Los hijos del caos. Pablo Cea Ochoa

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Название Los hijos del caos
Автор произведения Pablo Cea Ochoa
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418730344



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desperté a la mañana siguiente ya estaba empezando a amanecer. Un amanecer vago y lento, que casi no se podía ver debido a las nubes que tapaban el sol constantemente y también por los árboles, que eran tan altos que casi no conseguíamos otear el horizonte para ver el sol.

      Bostecé varias veces y me estiré para desperezarme, ya que había dormido un poco mal esa noche. Kika me saludó y me dio los buenos días desde la roca, que seguía enfrente de la casi apagada fogata. Después me senté en el suelo, frente a las brasas, y me quedé embobado mirándolas mientras dejaba que pasasen así los minutos. Pero al rato Hércules salió de la nada y nos dio un buen susto al darnos los buenos días. No iba a acostumbrarme nunca a que apareciera y desapareciera cada dos por tres.

      Despertamos a Natalie y a Cristina, que, al igual que todos, tenían el sueño muy ligero la mayor parte de los días. Recogimos entre todos el campamento para después comer las últimas provisiones que nos quedaban: unos bocadillos precocinados que tenían Kika y Cristina, los cuales ya estaban duros e inmordibles, y una especie de revuelto de hongos y setas que había recogido Natalie el día anterior mientras caminábamos, ya que ella era la única que sabía cuáles se podían comer y cuáles era mejor ni tocar. Extrañamente, el revuelto de setas estaba bastante rico, pero casi no nos quedaba comida y tendríamos que cazar algo pronto o empezar a poner algunas trampas por las noches; si no, no duraríamos ni dos días antes de empezar a delirar por el hambre.

      Cuando terminamos de desayunar y de recoger pretendimos iniciar la marcha, pero Hércules nos obligó a entrenar nada más terminar de desayunar. Esta vez pretendía que peleásemos entre nosotros cuatro, sin armas y sin hacer uso de poderes, simplemente cuerpo a cuerpo. Claramente, la que destacaba en esa modalidad de combate era Natalie.

      Yo me tuve que retirar varias veces porque al recibir golpes y sentir dolor empezaba a notar calor en mi interior, lo que hacía que me fuera imposible pelear sin sentir que podía estallar en cualquier momento. Pero cuando Natalie venció a Kika y a Cristina Hércules nos dijo que probásemos a hacer lo mismo, pero esta vez pudiendo usar nuestras armas, aunque sin usar ninguna clase de poderes. Entonces sí conseguí poder pelear en condiciones, ya que rara vez consiguieron darme. No estaba acostumbrado a usar dos espadas, pues había aprendido con el tiempo a usar solo una.

      Cuando Natalie, que usaba la espada de Kika (la que no estaba bañada en oro), recibió un corte en el hombro por parte de Kika, Hércules hizo que la herida se retirara. A mí no me llevó demasiado tiempo hacer lo mismo con Cristina, la cual aún se encontraba incómoda tratando de usar un arma tan grande, pesada y extravagante como era su tridente.

      Cuando Kika y yo vimos que nos tocaba arremeter contra el otro lo hicimos con mucho respeto, tratando de no cagarla ni dar pasos en falso, pero una vez que empezamos el duelo ya no paramos. Cuando Hércules vio que habían pasado cinco minutos y que ninguno de los dos conseguía vencer al otro nos dio permiso para usar los poderes. En cuanto lo dijo, a Kika se le iluminó la cara e hizo aparecer rayos en sus manos. Después empezó a arrojármelos, obligándome a moverme para esquivarlos.

      Kika era bastante rápida, pero al usar la espada noté que no conseguía asestar golpes muy fuertes y que se esforzaba más en que fueran rápidos. Entonces se me ocurrió una fatal idea, pero no se me ocurría otra mejor. Así que cuando esquivé por los pelos uno de sus rayos, que impactó en un árbol detrás de mí, en vez de prepararme para esquivar el siguiente corrí hacia ella gritando todo lo que pude. Entonces Kika se asustó pensando que habría vuelto a estallar y que iba a por ella y, entre tanto, a mí me dio el tiempo suficiente como para acercarme a la chica y arrebatarle su espada, dando un golpe lento pero fuerte con mis dos espadas a la vez. Golpeé tan fuerte que la espada de Kika salió disparada y ella se quedó desarmada y sin ningún rayo en las manos para lanzármelo.

      Cuando se dio cuenta de que la había engañado con mi falso estallido de ira se enfadó un poco y me miró algo cabreada y con los ojos entrecerrados, pero a Hércules parecía haberle gustado mi método de actuación, porque estaba aplaudiendo. Lenta e irónicamente, pero aplaudía al fin y al cabo.

      *****

      Después del entrenamiento, el cual consistió básicamente en enfrentarnos unos contra otros constantemente, acabamos por descubrir nuevas facetas de nosotros mismos que no sabíamos que teníamos y también nuevas habilidades.

      Natalie descubrió que también podía controlar ligeramente el curso del viento y la voluntad de los animales salvajes. Hizo que un par de conejos adultos salieran de sus madrigueras por voluntad propia para que pudiésemos matarlos y cocinarlos más tarde. Esa sería la comida y la cena de ese día.

      Cristina mejoró su habilidad en combate con el tridente rápidamente porque Hércules la tuvo bastante rato obligándola a lanzarlo contra un árbol para que aprendiese a arrojarlo adecuadamente hasta que esta consiguió clavarlo en el tronco. Después de eso le dijo a Natalie que le enseñara algo de técnicas para combatir cuerpo a cuerpo, ya que ese era uno de los puntos flacos de Cristina.

      En cuanto a Kika, una vez se dio cuenta de su error a la hora de asestar golpes rápidos pero poco contundentes, estuvo entrenando con la espada casi todo el tiempo y cuando no lo hacía intentaba aprender a luchar usando dos.

      Todas estaban contentas con los progresos que habían logrado en tan solo un par de horas de entrenamiento. Según Hércules, la versatilidad y la adaptación eran grandes virtudes de los semidioses, junto con la habilidad del aprendizaje rápido en cuanto a temas de combate. Pero a mí continuaban sin hacerme demasiada gracia mis habilidades, las cuales seguían teniendo más de licántropo que de semidiós. Y, sinceramente, siendo hijo de Hades tampoco pensaba que mis poderes fueran a estar hechos para hacer cosas precisamente buenas.

      —¿Qué te pasa? No pareces muy contento —me preguntó Kika, que se acercó a mí dejando atrás a Natalie y Cristina, que estaban hablando muy animadamente con Hércules acerca de sus talentos.

      —Ya has visto lo que hago, lo que gracias a mi padre he heredado: la predisposición a tener una rabia descontrolada y una enfermedad incurable. No son poderes tan bonitos como controlar el agua o poder lanzar rayos. Están hechos para hacer daño —le respondí. Kika se quedó parada, pensando, y me dijo algo muy poco propio de ella.

      —Mira, por muy malvadas o dañinas que creas que son tus habilidades, solo son todo lo malas que tú quieras que sean —manifestó con tono filosófico. Me quedé un poco confuso tratando de buscarle el sentido a la frase—. Tú piensa en ello —añadió guiñándome un ojo y yo asentí con la cabeza para darle las gracias. Cuando iba a darse la vuelta para volverse con las demás se detuvo y me propuso algo—. Oye, sé que a tu chica no le hará demasiada gracia, pero esta mañana he estado pensando en ir a cazar un poco cuando pueda. No es que no aprecie los conejos de Natalie y sus revueltos de setas, pero eso no nos dará ni para una cena, siendo cinco —concluyó antes de marcharse y volver con el resto.

      En cierto modo, sabía que era algún tipo de excusa que ponía o para pasar tiempo conmigo o para hablar a solas de algo que ella considerara importante. En cualquier caso, no me gustaba demasiado la idea, porque siempre que Kika te oculta algo hay un plan por detrás seguro. Aunque, pensándolo de una manera más inocente, sería pasar tiempo con alguien a quien dabas por muerta y, además, lo que había dicho era cierto: teníamos que comer y seguramente los poderes de Natalie no funcionarían igual de bien con un ciervo o un animal más grande. Teníamos que salir de caza.

      Después de la comida volvimos a recoger todo y emprendimos la marcha. Esta vez procuré no pensar demasiado y traté de divertirme un poco. Al principio nos costó un poco entablar conversación, pero finalmente Cristina se abrió a mí, y yo a ella supongo que también, ya que nos pasamos gran cantidad de la caminata hablando. Hablamos tanto que acabamos conversando sobre políticas nacionalistas cuando habíamos empezado charlando sobre su comida favorita, que, por cierto, era la tarta de chocolate.

      A medida que caminábamos también nos íbamos fijando en el paisaje, árboles enormes que impedían que la luz del sol llegase al suelo y vegetación por todas partes. A pesar de haber tanta naturaleza, al ir adentrándonos más en el bosque vimos que los árboles empezaban a estar más secos, que