Los hijos del caos. Pablo Cea Ochoa

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Название Los hijos del caos
Автор произведения Pablo Cea Ochoa
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418730344



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Cada uno se metió en su saco de dormir y, mirando en direcciones opuestas, nos dormimos los dos, ambos con varias lágrimas cubriéndonos la cara.

      *****

      «¡Dios! ¡Menudo ruido!», pensé cuando me desperté por el sonido metálico que había fuera y que se repetía una y otra vez. Me levanté, me desperecé y, cuando vi que Natalie no estaba, me tomé mi tiempo para vestirme y colocar mis cosas. Cuando salí de la tienda vi que las chicas ya estaban entrenando entre ellas. Kika trataba de afinar su puntería con los rayos y parecía estar mejorando enormemente. Mientras, Natalie y Cristina entrenaban esquivando e intercambiando golpes cuerpo a cuerpo e iban cambiando entre la práctica de esas técnicas de combate y el uso de armas, pero Cristina seguía siendo demasiado lenta con su tridente como para poder parar las rápidas arremetidas de Natalie con la antigua espada de Kika.

      Entre tanto, Hércules estaba sentado en el tronco partido que yo había roto el día anterior. Le observé durante un buen rato y después caí en la cuenta.

      —¡Hércules! ¡Viejo hijo de perra! ¿Lo de ayer lo puedes hacer cuando quieras? —le grité cuando me acerqué lo suficiente a él como para que pudiera escucharme.

      —Los insultos no son necesarios, hijo de Hades. Y sí, claro, pero por un tiempo limitado y siempre que no esté demasiado cansado. ¿Por qué lo preguntas? —me respondió el viejo, que acababa de levantarse del árbol partido.

      —Porque, si puedes hacer eso siempre que quieras, ¿por qué no te transformas de nuevo en dragón y nos llevas volando hasta Sesenya? ¿O esperas que lleguemos andando en solo unas semanas? ¿Por qué no lo has hecho antes? —seguí gritándole a Hércules, el cual sonreía y me miraba con admiración.

      —¿Te cuento un secreto? Es lo que pensaba hacer en cuanto completarais el entrenamiento y estos días repletos de pruebas —aseguró sonriendo con su típica picardía.

      —¿Pruebas? ¿Estás diciendo que todo lo que hemos pasado desde que te encontramos aquella noche solo han sido pruebas de los dioses para entrenar? —pregunté incrédulo y enfadado, a lo que el viejo respondió encogiéndose de hombros y sonriendo mientras miraba cómo las chicas terminaban de entrenar. Todos parecíamos haber mejorado mucho en solo unos días—. ¡Estoy harto de los dioses y de sus putas pruebas! Por cierto, lo de Natalie ya está hecho. No sé si era tu intención, pero nos escuchó hablar anoche y decidió terminarlo ella —le anuncié para terminar con la conversación mientras me alejaba de él y me iba acercando de nuevo a mi tienda hecho una furia, pues acababa de pensar que los dioses no se tomarían muy bien que matara a su emisario.

      Esa mañana salí yo solo cazar. Casi se había agotado la carne del ciervo que nos trajimos del bosque y cuando volví con los demás traje unas cuantas liebres y un par de ardillas, las cuales nos comimos en silencio para después guardar las sobras en bolsas herméticas dentro de nuestras mochilas.

      Cuando hubimos terminado de comer, Hércules les contó la verdad a las chicas sobre lo que habían sido todos aquellos días: las experiencias con los inferis, las caminatas interminables y los entrenamientos. Que solo habían sido una prueba de los dioses para prepararnos de cara a lo que estaba por venir. Al enterarse, a las chicas les hizo la misma gracia que a mí. Después de eso les propuso la posibilidad de ir volando a Sesenya. La idea tampoco les hizo demasiada ilusión, en especial a Natalie por su miedo a las alturas. Para ser sincero, a mí tampoco me gustaba eso de volar, pero así llegaríamos mucho más rápido.

      Empezamos a recoger las cosas, a apagar del todo las brasas de las hogueras y a desmontar las tiendas. Cuando terminamos y ya lo tuvimos todo preparado Hércules adoptó la forma de un dragón blanco, algo más pequeño que el del día anterior, pero igualmente muy grande. Seguía teniendo unas dimensiones gigantescas y tenía unos ojos rojos que le daban un aspecto bastante peligroso e imponente, igual que el dragón con el que me enfrenté. Por detrás de la cabeza del reptil asomaban varios cuernos, cuatro a cada lado, y aprovechamos los cuernos que también le sobresalían de la columna, en la espalda, para atar ahí el equipaje y para sujetarnos. Kika y yo nos pusimos juntos a un lado y a un par de metros de nosotros se colocaron Natalie y Cris.

      Cuando ya nos hubimos colocado en la escamosa e incómoda espalda del dragón, este hizo un movimiento brusco con la espalda y sacudió la cabeza violentamente para despejarse. Acto seguido cogió carrerilla para, forzosamente, conseguir elevarse en el aire y alzar el vuelo. Al empezar a volar, según íbamos tomando altura, se me iba difuminando la vista, pero cuando dejamos de subir y nos estabilizamos a una buena altura no tardé demasiado en poder enfocar bien para ver los paisajes que había debajo de nosotros. Sobrevolábamos bosques inmensos a una velocidad de vértigo, atravesábamos cordilleras y montañas altísimas y cruzábamos ríos sin necesidad de mojarnos.

      Llevábamos a lomos de un dragón gigantesco unas tres horas y aún no podía creérmelo. Si hacía unos años alguien me hubiera dicho que volaría en dragón lo hubiera tomado por lunático y habría hecho lo mismo con quien me hubiera hablado de dioses, semidioses o titánides.

      Cuando casi llegamos a las cuatro horas de vuelo notamos cómo Hércules comenzó a perder fuerzas y a debilitarse y poco a poco fuimos descendiendo hasta llegar a un antiguo campo de cultivo. El aterrizaje fue algo forzoso, pero por suerte ninguno de nosotros sufrió ningún daño, ni siquiera Hércules.

      Pasamos ese día entrenando, cazando lo que pudimos y paseando por el campo. Al llegar la noche montamos las tiendas al raso y encendimos nuestra rutinaria hoguera con la madera que pudimos recoger. En mitad del campo corría más el viento que en los bosques, ya que no había árboles para cubrirnos, pero a pesar del frío y del viento nos las apañamos para que al menos uno se quedara despierto afuera para hacer guardia mientras el resto descansaba. Muy a mi pesar, a mí me tocó hacer el segundo turno de guardia e inmediatamente Natalie se pidió hacer el tercero, así que no dormimos juntos esa noche.

      Al darme cuenta de que ella se intentaba distanciar poco a poco me vi obligado a pensar en si realmente había sido la mejor decisión el apartarla de mí de esa forma cuando aún la quería.

      CAPÍTULO 7

      Vuelo a lomos de un dragón

      PERCY

      Pasaron varios días en los que repetimos la misma rutina: amanecíamos temprano, antes de que saliera el sol, recogíamos el campamento y volábamos a lomos de Hércules hasta que este se cansaba y no podía continuar, algo que solía pasar cada vez antes.

      Así pasamos casi una semana de rutina, silencios incómodos y autodescubrimiento, ya que en los entrenamientos poco a poco íbamos conociéndonos mejor a nosotros mismos y a nuestros poderes. Si seguíamos al paso que íbamos llegaríamos a Sesenya en tres o cuatro días.

      —¿Podéis pasarme un poco de caldo, por favor? —pidió Cristina cuando, después de otro día agotador, nos sentamos todos alrededor de la hoguera para cenar y calentarnos. Pero el tiempo no favorecía que se pudiera hacer un buen fuego.

      —Claro, ten —le respondí y le ofrecí lo que me quedaba del mío.

      —Gracias —dijo ella mientras se lo tomaba todo de golpe a la vez que intentaba dejar de tiritar cubriéndose con varias mantas y acercándose aún más al fuego.

      Desde el primer día en que volamos con Hércules las conversaciones dejaron de ser fluidas y eran solo de este tipo. Nadie decía más de una frase al hablar. Eso los que hablábamos, porque Natalie rara vez pronunciaba alguna palabra, y si lo hacía solo usaba monosílabos, los cuales, combinados con su mirada triste y perdida, daban una imagen muy deprimente.

      Cuando todos decidieron que ya era hora de irse a dormir y Kika se quedó haciendo la primera guardia, se me ocurrió ir y darme un paseo por el bosquecito en el que habíamos acampado esa noche. Sin duda, ya estábamos en España, ya que la tierra era mucho más seca y el ambiente era algo más cálido aunque siguiera haciendo un frío horrible.

      Advertí a Kika de que volvería antes de que relevara el turno y después me puse mi abrigo de pieles para deambular sin rumbo por entre los árboles, pensando