras seguía su camino a la Cruz. Fue bueno que Bartimeo buscase aquel día al Señor, porque el Salvador nunca volvió a pasar por aquel camino” (p. 599).

      En su novela Ensayo sobre la ceguera, José Saramago plantea un escenario entre fantástico y real, donde los personajes luchan por sobrevivir a una ceguera que va más allá de la enfermedad física. En un momento, dice: “Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos; ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven”.

      Sería muy triste que, con toda la luz que hemos recibido, sigamos en nuestra condición de perdidos o ciegos espirituales.

      Hoy Jesús escucha nuestro grito (¿estás gritando?), nos saca del borde del camino y nos pone en el medio del camino. Aprovechemos esta oportunidad. Jesús está pasando hoy.

      La guardia de Diego

      “Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer” (Luc. 4:16).

      El viernes terminaba con lluvia; mi pierna, hinchada por la mordida de un perro; mis cajas, llenas de libros que aún debía vender; y muchas preguntas sin responder. Creía que Dios tenía un propósito en medio de los cambios repentinos de planes que hacían que ese sábado lo recibiera así. Pero me quedaba esperar.

      A la mañana siguiente fui a la iglesia, y a la tarde emprendí mi trabajosa marcha hacia el hospital para consultar en la guardia por mi herida. Me atendieron rápidamente. La tarde estaba lluviosa, ventosa y fría. Como faltaba poco para la reunión de jóvenes en la iglesia, decidí quedarme en el hospital para resguardarme del mal tiempo y leer cómoda en algún asiento.

      El hospital estaba vacío. En la sala de espera solo había un guardia de seguridad: Diego.

      Comencé a orar por él, me senté, abrí mi Biblia y empecé a leer.

      “¡Qué raro ver a alguien de tu edad leyendo la Biblia!”, lo escuché decir después de unos minutos. Es una de mis frases favoritas; mi objetivo se había cumplido.

      “¿Qué estás leyendo?”, preguntó. Estaba leyendo uno de los milagros de Jesús en sábado. Le comenté lo que me había pasado y le dije que estaba recordando cómo Jesús muchas veces hizo el bien en sábado. También le dije, intencional pero sutilmente, que estaba dejando pasar el tiempo hasta la hora de ir a la iglesia.

      “¿A la iglesia? ¿En sábado?” Otra vez sonreí para mis adentros. Conversamos un rato, leímos algunos versículos juntos (entre ellos, el de hoy), compartimos problemas y pedidos de oración. Él anotó varias referencias en la tapa del libro misionero que le regalé y quedó con mucha intriga. Quería conocer más a Dios.

      Llegó la hora de irme, pero él pudo dedicar el resto de su tarde de guardia a leer tranquilo en el hospital vacío.

      Diego fue la respuesta a mi oración de ese viernes de noche lleno de incertidumbre. Así como Dios respondió mi oración aquel día, vino muchos años antes a responder a las profecías sobre él, y también responderá tus súplicas hoy, en la medida que lo busques y pases tiempo con él. Seguramente después te presentará a algún “Diego” para que le hables de él.

      La paradoja del aguijón

      “Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor. 12:10).

      “Hija, yo creo que ese es tu aguijón”, me dijo sin más preámbulo una tarde mi papá cuando me retorcía de dolor por una de las frecuentes migrañas que me acompañan desde pequeña. Quizás esa declaración sonara fuerte, pero entendí a qué se refería. Estaba familiarizada con la mención que Pablo hace de su aguijón en la carne (2 Cor. 12:7) y, aunque la Biblia no especifica en qué consistía ese aguijón, Pablo dice que le había sido dado para que no se enalteciese. Le había pedido a Dios que fuera quitado de él pero, como tantas otras veces, Dios tenía otros planes.

      No recuerdo si esa tarde oré para pedir que mi dolor me fuese quitado. Sí recuerdo que, a partir de esa vez, pensé dos veces antes de pedir que mi migraña desapareciera por completo.

      En un artículo de la revista Ministerio Adventista, titulado “El milagro del aguijón”, el pastor Charles Wesley Knight menciona que lo que a menudo consideramos lo más molesto o doloroso puede ser justamente el antídoto contra nuestra perdición.

      Sé que este ejemplo resultará un tanto burdo y limitado, pero me ayudó a entender este concepto un poco mejor.

      Un día tuve hipo por muchas horas. Estaba harta del ruido que hacía, de no poder disimularlo, de lo inoportuno que resultaba. En un momento, pensé: “¡Qué bueno sería no tener hipo nunca más! Mañana, cuando ya no lo tenga, voy a recordar lo feo que fue y voy a estar agradecida todo el día. Voy a recordar lo mal que la pasé en compañía del hipo”.

      Pero no fue así. Llegó el nuevo día y, efectivamente, el hipo se había ido. Pero no recordé mi promesa de gratitud.

      Ahora, a mayor escala, ¿no será que nos puede llegar a suceder algo parecido si olvidamos que somos imperfectos, que no somos autosuficientes y que necesitamos recurrir diariamente a Dios para que nos recuerde quiénes somos y que es él quien nos sustenta?

      No es un plan maquiavélico permitir esas molestias, sino una solución divina, dentro de nuestras malas decisiones y las consecuencias del pecado, a nuestro problema de egoísmo y orgullo.

      Nuestro aguijón puede transformarse en nuestra mayor fortaleza y bendición, si está puesto en las manos del Todopoderoso. Él explica las paradojas. Él muestra su maravillosa fortaleza en la más grande debilidad y puede transformar tu desazón en la mejor oportunidad.

      ¿Qué ves tú?

      “La palabra de Jehová vino a mí, diciendo: ¿Qué ves tú, Jeremías?” (Jer. 1:11).

      “Veo, veo” “¿Qué ves?” “Una cosa” “¿Qué cosa?” “Maravillosa...”

      Este sencillo juego hace que designemos esas cosas que vemos como “maravillosas”.

      Dios le hizo esta pregunta a Jeremías en una de las épocas de mayor apostasía y rebelión del pueblo de Israel. Él fue llamado a experimentar la soledad, el menosprecio, la burla y el abandono de sus compatriotas. Todo por ver una cosa maravillosa por fe.

      Dios le preguntó varias