Hoy camino con Dios. Carolina Ramos

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Название Hoy camino con Dios
Автор произведения Carolina Ramos
Жанр Документальная литература
Серия Lecturas devocionales
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789877982909



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que, después de los hirientes momentos que le había hecho pasar, no quería quedarse ni un segundo más. Así se fue, y la escuela belga perdió la oportunidad de contar con este prodigio por más tiempo.

      Al hablar sobre el rito de humildad, Elena de White dice: “Hay en el hombre una disposición a estimarse más que a su hermano, a trabajar para sí, a buscar el puesto más alto [...]. El rito que precede a la Cena del Señor está destinado a aclarar esos malentendidos, a sacar al hombre de su egoísmo, a bajarlo de sus zancos de exaltación propia y darle la humildad de corazón que lo inducirá a servir a su hermano” (Consejos para la iglesia, pp. 433, 434).

      No hace falta esperar a la próxima Santa Cena para arreglar cuentas con alguien a quien le hayas demostrado poca humildad. Hoy Dios quiere enseñarnos a parecernos a él en este aspecto también.

      Ojalá no seamos como aquel arrogante profesor.

      Andrés, el presentador

      “Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los que habían oído a Juan, y habían seguido a Jesús. Este halló primero a su hermano Simón, y le dijo: Hemos hallado al Mesías (que traducido es, el Cristo). Y le trajo a Jesús” (Juan 1:40-42).

      En tres breves versículos, se nos narra una búsqueda de toda la vida de Andrés. Había buscado al Mesías hasta hallarlo. Tenía que compartir su alegría con quien entendiera lo que ese hallazgo significaba, así que trajo a su hermano a Jesús. Pero esta no fue la única ocasión en que Andrés trajo a alguien a Jesús.

      Cuando Jesús vio la gran multitud que se agolpaba a su alrededor y notó que tenían hambre, notó también que sus discípulos no sabían bien cómo resolver el enigmático asunto económico que se les planteaba de improvisto.

      Una vez más, Andrés se acercó. El relato bíblico dice: “Uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, le dijo: Aquí está un muchacho, que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos” (Juan 6:8, 9).

      Por alguna razón, el apóstol Juan decide mencionar estos casos particulares en que este discípulo de perfil un poco más bajo cumplió una de las tareas más nobles y elevadas, una que el Señor nos llama a cumplir también hoy. Solo Juan resalta esta actitud, pero con ello nos deja una gran lección.

      En El Deseado de todas las gentes, con respecto a los comienzos de estos dos discípulos, leemos: “Si Juan y Andrés hubiesen estado dominados por el espíritu de incredulidad de los sacerdotes y los príncipes, no se habrían presentado como aprendices a los pies de Jesús. [...] Es la contrición, la fe y el amor lo que habilita al alma para recibir sabiduría del cielo. La fe que obra por amor es la llave del conocimiento, y todo aquel que ama ‘conoce a Dios’ ” (pp. 112, 113).

      Es posible que muchas veces sientas que no te tocan los roles protagónicos, que no eres la figura principal de algunos milagros conocidos, pero esta actitud loable de Andrés, que fue reconocida para siempre, no es poca cosa ante los ojos de Dios.

      De forma silenciosa, sin grandes pretensiones, hoy puedes presentarle a Dios a una persona también. Como sucedió en esas dos ocasiones, él puede hacer milagros grandes con esas personas después. Está en nuestras manos qué haremos con ese deber.

      Casi

      “El lugar seco se convertirá en estanque, y el sequedal en manaderos de agua” (Isa. 35:7).

      Mi hermana nació en una provincia argentina que tiene unas sierras hermosas con arroyos muy característicos, limpios y caudalosos.

      Con mi familia nos tocó vivir varios años en la capital de esa provincia, y los fines de semana solíamos ir a las afueras a pasar tiempo tranquilos en la naturaleza. El campamento adventista se encontraba a una hora de la ciudad, así que era uno de nuestros destinos acostumbrados.

      Allí había un arroyo que, en una parte de su recorrido, dejaba una pileta natural en la que muchas veces se hacían bautismos y más adelante se convertía en cascada que caía sobre una olla. De niña recuerdo que pasábamos horas nadando en ese arroyo bastante profundo.

      Aquel sábado de tarde, varios años después, me encontraba sentada al lado de ese mismo arroyo. Solo que ahora estaba prácticamente seco. Solo corría un hilo de agua, y en algunos lugares directamente se cortaba la corriente. Al borde había unas hojas de sauce llorón que, colgando, acariciaban la tierra, como queriendo consolarla por la ausencia de agua. La sequía era seria. La paradoja, profunda. Era curioso que el sauce que lloraba fuera en ese momento el que consolara. Pero así estamos muchas veces, consolándonos en una Tierra que pierde la cuenta de sus años de sequía y de dolor.

      El paisaje, una vez verde, ahora era en su mayoría marrón.

      Pero vi, inesperadamente, una flor amarilla que nacía entre algunos juncos; juncos de esos acariciados por las lloronas hojas del sauce. Representaba la esperanza nacida en medio de la pobreza; la esperanza que nosotros, en nuestra tristeza, tenemos la obligación de compartir; la esperanza que permanecerá hasta que haya estanques y manantiales de agua por todos lados otra vez, aguas cavadas en el desierto, torrentes en la soledad.

      Leí el capítulo 35 de Isaías en silencio, con oración, y recordé lo que se dijo sobre este profeta en Profetas y reyes: “¿Qué importaba que el mensajero del Señor hubiese de encontrar oposición y resistencia? Isaías había visto al Rey, a Jehová de los ejércitos; había oído el canto de los serafines: ‘Toda la tierra está llena de su gloria’ (Isa. 6:3) [...]. Durante el cumplimiento de su larga y ardua misión, recordó siempre esa visión” (p. 230).

      Recordemos nosotros también a dónde estamos yendo y que, aunque casi todo se seque, aún hay esperanza.

      La cajita musical

      “Pero tú aumentarás mis fuerzas como las del búfalo; seré ungido con aceite fresco” (Sal. 92:10).

      Las cajas de música consisten en un cilindro giratorio que tiene muescas en relieve. Cuando estas, al girar, tropiezan con las láminas del teclado de metal, se reproducen melodías breves. Podríamos pensar en ellas como precursoras de los CD, aunque con un repertorio más que limitado. La reproducción se activa con el movimiento de una manivela. Hay cajitas de varios tamaños y muchas de ellas tienen una bailarina que se mueve al compás de la melodía que suena.

      En mi habitación tengo una cajita musical de muchos años, parte de una colección de antigüedades traídas de Europa. No conozco a su fabricante, aunque me gusta pensar en quién habrá sido su dueño antes, sobre qué mueble habrá estado...

      Lo curioso con estos aparatos es que se necesita paciencia, aunque sea en esos momentos en que se da vuelta a la manivela. No se activa simplemente con tocarlo, como pasa con casi todo hoy en día.

      Su melodía dura seis minutos. Así que paré seis minutos para escucharla, y para recordar que tengo que ser paciente conmigo misma también. Es bueno y sano que en nuestro día encontremos momentos para hacer una pausa, respirar, pensar, orar y reunir fuerzas para seguir.

      La melodía comenzó muy vivaz, pero fue haciéndose cada vez más lenta. No dejó de ser hermosa en ninguna de sus etapas o velocidades. Lo que me sorprendió fue que, al dejar de sonar, la rocé sin querer y comenzó a sonar otra vez, como si hubiera recuperado fuerzas.

      Recordé ese tiempo gratuito que muchas veces se nos otorga, como esas fuerzas adicionales que creíamos que se habían terminado, pero descubrimos que siguen presentes.

      Dios también puso en nosotros un intrincado sistema de funcionamiento, con engranajes y piezas delicadas que fueron colocadas intencionalmente para reproducir la melodía de nuestra vida.

      Es