Los hijos del caos. Pablo Cea Ochoa

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Название Los hijos del caos
Автор произведения Pablo Cea Ochoa
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418730344



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de percatar de la presencia de Kika y estaban empezando a avanzar en su dirección.

      Al ver que casi un centenar de inferis empezaron a arremolinarse alrededor de mi compañera, me vi obligado a bajar yo también a pesar del enorme respeto y temor que les tenía a esos monstruos porque ya había vivido en mis carnes lo que eran capaces de hacerle a una persona.

      Cuando caí al suelo empecé a asestar golpes en la cabeza a los inferis que se iban acercando demasiado, pero una vez empezaron a llegar seguidos, uno tras otro, tuve que empezar a hacer uso de mis espadas mientras Kika seguía a lo suyo con sus rayos, los cuales me dejaban sin visión durante un par de segundos cada vez que uno estallaba cerca de mí.

      Un inferi no representaba una gran amenaza de por sí. Si sabías defenderte más o menos bien no tendrías ningún problema en poder matar a unos cuantos. Lo realmente peligroso de los inferis era que a veces viajaban en grupos muy grandes y era eso lo que realmente hacía que fueran tan letales, el número de los grupos.

      Los ciervos no tardaron mucho en caer todos, ya fuese a causa de los inferis o de los rayos de Kika. En cuanto el último ciervo se calcinó, empezamos a vernos rodeados por más enemigos de los que podíamos matar o contar y poco a poco nos fuimos quedando sin espacio para poder movernos con libertad.

      Durante un instante a Kika la agarraron de las manos y se quedó indefensa, sin poder lanzar ningún rayo. Al ver que la tiraron al suelo, dispuestos a devorarla viva, volví a alzar mi brazo de manera instintiva y apunté con él al grupo de inferis que estaban arremolinados sobre Kika. En cuanto pensé en matarlos noté un fuerte cosquilleo por todo el brazo, el cual se me acababa de envolver completamente por las llamas de un fuego de color negro que me rodeaba y cubría todo el brazo. No me quemaba ni me dolía, pero justo cuando pensé en la muerte de aquellos inferis todos a los que estaba apuntando con mi brazo estallaron en mil pedazos. Otros cayeron desplomados al suelo sin razón aparente y otros salieron despedidos por el aire.

      En un primer momento me quedé flipando viendo como el fuego me envolvía el brazo, pero cuando vi que Kika se volvió a poner en pie para seguir lanzando rayos me centré en mí y apunté a los inferis que iban llegando hacia nosotros, los cuales morían directamente nada más apuntarles con la palma de mi mano.

      Tras unos minutos llenos de tensión, caos y gritos muy agudos, conseguimos acabar con todos los inferis sin tener demasiados percances.

      Cuando hubimos terminado y no quedó ni uno en pie nos apoyamos en el tronco del árbol que antes habíamos escalado y nos quedamos allí, sin decir nada durante varios minutos, hasta que un inferi sin piernas, seguramente víctima de los rayos de Kika, empezó a gritar cerca de nosotros. Me acerqué al cuerpo del inferi, que no podía moverse, y al pensar en su muerte mi brazo se volvió a ver envuelto en llamas. Cuando le apunté directamente el inferi se puso a gritar mientras se descomponía, tal como haría si le diera directamente la luz del sol, hasta que quedó reducido a esa papilla de sangre, piel y huesos que me resultaba tan desagradable de ver y de oler.

      —¡Podríamos haber muerto! —le grité a Kika, la cual me miró con una cara de circunstancias bastante sarcástica. Cuando vi que no tenía ningún sentido discutir con ella, le dije que me ayudara a amontonar los cadáveres de los ciervos que no estuvieran calcinados o infectados por los inferis.

      —Tarde o temprano todos vamos a tener que enfrentarnos a ellos y a cosas mucho peores. ¿No viste a esos gigantes de la visión? No nos viene mal prepararnos; esto es lo que nos espera a partir de ahora —me dijo ella una vez que recogimos un par de ciervos grandes no contaminados por los inferis.

      Yo no le respondí nada porque estaba intentando contener mi enfado. No porque me hubiera obligado a luchar, eso me daba igual, sino porque había actuado sin pensar, arriesgando su vida sin tener ninguna estrategia ni ningún plan. Por suerte, había salido todo bien, pero perfectamente podría haber salido de una manera muy diferente.

      A pesar de lo enfadado que pudiera estar con ella, sabía que no le faltaba razón en lo que había dicho. Todos sabíamos que nuestras vidas peligrarían mucho más de lo normal al aceptar la misión de los dioses. Y ahora nos tocaría apechugar con las consecuencias.

      —Oye, Percy —comenzó a decir Kika cuando se sentó encima del cuerpo de un ciervo carbonizado—, ¿tú que rollo te traes con la Natalie esa? —me preguntó con un tono de voz que no era muy propio de ella, ya que era muy poco firme y muy parecido al de una persona que se hubiera tomado diez cervezas.

      —Pues la quiero. Y ella a mí. Hemos pasado muchas cosas juntos. ¿A qué viene esa pregunta? —le respondí algo cortante, ya que no me parecía que, estando rodeados de cadáveres, aquel fuese el mejor momento para hablar de ese tema. Además, me resultaba bastante incómodo hablar de ello con Kika.

      —¿Ah sí? —dijo ella sorprendida—. ¿Seguro que la quieres? —me interrogaba usando aún ese tono de borracha que no me gustaba ni un pelo

      —Eh… Pues sí, estoy seguro —contesté algo ofendido e incómodo.

      —¿Y entonces por qué llevas todos estos días pensando en que hiciera esto? —agregó ella levantándose del cuerpo del ciervo y acercándose a mí para, sin previo aviso, besarme.

      En un principio, cuando lo hizo mi primer instinto fue apartarla de mí, pero al sentir el contacto de mis labios con los suyos llegaron a mi mente flashbacks de todos los momentos que había pasado con ella: los de aquel último verano en el campamento, esas noches que salíamos a escondidas para mirar las estrellas, las charlas hasta las cinco de la mañana, las bromas pesadas que les gastábamos a los monitores, también las semanas que pasamos enviándonos e-mails con emoticonos de corazones, las noches que me quedaba despierto por echarla de menos, la tristeza que sentí cuando dejamos de hablar, la rabia que inundó mi cuerpo cuando la vi con otro chico… También recordé perfectamente cómo me gritó barbaridades mientras le limpiaba la sangre de la cara al otro chaval y también los días que habíamos pasado juntos desde que ella y Cristina nos salvaron de los lobos, la tensión que había entre nosotros, la discusión en el bosque, conocer a Hércules, las montañas, los entrenamientos… Todo. Y mientras esas imágenes pasaban una a una por mi cabeza, inconscientemente yo seguí besándola.

      Todo eso duró unos pocos segundos, pero fue como si lo hubiera vuelto a vivir y a sentir todo desde el principio. Y cuando esas imágenes llegaron hasta el momento en el que estábamos ahora, a lo que estábamos haciendo en ese momento, fui consciente de lo que estaba pasando y le di un fuerte empujón a Kika para alejarla de mí. Ella cayó de espaldas al tropezar con el cuerpo del ciervo en el que se había sentado anteriormente y cuando se reincorporó tenía puesta la capucha de su sudadera, que estaba completamente manchada de sangre negra, igual que la mía. Después se volvió a sentar encima del cuerpo calcinado del ciervo mientras se cubría la cara con la capucha, seguramente por la vergüenza de lo que acababa de hacer o, más posiblemente, enfadada por el hecho de que la hubiera besado y después la tirara al suelo.

      Tras un par de minutos de incómodo silencio, sin mirarnos ni decirnos nada el uno al otro, ambos cogimos el cuerpo de un ciervo que no estuviera ni calcinado ni infectado por los inferis, nos los colgamos a la espalda y nos pusimos a caminar para volver con los demás.

      —Oye, Kika, siento lo del empujón —me disculpé cuando ya llevábamos un buen rato andando y sin mirarnos—. Es solo que ya no siento eso por ti. No deberíamos haberlo hecho —le dije mientras hacía el esfuerzo de llevar el cuerpo del ciervo a cuestas. Ella siguió caminando lentamente, tambaleándose un poco por el peso de su ciervo. Seguía sin decir nada, con la mirada vaga y cabizbaja todo el camino—. En serio, Kika, no te comportes como una niña. Ha sido solo un beso sin importancia. No quiero que por esto estemos a malas, pero entiende que quiero a Natalie y que no voy a hacerle daño de esa manera —le expliqué intentando poner un tono lo más tranquilo y sereno posible, pero ella seguía sin mirarme y sin apartar la vista del suelo. Parecía que estaba meditando mientras caminaba. Eso o que trataba de ignorarme para asimilar lo que había pasado. Aunque tenía la duda de si ella también había visto esas imágenes y había sentido todo ese cúmulo de sensaciones extrañamente rápido—. Oye, ¿al besarnos tú viste algo? ¿Algún tipo de imágenes