Название | Hoy camino con Dios |
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Автор произведения | Carolina Ramos |
Жанр | Документальная литература |
Серия | Lecturas devocionales |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789877982909 |
Dios nos invita y nos llama tal como somos y estamos. Hoy tenemos una nueva oportunidad de responder a su llamado.
De esta historia se desprenden al menos dos lecciones.
En primer lugar, sabemos que Dios nos recibe como somos pero, así como le pasó a Charlotte, puede hacer que nuestros talentos obren para su gloria y puede transformarnos en bendición. Podemos, con ellos, contrarrestar los momentos difíciles que nos toque vivir.
En segundo lugar, podemos ser mentores, como lo fue César, para llevar mensajes de consuelo.
¿Quién sabe cuánta bendición saldrá de eso?
Historias de hoy - 17 de febrero
El regalo de Santi
“Los justos claman, y el Señor los oye; los libra de todas sus angustias. El Señor está cerca de los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu abatido” (Sal. 34:17, 18, NVI).
Aquel día volví triste a casa porque él estaba triste. Sus pequitas coloradas y sus ojos azules muchas veces me animaban en los días en que más cansada estaba. Muchas veces me esperaba con mi chocolate favorito o con un simple mensajito dibujado en el pizarrón; pero ese día estaba apagado, un poco aislado y me confesó que le dolía la cabeza.
Más tarde me enteré que era, en parte, porque su papá había tenido que viajar unos días por trabajo. A su edad, yo tenía la misma reacción cuando mi papá viajaba por trabajo, así que enseguida simpaticé con él.
Lo cierto es que con sus ojitos llenos de inminentes lágrimas nos despedimos esa tarde y volví caminando a casa.
Oré por él, porque lo entendía, pero mientras subía por la calle me puse a pensar que su vivencia no solo me hacía recordar mi niñez.
Y es que ese día yo también estaba extrañando a mi Papá celestial. Me había alejado un poco de él, al estar llena de cosas para hacer y no dedicarle tiempo. Sentía que me hacía mucha falta charlar con él, pasar más tiempo juntos, escucharlo más... Y aunque no me dolía la cabeza, veía en mí la sintomatología típica de la aridez espiritual.
Santi me hizo ver que no siempre reaccionamos con tanto dolor cuando nos alejamos de Dios, que a veces somos más indiferentes a esa distancia y hay días que terminan con una comunicación insuficiente sin que parezca afectarnos demasiado.
Unos días más tarde, con una sonrisa triunfal en el rostro, entró al aula de la mano de su papá y me regaló una riquísima torta.
¿Y tú? ¿Sientes que quizá te has alejado de él o que lo extrañas?
Nuestro Padre celestial no se cansa de mostrarnos, hasta en los más mínimos detalles, que está ansioso por pasar tiempo con nosotros y que a su lado las lágrimas pueden convertirse en gozo.
“Su corazón está abierto a nuestros pesares, tristezas y pruebas. [...] Podemos apoyar el corazón en él y meditar todo el día en su bondad. Él elevará al alma, por encima de la tristeza y perplejidad cotidianas, hasta un reino de paz” (El discurso maestro de Jesucristo, p. 17).
Valores - 18 de febrero
El valor del perdón
“¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” (Miq. 7:18, 19).
La sala estaba en silencio. Las persianas estaban bajas y afuera ya había dejado de brillar el sol hacía rato. Apagué las luces adentro también y me senté en un sillón a pensar un rato. Por la calle, que hasta ahora estaba silenciosa, pasó un chico hablando por teléfono con su novia y, mientras avanzaba, sus pasos coincidieron con mi ventana justo cuando decía: “Perdón por hablarte mal, mi amor. Lo que pasa es que...”
No agucé el oído para ver si llegaba a escuchar los motivos que le presentaría. No hacía falta.
En esos dos segundos entendí una vez más que los momentos de oscuridad y aparente silencio muchas veces son lo único que necesitamos para recordar algunas cosas importantes.
¿Cuántas veces vamos a las personas que lastimamos y pedimos perdón justificándonos? ¿Cuántas veces vamos a Dios y hacemos lo mismo? Hasta que no aprendamos a pedir perdón sin exponer excusas, no vamos a llegar a entender realmente su amor que no expone razones.
En El camino a Cristo, leemos: “Si no hemos experimentado ese arrepentimiento del que no hay que arrepentirse, y si no hemos confesado nuestros pecados con verdadera humillación de corazón y quebrantamiento de espíritu, aborreciendo nuestra iniquidad, entonces nunca hemos buscado verdaderamente el perdón de nuestros pecados; y si nunca lo hemos buscado, jamás hemos encontrado la paz de Dios” (p. 34).
Su perdón es maravilloso; su amor, indescriptible. No necesitamos justificarnos, solo reconocer. No necesitamos entender, solo aceptar. Pero ese perdón maravilloso no es un pase libre para pecar, ni ese amor indescriptible es algo para pisotear.
No son dones otorgados para “salirnos con la nuestra”, sino para demostrar la gratitud y entrega que un perdón y amor tal merecen.
Podemos ir, como hice muchas veces, a algún lugar cerca del mar y contemplar el infinito, en un intento por encontrar el punto exacto donde él sepulta y esconde nuestros errores… y por más que nos esforcemos, no lo encontraremos.
Como el profeta, simplemente nos queda decir: “¡¿Qué Dios como tú?! Perdón. Gracias”.
Encuentros con Jesús - 19 de febrero
¿Heridas o cicatrices?
“Luchó con el ángel, y lo venció; lloró y le rogó que lo favoreciera. Se lo encontró en Betel, y allí habló con él; ¡habló con el Señor Dios Todopoderoso, cuyo nombre es el Señor!” (Ose. 12:4, 5, NVI).
Tuve un compañero que siempre hacía alarde de las cicatrices que tenía y le gustaba contar las historias detrás de ellas. Y es que muchas veces las cicatrices son fuente de entretenidos relatos, pero generalmente recuerdan momentos de intenso dolor o malestar también.
No sabemos si la “cicatriz” que le quedó a Jacob después de su encuentro con el ángel fue algo de lo que hablaba con frecuencia, pero seguramente esa cojera era un recordatorio diario del encuentro que había tenido con Dios.
En El conflicto de los siglos se nos dice: “Mediante la humillación, el arrepentimiento y la rendición ese mortal pecador y descarriado prevaleció sobre la Majestad del cielo. Se había aferrado con un apretón tembloroso a las promesas de Dios, y el Amor infinito no podía rechazar la súplica del pecador. Como evidencia de su triunfo y estímulo para que otros imitasen su ejemplo, se le cambió el nombre; en lugar del que recordaba su pecado, recibió otro que conmemoraba su victoria” (p. 675).
Quizá hoy necesitamos un encuentro como el de Jacob, en el que sin orgullo ni presunción, pero sí llenos de confianza, le pidamos que se quede y nos bendiga.
Puede ser que la de hoy sea una herida por enfermedad, por la pérdida de un ser querido, por traición, orgullo, rechazo, decepción, malentendidos... O, ¿por qué no?, la herida del autorreproche que muchas veces nos convierte en nuestro peor enemigo.
Sea lo que fuere, recordemos que, cuando nosotros vemos heridas abiertas y seguimos luchando en medio del dolor, Jesús llega, apoya su mano en nuestro hombro y, en vez de heridas, ve cicatrices. En vez de recordar nuestro pecado, nos quiere dar un nombre nuevo que conmemore esa victoria.
¿Y si en vez de usar las heridas como excusa