Название | Los hijos del caos |
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Автор произведения | Pablo Cea Ochoa |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418730344 |
Los inferis intentaban rodearme y morderme, pero gracias a la enorme cantidad de pelo que me había salido sus mordiscos nunca llegaban a tocar mi piel.
Desde lo alto de un árbol, el viejo y las demás miraban cómo un monstruo mataba a otros monstruos, haciéndoles volar por los aires, arrancándoles la cabeza, aplastándosela, empujándoles y zarandeándoles como si fueran muñecos de trapo. Era hasta divertido ver cómo intentaban arremeter contra mí en vano.
Podía llegar a saltar una altura de más de dos metros sin despeinarme y tenía una fuerza, una agilidad y una velocidad trepidantes. La mayoría de las veces, antes de que me atacaran ya había reaccionado. Era como poder usar todos mis sentidos agudizados al mismo tiempo y para una única cosa…, matar.
Tras otro par de minutos los inferis, al ver que no podían hacer nada, optaron por retirarse, pero yo no dejé que se escapasen y los cacé uno a uno sin que ninguno consiguiera salir del claro para internarse de nuevo en el bosque.
Cuando no hubo más enemigos a los que matar empecé a relajarme y a poder volver a controlar mis pensamientos y, más tarde, mis actos para finalmente volver a mi forma humana tras otra dolorosa «destransformación» y volver a quedarme parcialmente desnudo. Rápidamente llegó Natalie hasta mí y me cubrió con el que era mi abrigo de pieles para darme algo de calor, aunque no sentía nada de frío a pesar del ambiente y de estar casi desnudo. Justo después llegaron Hércules y Cristina, que entre ambos llevaban a Kika, que seguía inconsciente.
—¿Estáis todos bien? —preguntó Hércules mientras intentaba recuperar el aliento después de haber hecho tanto esfuerzo físico en tan poco tiempo. Todos nos revisamos buscando algún indicio de posibles mordeduras y cuando vimos que estábamos limpios asentimos a pesar de tener las caras y los brazos llenos de arañazos y manchados de sangre negra y de tierra—. Oye, chico, tenemos que hablar —me dijo mirándome muy serio. La verdad, esperaba que me pidiera alguna explicación acerca de lo que le había pasado a Kika, pero no lo hizo.
*****
Después de todo aquello nos pasamos el resto de la mañana en el campamento atendiendo a Kika, que parecía mejorar muy rápidamente tras haberle aplicado la solución del frasco de Natalie. Cuando se despertó tenía dolores horribles y ardor en la zona del mordisco, pero por suerte llegamos a tiempo para que el daño de la infección por la mordedura no fuera letal.
Cuidamos de Kika por turnos mientras el resto vigilaba la zona, pero no hablamos casi nada. Nos limitamos a vigilar y a hacerlo todo en silencio para que cuando Kika se recuperara, ya por la tarde, recogiéramos el campamento todo lo rápido que pudiéramos y nos pusiéramos a caminar siguiendo a Hércules. Lo haríamos a un paso mucho más lento que el resto de días para no forzar a Kika, la cual podía caminar, pero no muy rápido a causa de los dolores, aparte de que seguía teniendo un poco de fiebre, que se le fue pasando a lo largo del día.
Mientras caminábamos hubo un momento en el que pude hablar con Kika a solas para preguntarle qué tal se encontraba. Al parecer, no se acordaba de nada desde momentos después de recibir el mordisco, así que se lo conté todo de nuevo, aunque omití varios detalles relacionados con su comportamiento antes de desmayarse. Creí conveniente que el momento del beso debía quedarse en el olvido, así que decidí no contárselo, al igual que las palabras que había dicho bajo los efectos del mordisco: «El sol poniente tiñe el desierto de un tono carmesí». No sabía lo que significaban esas palabras.
Cuando le dije que cargué con ella corriendo durante casi diez minutos por el bosque se echó a llorar, para después agradecérmelo, y pasó lo mismo al contarle cómo la defendimos entre todos de las hordas de inferis. Como Cristina y Natalie seguían sensibles después de esa experiencia, al escucharla llorar ellas también lo hicieron.
A partir de ese momento hablamos mientras caminábamos hasta que se hizo de noche y Hércules nos dijo de acampar de nuevo en una zona con muy pocos árboles y mucha visibilidad. A pesar de que la luna se encontraba en estado decreciente, entre su luz, la de la hoguera que encendimos y la de nuestros dos farolillos esa noche teníamos una gran visibilidad para poder estar atentos.
En cuanto terminamos de montar las tiendas todas las chicas se metieron en ellas directamente y sin decir nada y en menos de cinco minutos ya estaban dormidas y nos habían dejado a Hércules y a mí solos frente al fuego, mirándonos fijamente durante un buen rato.
—Tenemos que hablar —me volvió a decir el anciano cuando vio que no tenía intención de empezar yo la conversación.
—No ha sido mi culpa —le dejé claro tras un rato al ver que me miraba incriminatoriamente. Él me hizo un gesto de indiferencia, demostrándome que no le interesaba lo que había pasado antes de que llegara al claro con Kika en brazos—. ¿Y entonces qué? ¿De qué querías hablar? ¿Me vas a explicar algo de todo lo que me ha pasado hoy? —le pregunté en tono prepotente.
—Te he visto esta mañana cuando luchabas, tanto antes como después de que yo te pidiera eso, y creo que tu condición de licántropo afecta a tus poderes de una manera alarmante. Porque tu habilidad para el combate es una cosa que parece casi innata y ser semidiós potencia enormemente tu fuerza y velocidad, pero al ser licántropo tendrás poderes que ni te puedes imaginar y que seguramente no podrás controlar. Es algo muy peligroso eso que has hecho esta mañana con el brazo, porque al más mínimo desliz o error de pensamiento podrías matar a cualquiera —explicó muy serio, mirándome a los ojos sin mover ni un músculo. Parecía como si conociera a la perfección cómo funcionaba aquello.
—Pero puedo hacerlo, ya lo has visto. Puedo controlarlo —respondí a la defensiva.
—Sí, pero entiende que las habilidades que tienes son demasiado peligrosas para los que te rodean, porque puedes cometer fácilmente un daño irreparable en los demás simplemente por el hecho de tener un mal día —objetó él, intentando poner un tono que inspirase empatía y comprensión—. Así que mañana no habrá entrenamiento para ellas. Tú y yo dedicaremos la mañana a comprobar lo que puedes hacer. Créeme cuando te digo que soy el último al que le apetece ponerse enfrente de ti, pero es necesario que lo hagamos para que aprendas a controlar tus poderes a voluntad —siguió diciendo sin moverse ni pestañear mientras jugueteaba con los cordones de sus sandalias—. Es lo mejor. Tanto para tu propia supervivencia como para la de los demás —me aconsejó, hablándome como si fuera un niño pequeño yendo al psicólogo—. Así que descansa, vete a dormir ya. Hoy yo trasnocharé por vosotros —acabó de decir y salió del campamento a buscar madera para la hoguera.
«Viejo arrogante… Me trata como si fuese una bomba de relojería», pensaba mientras entraba en mi tienda tratando de hacer el menor ruido posible, ya que parecía ser que Natalie ya estaba dormida del todo. Pero cuando me metí en mi saco de dormir lo pensé todo fríamente y concluí que quizá Hércules tuviera razón acerca de mis poderes. Tal vez no estuvieran hechos para otra cosa que no fuera matar o destruir.
—He escuchado vuestra conversación desde aquí dentro —me comentó Natalie, que al parecer no estaba dormida—. Yo no creo que seas peligroso, al menos para mí, pero creo que sería una buena idea eso que dice de que aprendas a controlarlo. —Se dio la vuelta de golpe para poder mirarme estando tumbados y metidos en nuestros sacos de dormir.
—Ya, puede que tengáis razón —respondí brevemente, pues la verdad era que no me apetecía demasiado hablar de ello—. Bueno, ¿y cuánta carne pudisteis traer mientras yo cuidaba a Kika? —le pregunté por cambiar de tema.
—La suficiente como para poder comer todos durante varios días, pero nos llevó un buen tiempo desollar al ciervo que nos llevamos. Aunque ahora tenemos comida de sobra —me respondió en un tono un poco cortante—. ¿Cómo está Kika? ¿Sigue mal? —preguntó mientras se arropaba con la manta que cubría nuestros sacos.
—Seguía con dolores y fiebre cuando se ha ido a dormir, pero se recuperará. El líquido ese que tienes le ha salvado la vida —le contesté