Название | Los hijos del caos |
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Автор произведения | Pablo Cea Ochoa |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418730344 |
Entonces fue cuando caí en la cuenta de la razón tan obvia por la que Kika se había comportado así. No me podía creer que no hubiese reconocido su sintomatología. Solté el cuerpo del ciervo que llevaba a la espalda y dejé que cayera al suelo para poder correr hacia Kika. Cuando la alcancé la obligué a soltar el cuerpo de su ciervo y le quité su capucha de golpe. Al hacerlo, ella se desplomó de golpe en el suelo.
Fue entonces cuando confirmé mis sospechas: tenía fiebre y la cara muy pálida, los labios morados por el frío y las pupilas muy dilatadas. Esos, junto con los delirios y alucinaciones, eran los síntomas típicos producidos por la mordedura de un inferi. Cuando le quité la sudadera y su camiseta de golpe vi que tenía un pequeño mordisco en su costado derecho. Seguramente, se lo habrían hecho en el momento en el que tuvo a más de cinco inferis encima, antes de que yo prendiera mi brazo en llamas por primera vez.
—¡Kika! ¡Kika! ¡Joder! ¡Kika, reacciona! —le gritaba mientras le daba fuertes golpecitos en el entrecejo y en las mejillas para que volviera en sí. Pero estaba completamente inconsciente, lo cual quería decir que no le quedaba demasiado tiempo hasta que llegara el momento en el que su corazón se pararía de golpe.
Me pasé un minuto entero tratando de reanimarla, dándole golpes, soplándole. Incluso opté por romperle un dedo para ver si reaccionaba, pero ni así. Entonces fue cuando volví a escuchar a los inferis. Eran gritos aún lejanos, pero se acercaban rápidamente a nuestra posición.
Yo solo no podría luchar y cuidar de Kika al mismo tiempo. Si no hacía nada, acabaríamos devorados los dos, así que, presa del pánico, la cogí en brazos y empecé a correr, olvidándome por completo de los ciervos. Salvarla era mucho más importante en ese momento.
Sabía que si la llevaba con los demás Natalie seguramente podría salvarla haciendo uso del frasco que le entregó Hércules la noche en que le conocimos. Eso si el viejo había dicho la verdad acerca de que curaría heridas mortales. A la vista de que a Kika no le quedaba demasiado tiempo, corrí todo lo rápido que pude para llegar cuanto antes con los demás, a sabiendas de que habíamos sobrepasado bastante los cuarenta y cinco minutos que nos había dado Hércules para cazar.
«¡Corre! ¡Más rápido!», me decía a mí mismo mientras seguía corriendo a toda prisa tratando de no tropezarme, algo que al llevar a Kika en brazos inevitablemente acabaría pasando. Y así fue: uno de mis pies se enganchó con varias raíces que sobresalían del suelo en una zona con árboles muy juntos entre sí y eso me hizo caer de golpe al suelo, obligándome a soltar a Kika. Cuando pude levantarme y seguir corriendo empecé a ver a unos cincuenta metros de mí las figuras de varios inferis que corrían tras nosotros. Por suerte, acabé encontrando a los demás en un pequeño claro, cerca de donde habíamos acampado aquella noche, donde estaban entrenando aún con ejercicios de agilidad y sigilo. En cuanto salí de entre los árboles empecé a gritar.
—¡Inferis! ¡Inferis! —les grité.
En cuanto me vieron aparecer de entre los árboles con Kika en mis brazos se miraron entre sí aterrorizados; aun así, sacaron sus armas al ver que tras de mí iban apareciendo inferis que salían corriendo y gritando de entre los árboles.
Cuando llegué hasta ellos le dije a Natalie que usara el líquido de su frasco con Kika y que se lo echara sobre la mordedura. Aún respiraba, pero muy lenta y forzosamente, y tenía el pulso muy lento y débil.
Mientras Natalie trataba de echarle la cura a Kika, Cristina había sacado su tridente y también una botella de plástico con agua y Hércules sacó un gran bastón de su túnica, el cual seguramente usaría como maza. Así que me uní a ellos y entre los tres cubrimos a Natalie y a Kika.
Los inferis iban llegando en masa hasta nosotros y eran más de los que podía contar. Una vez que llegó hasta nosotros el primero, el cual murió por un brutal golpe de maza en la cabeza, después fue todo demasiado rápido.
Hércules apartaba a los inferis de las chicas haciendo movimientos muy extravagantes y lentos con su maza, pero eran movimientos efectivos. Cristina, por su parte, sacó el agua de la botella, la hizo levitar para que adoptase la forma de un puñal y mentalmente lo controlaba para matar a los que estaban más lejos, mientras con su afilado tridente atravesaba a los inferis que se acercaban demasiado a Natalie y a Kika.
Yo me limité a hacer lo mismo que Cristina, proteger a las demás matando con mis espadas a los inferis que se acercaban demasiado. A cada inferi que moría por mis hojas, una de esas pequeñas neblinas blancas se metía dentro de mis espadas. En cuanto tenía un par de segundos libres alzaba mi brazo, el cual se envolvía de llamas y hacía estallar a varios grupos de inferis a lo lejos.
Tras un par de minutos conteniéndolos como pudimos, Natalie se unió a nosotros y empezó a disparar flechas con su arco. Y cuando estas se le acabaron se limitó a esperar a que los monstruos se acercaran para poder golpearles en la cabeza y rebanársela usando una de las dos espadas de Kika, ya que esta última no estaba en disposición de luchar.
Pasamos unos cuantos minutos conteniéndolos casi sin problemas, pero cuando los cadáveres empezaron a amontonarse nos fuimos quedando de nuevo sin espacio para movernos bien y eso fue aprovechado por los inferis para ir rodeándonos poco a poco.
Eran monstruos muy rápidos a la hora de correr, pero muy lentos a la hora de atacar, aunque sus movimientos eran casi imprevisibles. Cuando los cuatro nos vimos acorralados juntamos nuestras espaldas, dejando a Kika en medio de nosotros, parcialmente protegida. Pero seguía habiendo demasiados enemigos a nuestro alrededor y, aunque fuésemos mejores luchadores que ellos, su número acabaría por superarnos.
—¡Chico! ¡Este sería un buen momento para sacar esa parte que tienes de licántropo! —me gritó Hércules cuando vio que no podíamos matarlos lo suficientemente rápido.
—¿En serio? ¿Ahora me pides que me descontrole después de todas tus putas charlas? —le respondí gritando mientras empujaba a varios inferis que se estaban aproximando a Kika demasiado.
—¡No te lo diría si tuviéramos una opción mejor! —me volvió a gritar al mismo tiempo que le aplastaba la cabeza a otro inferi con su maza.
—¡Yo eso no lo controlo! —le dije al tiempo que agarraba a Natalie para echarla hacia atrás, ya que se estaba empezando a ver superada por la enorme cantidad de inferis que nos rodeaban—. ¡No sé cómo activarlo! —grité lo suficientemente alto como para que Hércules me escuchase.
—¡Yo sí! —me contestó e inmediatamente se dio la vuelta y me asestó un fuerte puñetazo en la cara. No lo suficientemente fuerte como para marearme, pero sí lo justo como para hacer que me enfadase. Y ese golpe tuvo un efecto casi instantáneo en mí, el efecto que Hércules esperaba.
Mientras seguía conteniendo a los inferis usando mis espadas, ya que no tenía espacio suficiente como para estirar el brazo completamente, me iba cabreando cada vez más y más, notando que cada vez que mataba a un inferi y me manchaba con su sangre mi enfado y el calor del estómago aumentaban en igual medida, hasta que llegó un punto en el que se me hizo imposible seguir teniendo el control y mis músculos empezaron a hincharse y a cubrirse de pelo, mis dientes se volvieron más grandes y afilados y me crecieron garras para sustituir a mis uñas.
Había adoptado una forma que no llegaba a ser ni de lobo ni de humano, igual que la que adopté hacía unos días cuando casi maté a Kika. Estaba a medio camino entre ambos: no era ni hombre ni lobo.
Pero al completar la transformación dejé de sentir tensión, miedo y cansancio por la lucha. Todas esas sensaciones se evaporaron y lo único que sentí era que una rabia desmedida se apoderaba de mi cuerpo y también de mi mente, haciendo que matara a absolutamente todo lo que tuviera enfrente. Cuando Hércules se dio cuenta de que corrían más peligro por mí que por los inferis ordenó a las chicas que cogiesen a Kika y que subieran rápidamente a un árbol, aprovechando que los inferis ahora centraban toda su atención